_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El trasfondo histórico de "Raíces"

¿Recuerdan ustedes? El negro Tom quiere subir al tren; en la mano, el billete que muestra al revisor. «Tengo derecho a entrar en ese vagón, he pagado mi billete.» El revisor le grita que en aquel estado los negros van siempre al furgón de cola...Una de las cosas más curiosas ocurridas en el trato del negro por el blanco fue que el status del primero, contra toda lógica, fue empeorando a partir de la guerra civil; el triunfo del Norte había sido el triunfo del negro que, por vez primera, se considera libre y con igualdad de derechos, pero, tras la retirada de las tropas «yanquis», que aseguraban esa igualdad, los vencidos fueron levantando cabeza e imponiendo sus propias leyes discriminatorias... No se olvide que, a pesar de que la guerra de Secesión había demostrado la posibilidad de que algún estado legislase de acuerdo con prejuicios incompatibles con los derechos humanos, la victoria del Norte no cambió la organización federal. Los distintos estados siguieron siendo independientes en lo que se refería a su organización interna. Si Washington, por ejemplo, declaraba que cualquier negro tenía el mismo derecho a votar que los blancos, los legisladores de Tennessee o Mississipi decían que claro, que muy bien..., siempre que el negro pasase un duro examen de alfabetismo y de cultura constitucional, un examen que, naturalmente, no hubiera aprobado la inmensa mayoría de blancos a los que se les consideraba a prior¡ como ciudadanos conscientes de lo que votaban.

Tengo la impresión de que el guionista de esa segunda parte de Raíces, con permiso o sin permiso del autor, ha exagerado un poco el avance de los negros en la sociedad americana. Me cuesta creer que al final del siglo XIX un blanco pudiera casarse con una negra y vivir tranquilamente en Tennessee. Yo conocí el sur de EEUU en los años cincuenta y jamás vi por la calle una pareja de blanco y negra cogidos de las manos. Podía encontrarse, quizá, alguna aislada en Nueva York y, aun así, provocaba las miradas de los transeúntes. En mi libro sobre Los pecados capitales de USA he mencionado al profesor que encontró en París a una alumna suya, bella tejana, del brazo de un negro.

«Dándole en la cabeza a tu padre, ¿verdad?»

La muchacha sonrió bajando la cabeza. Era, efectivamente, una actitud en la que había más de rebeldía generacional que de auténtico sentimiento hacia el hombre de rostro oscuro.

Es posible que al telespectador español le asombre la importancia dada al acto de elegir al Partido Republicano o Demócrata. ¿Cómo puede ocasionar eso un trauma en los negros? ¿Qué más les dará votar demócrata o republicano? La razón del shock que experimentan los camaradas del líder al ser inducidos por éste a votar por los demócratas tiene base histórica. El libertador de los negros, su héroe, fue, como es sabido, Lincoln, que perteneció al Partido Republicano, como pertenecía al Partido Republicano el general Shermann, cuyas tropas acabaron con las últimas esperanzas de los esclavistas del Sur, cometiendo, de paso,, bastantes tropelías. Esta es la razón por la que desde entonces los blancos sureños han votado Demócrata siempre, hasta ser llamados «el sólido Sur». Por ello, el simplista concepto que dice que los republicanos son más o menos la derecha, y los demócratas, más o menos la izquierda, tiene su excepción en el caso de Tejas o de Alabama, donde los reaccionarios han votado hasta hoy, sin excepción, al Partido Demócrata.

Los negros del Sur creyeron -decía- que el fin de la esclavitud equivalía al principio de equivalencia. Si un blanco ya no puede poseer a un negro, evidentemente quiere decir que éstos son iguales ante la ley. «De ninguna manera», advirtieron los blancos. «Estamos hablando de dos cosas totalmente distintas.» «Todos los hombres son iguales, pero algunos son más iguales que otros», fue frase imaginada por los legisladores del Sur mucho antes que la inventara Orwell. Uno de los más habilidosos juegos de palabras en este sentido está implícito en una decisión del Tribunal Supremo en 1896 sancionando la ley del Estado de Luisiana sobre la separación de negros y blancos en los vehículos públicos. Ante la protesta de quien llamaba a esto un acto que hacía volver a los viejos tiempos del juez Brown, en nombre de la mayoría del Tribunal Supremo, advierte que lo que ha sido prohibido tajantemente es la esclavitud, es decir, la posesión física de un ser humano por otro, «pero quien rehúsa que alguien entre en su posada, en su sala de espectáculos, no puede decirse que imponga al rehusado la marca de esclavo..., un estatuto que implique una distinción legal entre los blancos y los hombres de color, una distinción que se funde en el color de ambas razas y que existirá mientras la raza blanca sea distinta de otras por su color no tiende a destruir la igualdad legal de las dos razas ni a imponer de nuevo un estado de servidumbre involuntaria».

Es lo que se ha llamado la doctrina de «separados, pero iguales», es decir, la que contesta a la crítica del extranjero contando las excelencias de las escuelas, los campos deportivos, los cafés y restaurantes que frecuentan los negros. «Son tan buenos como los nuestros; nosotros no vamos a ellos, ¿por qué quieren ellos entrar en los nuestros? Cada oveja, con su pareja.»

La misma postura, incluso reforzada, la he presenciado en Africa del Sur, donde el aislamiento era total y refrendado por la policía. En el estado de Mississipi, años sesenta, me detuve en el café de un pueblo pequeño para tomar una cerveza y sólo me di cuenta por la expresión de los dueños que era el primer blanco que allí entraba. No dejaron de mirarme asombrados, mientras consumí la bebida, pero no rehusaron servirme. No se usaba, pero no estaba prohibido. Pero, cuando en Ciudad del Cabo intenté penetrar en un café de negros, un policía me detuvo en la puerta. «Es para negros. -No me importa, contesté yo- Pero a mí, sí -rebatió el policía- Usted no puede entrar ahí.» Y si en el sur de EEUU el juez será comprensivo ante las razones de un blanco para tener relaciones carnales con una negra, en Africa del Sur, y según la Ley de la Inmoralidad, «Inmorality Act», van a la cárcel considerados como culpables, tanto él como ella. (Pensándolo bien, aparte de su crueldad y fanatismo, es más justa la actitud surafricana que la de EEUU. Recuérdese la discusión entre los dos hermanos Wagner a propósito de las relaciones con negras: «iPero si tú lo has hecho a menudo! -Claro que sí -contesta el mayor-, ¡lo que no he hecho es casarme con ellas! »

La actitud de los blancos suristas inmediatamente después de la guerra civil fue de temor y de desconcierto. iEllos, los valientes agricultores y ganaderos del Sur, los caballeros suristas vencidos por unos desgraciados mineros y obreros del Norte!... Y que esos negros que tan a gusto parecían estar sirviéndonos, ¡se consideren hoy nuestros iguales! No puede ser. Y a medida que los antiguos esclavos aumentaban su poder económico, la ira de sus antiguos dueños aumentaba al mismo compás: ¿qué se habrán creído?

La traducción del telefilme no puede precisarlo porque no hay equivalencia en castellano. Cuando el blanco, provocando al negro, le llama «negro» parece que hay una incongruencia entre el gesto despectivo y la descripción del color de una piel. Lo que ocurre es que en inglés el personaje no dice «negro» (pronunciado «nigro»), sino «nigger», que podrá traducirse por negrote y que es claramente un adjetivo derogatorio.

(El negro, en desquite, alude siempre al blanco pobre, al obrero o artesano que tiene como propiedad máxima el color de su piel con el calificativo de «white trash» o basura blanca.)

Durante muchos años, los blancos sureños han mantenido al negro distante empleando esas argucias legales tan difíciles de combatir dada la libertad, antes mencionada de cada estado norteamericano para regular sus leyes.

Y cuando esas fallaban usaban el otro sistema, el psicológico, reflejado también en Raíces: el Ku-Klux-Klan. El uso de las sábanas, de los capuchones, de las cruces de fuego, no son un capricho infantil. La cruz ardiente y el encapuchado servían para asustar a muchos negros, y, como en el caso de las procesiones españolas de Semana Santa, tenía un importante valor de despiste sobre la estatura del individuo que oculta la cara. Si en los desfiles religiosos se hace para evitar la vanagloria, la presunción del penitente que va descalzo y arrastrando cadenas, los del Ku-Klux-Klan lo hacían para evitar el ser reconocidos por las víctimas o por otros blancos que, aunque seguros de la superioridad de su raza, no compartieran la violencia de sus acciones.

El juez Brown riza el rizo en su negativa a considerar la separación en los transportes con un sello de inferioridad... «Eso no es cierto, porque equivaldría a que si hubiera una mayoría negra en una legislatura que promulgara una ley parecida, la raza blanca quedaría igualmente marcada por un sello y relegada a una posición inferior, lo que imaginamos no sería aceptado por ella. El argumento del demandante asume que los prejuicios sociales pueden ser superados por una legislación apropiada y que la igualdad de derechos no se garantizará a los negros si no existe el forzoso entrelazamiento de las dos razas. No podemos aceptar tal razonamiento. Si las dos razas llegan a unirse, lo harán a resultas de unas afinidades naturales, un respeto mutuo de los méritos ajenos y el voluntario consentimiento de los individuos ... » Lo que el legislador considera probablemente una utopía que jamás llegará a realizarse («Sentencia Plessy contra Ferguson. Tribunal Supremo de EEUU. 1890.» Reproducido en Black Protest History. Documents and Analysis, por Joanne Grant, Nueva York, 1968; página 170 y siguientes.).

Esta tesis del Tribunal Supremo fue prácticamente la que inspiró toda la legislación local de los Estados hasta que la segunda guerra mundial obligó a reconsiderar la situación. Las guerras sólo tienen esto de bueno; que al obligar a los Gobiernos a pedir la asistencia de los ciudadanos de «segunda clase», les confieren categoría. Si nos necesitan quiere decir que valemos; si valemos, ¿por qué somos tratados como inferiores? «No hay dos formas de libertad», decía un líder ilustre, y rompía el sofisma de la tradición con lógica aplastante. «Si los negros no son iguales que los ciudadanos blancos, entonces son desiguales, por encima o por debajo de ellos. Pero si son ellos los que fijan los módulos, los negros estarán por debajo. Y si son considerados desiguales por debajo de la norma, recibirán un tratamiento desigual en el sentido de inferior... Nuestros objetivos inmediatos incluyen la abolición de la discriminación, de la segregación en el Gobierno y fuerzas armadas, incluidas las femeninas, eliminación de discriminación en hoteles, restaurantes, transportes públicos, espectáculos, playas, etcétera.»

(Pasa a página 10.)

(Viene de página 9.)

El telespectador español conoce como personaje teatral a quien dice estas palabras. Es A. Philip Randolph, el encargado de coches cama de Raíces, que, expulsado de su puesto por intentar formar un sindicato desde dentro lo formó desde fuera con mayor virulencia de lo que hubiera podido imaginar nunca mister Pullman (el hombre que dio su apellido a ese sistema de transporte). Su amenaza de hacer marchar sobre Washington a millones de norteamericanos de raza negra en plena guerra preocupó a Roosevelt lo bastante como para hacerle firmar la ley de Igualdad en el Empleo. En 1948, su sucesor, Truman, dio oficialmente el golpe de gracia a la discriminación en las fuerzas armadas.

... Sólo oficialmente. La presión de los negros ayudados por la prensa liberal del Norte para obtener los derechos totales de ciudadanía topó con la misma tenacidad por parte de los blancos del Sur para regateárselos apoyándose una y otra vez en libertades locales, principio de propiedad, etcétera. La lucha fue dura y difícil. Basta citar las fechas, vergonzosamente recientes, de las victorias negras en la misma capital federal.

Hasta la primavera de 1951, los negros no podían entrar en teatros, cines, hoteles y restaurantes blancos... En 1952, la última cadena de almacenes racista acepta dar de comer en sus restaurantes a los negros; en 1953 se abrió la primera piscina totalmente integrada...

Pero el Sur siguió todavía unos años más por su camino. En 1963 -yo lo vi-, en las estaciones de autobuses seguía habiendo dos, puertas para los servicios femeninos: «Señoras blancas» y «Mujeres negras». Los hombres de piel oscura eran llamados «boys», paternalísticamente, aunque tuvieran el pelo gris, y para la negra se imponía el nombre de pila, jamás precedido de miss o mister.

Los autobuses urbanos oficialmente estaban abiertos para todos; de verdad, los negros tenían que ir al fondo del vehículo, aunque hubiese sitio delante.

Fue una dura batalla con tiros en las carreteras contra quienes bajaban del Norte a ayudar a registrarse para votar (los «Freedom Riders» o viajeros de la libertad); hubo bombas en las iglesias donde los pastores animaban a la lucha civil; los primeros niños negros que se atrevieron a entrar en una escuela hasta entonces sólo para blancos fueron insultados y escupidos, algunos golpeados; aguantaron..., aguantaron..., aguantaron. Y vencieron. Raíces ha servido para recordar su pasión y muchísimos norteamericanos de raza blanca, al verlo, han sentido la necesidad de un examén de conciencia. Millones de personas han visto de pronto un espejo de sí mismos que no había imaginado que pudiera existir, Y en su honor hay que decir que lo han aceptado, que no han alegado -como algunos antisemitas tras Holocausto- que se trataba de una calumnia, un intento de ensuciar la heroica historia de un pueblo. No. Por el contrario, los norteamericanos han aceptado ese macabro desfile de imágenes con un lógico «mea culpa» gigantesco y colectivo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_