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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Consideraciones sobre la obediencia y la resistencia

Es necesario, para tratar adecuadamente nuestro problema, no caer en los errores tradicionales que han dificultado la comprensión y han desviado muy profundamente, en la historia antigua y medieval e incluso con prolongaciones en la historia moderna hasta nuestros días, la relación obediencia-resistencia y las conclusiones adecuadas para la misma.Fundamentalmente me refiero a los dos reduccionismos que han mutilado unilateralmente la dialéctica obediencia-resistencia y que tienen en su base la defectuosa comprensión de, la relación entre Derecho y Poder.

Por una parte, un esfuerzo idealista ha intentado buscar los fundamentos de la justicia del Derecho, es decir, la idea del Derecho justo, exclusivamente en el derecho mismo, a través de la autoridad de su autor, Dios para el pensamiento clásico, o la naturaleza razonable del hombre para el pensamiento iusnaturalista moderno. Ese derecho ideal era el modelo del Derecho justo, y en esa concepción se independizaba la reflexión del Derecho justo de la reflexión sobre el Poder, con lo que en realidad el Poder, que en el mundo moderno es centralmente el Estado, y que tenía como misión primordial crear las normas, no se vinculaba con la reflexión teórica de la justicia de éstos. Así, mal se podía llegar a soluciones correctas, y mal se podía fundar realmente la obediencia al Derecho. La escisión entre reflexión teórica y realidad se hacía cada vez más patente y mientras el Derecho positivo y, por consiguiente, el único Derecho real que comprometía la obediencia de los súbditos, luego ciudadanos, surgía del Poder, ese pensamiento seguía fundando la justicia del Derecho en su racionalidad. Así, pensamiento y realidad iban, cada uno, por su lado, y el pensamiento era un espíritu sin fuerza y la realidad una fuerza sin conciencia.

El otro reduccionismo antitético era el planteado por el positivismo extremo que excluía cualquier referencia a la justicia del Derecho e identificaba Derecho justo con el Derecho positivo. Así, el Poder como pura constatación del uso legítimo de la fuerza por parte del Estado era en sí la raíz de la obediencia al Derecho. Todo Derecho positivo era Derecho justo, por el simple hecho de serlo y, por consiguiente, debía ser obedecido. Este esfuerzo que podemos calificar de realista también deforma la dialéctica obediencia-resistencia, al no dejar lugar para la resistencia, para las razones éticas y de conciencia que pueden explicar la desobediencia al Derecho y respecto de las cuales tener como única respuesta la fuerza y la coacción es un importante error.

El idealismo, que no tenía en cuenta la realidad del poder, y el realismo que sólo tenía en cuenta la realidad del poder para explicar la obediencia y la resistencia eran claramente insuficientes. El idealismo llevaba a que un hombre pudiese siempre desobedecer al Derecho y resistirle incluso con la violencia en base a ese hipotético Derecho natural. El idealismo conducía a la anarquía. Benthani decía muy razonablemente en sus Principios de legislación: «No hay razonamiento posible con fanáticos armados de unos derechos naturales que cada uno entiende como le place y aplica como le conviene, de los cuales nada puede cederse ni limitarse; que son inflexibles y al mismo tiempo ininteligibles; que están consagrados como dogmas, de los cuales es crimen apartarse. En lugar de examinar las leyes por sus efectos, en lugar de juzgarlas buenas o malas, las consideran en relación con estos pretendidos derechos naturales, esto es, sustituyen el razonar de la experiencia por las quimeras de sus propias imaginaciones... ». El idealismo iusnaturalista conduce al dogmatismo subjetivista, y, consiguientemente, a una posible desobediencia no justificada que lleva directamente a la anarquía. Las posiciones radicales de ETA y de Herri Batasuna en el País Vasco, por ejemplo, tienen esa contextura e indudablemente una raíz iusnaturalista de origen religioso y dogmático que les lleva a la resistencia basada en la «quimera de sus propias imaginaciones». Con independencia de que esos fanatismos pueden ser manipulados, su punto de llegada no es el Estado ideal, que dicen defender, sino la anarquía.

Por su parte, el realismo se encierra en sí mismo, sin profundizar en las razones de la obediencia y negándose en redondo al reconocimiento de la resistencia. Hay que obedecer al Derecho porque es Derecho creado por el poder y, en última instancia, ese camino conduce al autoritarismo y a la dictadura al cegar las raíces éticas de la obediencia y al ser insensible también al reconocimiento y a la posible institucionalización de la resistencia.

Frente a esos reduccionismos sólo una adecuada integración de los problemas que ambos plantean desde la interrelación entre Derecho y Poder puede conducir a un tratamiento razonable de la relación entre obediencia y resistencia. El Poder es, indudablemente, la fuente del Derecho positivo, su punto de apoyo y el fundamento de su validez si aceptamos la realidad. Por eso, la reflexión sobre la justicia del Derecho es inseparable de la reflexión sobre la legitimidad del poder, e incluso se puede decir que la legitimidad del poder que lo produce es el primer signo de la justicia de un Derecho, y la obediencia al Derecho se sitúa así, también en el marco de la reflexión conjunta de la legitimidad del poder y de la justicia del Derecho. Sólo desde esta reflexión integradora y no reductora entre Poder y Derecho la fuerza podrá tener conciencia y la conciencia podrá tener fuerza. La obediencia al Derecho no será impuesta, al menos en la generalidad de los casos, sino aceptada, y la resistencia podrá ser institucionalizada. Esta ingente obra de razón y de utilidad la realiza en el mundo moderno la concepción democrática del Poder y del Derecho, que integra ambos conceptos y que centra correctamente el puesto del ciudadano y el tema de nuestra reflexión, la obediencia y la resistencia al Poder y al Derecho.

La obediencia al Derecho se ha justificado a lo largo de la historia de muy diversas maneras. Sólo a nuestro juicio la justificación democrática es aceptable.

Se ha pretendido justificar la obediencia por la autoridad de Dios, que transmite el poder a los gobernantes y crea el orden del universo, que en su referencia humana y social es el Derecho natural. De esa fundamentación se ha derivado la legitimidad carismática que en algunas sociedades se atribuye al hombre providencial, al hombre preclaro que asume e interpreta la voluntad del pueblo. Es la justificación del caudillo, del führer, del dictador o del monarca absoluto. En esos casos, la obediencia es sumisión y aceptación de la voluntad arbitraria del gobernante. En La república (III-9) Platón se refiere, por boca de Sócrates, al trato que debería darse al caudillo, al hombre de cualidades excelsas en un Estado ideal: «... Le veneraríamos como a un ser divino maravilloso y digno de ser amado, pero después de haberle advertido que en nuestro Estado no existía ni podía existir un hombre así, ungiéndole con óleo y adornándole con una corona de flores, le acompañaríamos a la frontera ... »

En todas las sociedades humanas este tipo humano favorece esos mecanismos psicológicos tan correctamente descritos por Erich Frömm en El miedo a la libertad, que hacen dejación de las responsabilidades propias para transmitirlas a ese superhombre a cambio de seguridad. Es una ilusión que crea esclavos y que no fundamenta la obediencia, sino la sumisión.

También se ha pretendido justificar la obediencia por la simple fuerza del poder. Es una justificación cínica y seudorrealista si no va acompañada de otros elementos que la completen, porque si es cierto que la realidad de la fuerza y de la coacción es el elemento de hecho que aparece como causa inmediata de la obediencia, una sociedad que sólo fundamenta la obediencia de los ciudadanos en la fuerza de las bayonetas tiene sus días contados.

De la misma forma que en el supuesto anterior, la falta de compromiso ético de los ciudadanos en el destino de su sociedad, la falta de solidaridad, generan unas corrupciones sociales que alcanzan también a la conciencia de los ciudadanos y que hacen muy dificil la restauración social. La actual situación española es el mejor ejemplo de lo que afirmamos. Los años de la dictadura han influido poderosamente en las reservas éticas, en la conciencia de solidaridad, en la capacidad de sacrificio y en el esfuerzo de trabajo de todos, hasta tal punto que estos problemas inciden seriamente en la institucionalización de la democracia y hacen menos puros de lo que parecen algunos fenómenos como el llamado desencanto.

Gregorio Peces-Barba Martínez es diputado del Partido Socialista Obrero Español por Valladolid.

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