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Muerto de un disparo de escopeta en un bar

Un atracador mató de un disparo en el pecho a uno de los clientes de la cafetería J y J, de la calle madrileña de Ricardo Ortiz, en el transcurso de un asalto perpetrado por dos individuos a primera hora de la madrugada de ayer. Los dos delincuentes lograron apoderarse de una corta cantidad de dinero, que los dueños del establecimiento calculan en unas 4.000 pesetas.

A las 0.20 de la madrugada de ayer siete personas permanecían aún en J y J, una cafetería instalada al final de la calle de Ricardo Ortiz, en el barrio de La Elipa. Los responsables del local ya habían hecho caja; casi todas las ganancias del día habían sido retiradas; en la registradora sólo quedaban unas 4.000 pesetas, en billetes de cien, que probablemente serían destinadas a dejar cambio en el local, con vistas a las primeras consumiciones del lunes. Junto a los dueños y encargados, que recogían el material, tres muchachos -José Alfredo García Furones, de dieciséis años; E. T. D., de veinticinco, y J. Z. S., de diecisiete- apuraban los últimos cafelitos al final de la barra y se disponían a volver a casa, ante el inminente comienzo de la semana laboral.De pronto aparecieron dos hombres jóvenes, que vestían anorak oscuro y cuya indumentaria estaba complementada con dos bufandas. No se hicieron notar en absoluto hasta el momento en que uno de ellos dijo: «Buenas noches, señores. Arriba las manos, que esto es un atraco.» Tenían la cara descubierta, y la modesta escenografía del local no contribuía, a pesar de todo, a pensar en ellos como en unos facinerosos. José Alfredo García Furones estaba entre sus dos amigos; la conversación se vio interrumpida bruscamente; alguien que empleaba un fuerte tono de voz estaba hablando a la espalda.

E. T. D. recuerda la secuencia con absoluta nitidez. «José Alfredo no se había enterado muy bien de lo que ocurría tras él. Ni la voz indicaba una excesiva violencia ni había podido seguir los hechos: uno de los atracadores, el que se había quedado cerca de la puerta más lejana a nosotros, empuñaba una pistola; el otro, que se nos había aproximado y cubría la otra puerta, sostenía una escopeta de cañones recortados. José Alfredo se volvió y dijo: "¿Qué cachondeo es este?" El atracador más próximo respondió secamente: "Esto", y le disparó a quema ropa al pectoral derecho. El disparo provocó una luminosidad que nos pareció excesiva y nos hizo pensar en cartuchos de fogueo, y además provocó una detonación apagada, como un petardo de feria, pero José Alfredo tenía un enorme boquete. Una de las dueñas, que no lo quería creer, se hizo la reflexión de que el chico se habría mareado. El que acababa de disparar añadió: "No os mováis, que tiro a matar."»

«Desde que se oyó el disparo, los dos atracadores se mostraban más nerviosos; ambos utilizaron sus bufandas para taparse la cara. El que buscaba el dinero se quejó de que en la caja de caudales había una cantidad muy peqüeña. Cuando se les dijo que ya se había retirado el resto de la recaudación parecieron conformarse y corrieron hacia la puerta. Uno de ellos volvió a decir: "No se muevan ni se asomen, porque disparamos a matar."»

Inmediatamente E. T. D. marcó el 091. Apenas había colgado el microteléfono llegaron cuatro coches de la policía y una ambulancia. «No tardaron más de un minuto y segundos. Todavía no me explico cómo no se toparon con los atracadores, que habían huido, aparentemente a pie, calle de Ricardo Ortiz arriba. Luego se comentó que los dos asaltantes habían cometido una cadena de robos antes de llegar allí. Lo cierto es que han matado a José Alfredo y que pudieron matar a cualquiera de nosotros. Por 3.000 ó 4.000 pesetas.»

Se desconoce el método empleado por los dos atracadores para huir, aunque no se descarta que lo hicieran en un coche.

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