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Amenaza de huelga en la compañía British Leyland

British Leyland, el eterno enfermo de la industria británica, se apresta a una nueva prueba de fuerza con sus trabajadores, en torno a una cuestión en la que concurren los ingredientes básicos de toda disputa en el mundo laboral moderno: la politización de un cargo sindical, el apoyo de la base obrera a sus enlaces sindicales y el riesgo del empresario.El tema apasiona por sus características especiales y ha desplazado de las primeras páginas de los periódicos cuestiones tan importantes como la situación internacional y, la huelga siderúrgica.

El protagonista de la disputa es un mecánico de 52 años, miembro del Partido Comunista británico, de nombre Dereck Robinson y conocido por Red Robbo (Red el rojo), que desempeñaba el cargo de convenor o convocador de huelga -un puesto importante de base en la estructura sindical británica- en la planta que la compañía nacionalizada British Leyland tiene en la localidad de Longbride, cerca de Birmingham.

El pasado 19 de noviembre, y como consecuencia de un panfleto distribuido por Robinson entre sus compañeros de trabajo, en el que atacaba un plan de recuperación propuesto por la compañía y aprobado abrumadoramente por la fuerza laboral de Leyland, el presidente del gigantesco complejo automovilístico, el australiano sir Michael Edwards, cortó por lo sano y, tras consultar con el consejo de dirección, ordenó el despido del convenor.

Edwards dio a entender que la elección era clara: «o Robinson o yo». Los trabajadores optaron por su presidente, y un intento de huelga de apoyo al despedido terminó en fracaso. El poderoso sindicato de mecánicos, la Amalgamated Union of Engineering Workers, presidida por un sindicalista moderado y con una ejecutiva calificada de derechas, nombró una comisión de tres especialistas para dictaminar si el despido había sido justificado.

Entre tanto, el presidente de Leyland hacía un balance de la actuación de Robinson en la compañía: 523 conflictos colectivos en tres años y la pérdida de producción de 113.000 motores y 62.000 coches, por un valor de doscientos millones de libras (unos 30.000 millones de pesetas).

La comisión sindical anunció el jueves su veredicto, y aunque reconoció que tenía serias objeciones a la conducta de Robinson, sin embargo, declaraba que el despido y la forma en que se había realizado no eran de recibo. Instaba, por tanto, a la compañía a readmitir a Red Robbo.

El viernes, la dirección de Leyland anunciaba, tras una reunión de urgencia, que el informe sindical no contenía «ningún elemento nuevo» y que no había lugar a la readmisión del despedido. El director de la división de automóviles, Ray Horrocks, declaraba a los periodistas que «los antecedentes del señor Robinson hacen imposible su readmisión en British Leyland».

El sindicato de mecánicos se sintió herido en su susceptibilidad, ya que no se trataba de un caso de despido, sino de un enfrentamiento entre la compañía y una decisión de la ejecutiva de uno de los sindicatos más poderosos. El resultado ha sido una apelación sindical a sus 8.000 afiliados en la planta de Longbride -plantilla total, 20.000 trabajadores- para que inicien la próxima semana una huelga.

Leyland, que últimamente ha ganado todas las votaciones planteadas entre sus trabajadores, confía que esta vez el apoyo sindical no sea total y pueda seguir adelante con la producción en Longbride, donde se está fabricando el nuevo modelo de Mini, pieza fundamental del plan de recuperación de la compañía.

La fuerza laboral está dividida. Mientras que la mayoría no oculta sus pocas simpatías hacia el despedido, los trabajadores aducen que se les hará «muy cuesta arriba» cruzar las líneas de piquetes de una huelga oficial declarada por su sindicato.

La solución se conocerá la próxima semana, después de una reunión de los enlaces sindicales con sus afiliados. British Leyland ha anunciado que una huelga en los momentos actuales puede traducirse en un despido inasivo de hasta 5.000 trabajadores.

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