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Rudy Jordache, punto y seguido

Rudy Jordache (Peter Strauss) corre tras Anthony Falconetti (Dimitra Arliss) y le encañona. Va a acabar una historia de persecución del mal por parte del hombre que reclama para sí la justicia. Dispara Jordache y Falconetti se tambalea y cae. Parece muerto. Ha vencido Jordache, queda salvada la justicia. Cansado, con ese gesto adusto que sólo cambiaba cuando la mirada de alguna de sus mujeres le servía de reposo, se aleja del presunto cadáver, pero éste se incorpora lentamente y es ahora Falconetti quien encañona al senador, le dispara y Jordache cae abatido.

Los dos parecen muertos, pero la serie acaba y queda la incógnita sobre el verdadero fin de ambos. Sólo las noticias de una radio que suena cuando cae, el senador ayuda a que la segunda parte -la que terminó anoche- de la serie televisiva Hombre rico, hombre pobre tenga algo parecido a un happy end: la radio dice que en el Senado norteamericano se ha reivindicado el nombre de Jordache, al que Charles Steep, corruptor de la Administración americana, había puesto en entredicho.El senador Rudy Jordache sigue dejando en suspenso a los televidentes españoles, porque al final del último episodio de la serie en que es personaje principal no aclaró ayer si sigue vivo o ya está muerto para la historia que ideó el novelista Irwin Shaw.

La sinopsis del episodio, que anoche debió haber visto la mayor parte de la potencial audiencia, televisiva española, fue tan inquietante como el resto de esta segunda parte de Hombre rico, hombre pobre, centrada en una lucha cuerpo a cuerpo entre el bien y el mal.

¿Quién ganó? ¿Falconetti, es decir, su sueño, Charles Steep, el industrial que creó un imperio gracias al oro nazi y que con ese dinero corrompió a la Administración americana? ¿O ganó Rudy Jordache, el intrépido senador de la nueva frontera, el hombre rico de la historia, que usa su dinero para reivindicar al hombre pobre.

Para beneficio de la tensión, no ganó nadie. La tercera parte de la obra, que ya preparan los norteamericanos, despejará la incógnita. La nueva serie se titulará Los herederos, y el suspense que sobre sus capítulos iniciales se mantiene no se produce tanto por conocer el porvenir de Rudy, sino por descubrir si, por fin, es verdad esa noticia de que Peter Strauss, el actor de 32 años que encarna al cuarentón senador demócrata, continúa o no en los próximos episodios.

Con el Rudy Jordache de la ficción y el Peter Strauss de la realidad ha ocurrido en España lo que pasa en Norteamérica con los políticos, cuyos actos suelen ser, antes que nada, su propia imagen. La figura que ha dado Strauss en la televisión es la de un varón justiciero que peca, toma whisky y sólo se duerme cuando le cansa el trabajo y los papeles le vencen sobre el mullido sofá del apartamento, el lugar que el guerrero ha blindado para su descanso.

Esa imagen no volverá a la pantalla, porque Jordache, en efecto, parece haber muerto ayer, y con él Peter Strauss, que se coloca tras las cámaras, produciendo la nueva serie en la que sus herederos serán los que prosigan la lucha.

Hasta ayer era Hombre rico, hombre pobre el primer programa en el panel de audiencia de TVE. En la última semana, Jordache-Strauss tuvo una encona da competidora: Gina Lollobrigida, cuya película Buenas noches, señora Campbell estuvo pisándole los talones. La acogida dispensada a la serie ha tenido un reflejo sociológico bastante importante, porque las aventuras de Jordache se han convertido en tema de conversación cotidiano en todos los ámbitos. Una anécdota escolar ilustra la repercusión de este trabajo televisivo Un padre de familia había prohibido a sus hijos que vieran el programa, en el que la violencia, la bebida -la cantante toma champaña, el senador toma whisky, como su hijastro, Billy Abbott- y el sexo se mezclan en una sabia y comercial combinación. Los niños desarmaron al padre con este argumento: «¿Cómo podremos mañana seguir cualquier conversación en el colegio si no vemos la serie y de lo único que allí se habla es de Jordache?»

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