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Revisión crítica de las instituciones matrimonial y familiar en las III Jornadas Feministas

Una revisión crítica de la institución matrimonial, de la institución familiar y de la educación discriminatoria hacia la mujer, que actualmente se imparte en las escuelas españolas, fueron los tres grandes temas abordados ayer en la sesión inaugural de las Il Jornadas Feministas Estatales, que se están celebrando en Granada y que finalizarán mañana domingo.

Durante los debates se pusieron de manifiesto algunas de las contradicciones y conflictos con los que se enfrenta hoy el movimiento feminista. Por un lado, se expresó que el matrimonio y la familia son instituciones rechazadas por prácticamente la totalidad de las 1.500 mujeres que asisten a las jornadas, mientras que, por otro lado, estas mismas mujeres manifestaron que diariamente la gran mayoría de las españolas siguen casándose y siguen formando familias. La Asociación Gallega de la Mujer sometió a revisión crítica la frase habitual con que las parejas progres justifican su matrimonio: «Yo me caso, si total para mí el matrimonio no significa nada y así me ahorro problemas con la familia, el trabajo o los vecinos». Para las feministas gallegas, la única ley válida para una vida en común entre un hombre y una mujer, un hombre y otro hombre, una mujer y otra mujer, es simplemente el acuerdo de esas personas para vivir juntas. «Recurrir al matrimonio, aunque sólo sea para evitar problemas con la familia o la sociedad», manifestaron las gallegas, «tiene el inconveniente de que se está aceptando una norma social cada día más desprestigiada y se está aceptando además que otras formas de convivencia son menos viables.»Aún así, lo más grave -a juicio de las feministas gallegas- es casarse por la iglesia, porque esto significa «fomentar el que esta institución siga interfiriendo en los asuntos civiles y significa también aceptar, por más que sea formalmente, las ideas brutalmente antifeministas que la Iglesia sustenta». Por esta razón, «frente al matrimonio religioso, oponer el matrimonio civil es un cierto avance que no debemos despreciar, sobre todo en el caso de la amplia mayoría de la gente, para la que el salto entre casarse y no casarse le resulta un triple salto mortal».

Cuando este tema se sometió a debate, hubo constantes intervenciones, que, en síntesis, podrían reducirse a dos: las partidarias de destruir la institución matrimonial y familiar por impedir el libre desarrollo de las personas, y las partidarias de, sin abandonar este horizonte, plantearse temas a corto plazo, ya que la inmensa mayoría de las mujeres están integradas en las normas tradicionales. Este último punto también fue reconocido por las feministas gallegas en su manifiesto: «No decimos que haya que emprender hoy la batalla frontal contra el matrimonio, porque para miles de mujeres casarse es la realización de sus aspiraciones y quedarse solteras es socialmente un síntoma de fracaso para la mujer. Carecemos de fuerza en el momento presente», concluyeron, «para lanzar una batalla de tal magnitud.»

Otras intervenciones se pronunciaron en el sentido de que «odiamos el matrimonio y sin embargo nos casamos. ¿Por qué nos pasa esto?». La otra ponencia desarrollada ayer, «Mujer y educación», denunció la discriminación que sufren las niñas en los libros de texto: «Frente a la imagen del padre, que trabaja fuera de casa, que da órdenes, lee el periódico, fuma puro o pipa e infunde respeto... la madre barre, cocina, cuida los enfermos y realiza todas las tareas domésticas. La hija aparece ayudando a la madre en tareas de limpieza, mientras su hermanito juega. La familia aparece junta en la comida, rezando, en excursiones (y aquí preparando la comida campestre) y viendo la televisión.»

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