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El concierto más triste la historia del "rock"

En la madrugada del lunes al martes, y durante la gira americana del grupo The Who, se produjeron once muertos y un número indeterminado de heridos, cuando una avalancha de público se lanzó contra las puertas del Riverfrotn Coliseum de Cincinnati para coger un buen sitio. El concierto se celebró, a pesar de todo, en previsión de desgracias aún mayores. Los Who, cuya violencia escénica y vital aparece en sus dos películas recientemente estrenadas, Tommy y The kids are allright (cuya critica conjunta aparece en la página 33 de este número), no tuvieron parte en esta desgracia. Las causas que la produjeron, la histeria y la falta de solidaridad más primaria, hubieran surtido el mismo desdichado efecto si allí hubiera estado el grupo más blando del mundo.

En la madrugada de ayer, muchos fans nuevos y muchos nostálgicos de los sesenta acudían al reclamo del grupo rock que con más publicidad ha contado en estos tiempos: The Who, paradigma de la violencia en escena. Una violencia que se dirigía contra las cosas, que rompía guitarras, baterías, habitaciones de hotel, coches o lo que se pusiera por delante. Una descarga de adrenalina nihilista que destruye hasta lo más querido, porque hasta eso está contaminado por unos intereses que no son los de una persona libre. Eso eran The Who.Esa noche, y en el seno de su gira americana, el grupo recalaba en Cincinnati (Ohio), en cuyo Coliseo Frente al Río había de tener lugar uno de los conciertos de dicha gira. Cuando llegó el momento, y por causas todavía no explicadas, la avalancha de público intentó llegar el primero para coger sitio, para acercarse al ídolo, y algo falló. Cientos de personas quedaron atrapadas como moscas contra una pared. Una pared que eran ellos mismos, cayéndose, pisoteándose, gritando y asfixiándose. Once muertos y una cantidad incalculable de heridos. Gente que ya no pudo ver el concierto de The Who, realizado, a pesar de todo, en previsión de que las desgracias no se multiplicaran. Tal vez parezca duro. Tal vez parezca extraño que mientras las ambulancias se dirigían al hospital para intentar recuperar a los heridos y blancas sábanas ocultaban los cuerpos de los muertos en plena calle, The Who cantaron My Generation, y la policía recogiera los despojos de una batalla absurda y que, en cualquier caso, tiene un culpable.

Lo primero que apetece, y lo más fácil, es cargar a The Who con la responsabilidad del suceso. Las agencias de noticias relacionan la violencia de la que hablábamos al principio con la histeria de unos admiradores que, siguiendo unas pautas sociales muy contrastadas, son capaces de pisar al vecino para conseguir un propósito, aunque sea tan nimio como coger buen sitio. Si en el festival de Altamont, hace ahora diez años, la estupidez de los Rolling Stones contratando (o aceptando) a los Angeles del Infierno como servicio de orden causó la muerte a cuchilladas de un joven en plena época hippy, The Who catalizaban en sí mismos toda la violencia que almacenaban sus espectadores, quienes, por lo general, permanecían obnubilados y un tanto mudos ante algo que les rebasaba por completo. The Who cristalizaban la violencia-ambiente, precisamente porque la hacían real y viva y, con ello, descargaban la agresividad de quienes habían ido a verles.

No existen todavía demasiadas noticias que lo expliquen, pero, en todo caso, el hecho de producirse una avalancha a la entrada de un concierto no resulta tampoco nuevo en nuestro país. Y acusar a un grupo de ello son ganas de echarle la culpa al empedrado. Los responsables, por lo general, suelen ser los organizadores; ellos son los responsables de prever al máximo la posibilidad de que se produzcan hechos como los de Cincinnati.

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