El etiquetado de los productos dedicados al consumo directo carece de exactitud y claridad
«La información, propaganda, publicidad, rotulación y etiquetado de los alimentos, bebidas y productos alimentarios se redactará, de forma que no deje lugar a dudas respecto a su verdadera naturaleza, composición, calidad, origen, cantidad, tratamiento general a que ha sido sometido y otras propiedades esenciales de los mismos.» Eso es lo que dice la norma general establecida por el decreto 336/75. Es la teoría. La realidad, la que nos encontramos al ir al mercado todos los días, es diferente. La principal información, la más directa, el etiquetado, en el 84% de los casos tiene fallos. G. Inchorbe ha analizado las etiquetas de 128 productos, sólo como ejemplo. Evidentemente, no son todos los que están ni están todos los que son.
Exactitud y claridad han de ser las líneas maestras del etiquetado. Debe dar la información que el consumidor necesita, redactados en forma comprensible. «Queremos saber lo que compramos», nos decía una ama de casa en el supermercado. Y es que no sirve para nada que en un paquete de pastas se nos diga que son «muy nutritivas», si luego no aparece la composición por ningún lado. Tampoco nos ayuda demasiado una relación de ingredientes en inglés e italiano. La legislación es clara: «Los datos obligatorios de identificación de los alimentos o productos alimentarios que se comercialicen en España se expresarán necesariamente en español.» Conservas Briz, por ejemplo, no parece que se haya leído el punto 2.3 del mencionado decreto.Para no comprar a ciegas, entonces, la primera ayuda la encontraremos en las etiquetas. Pero veamos. La niña vuelve del colegio y le pide a su padre que le compre una chocolatina, un caramelo o algo parecido. Una tableta de color verde le llama la atención. Por su anverso dice: «Turron-Toffees star»; Por el reverso indica que los ingredientes son «azúcar, glucosa, lecitina, grasa vegetal, leche, aromas colorantes naturales y almendras», y que el peso medio es de cincuenta gramos. ¿Será entonces una pequeña tableta de turrón? La niña quita parte de la envoltura y se encuentra que sólo son ocho caramelos con sabor a turrón. ¿Han olvidado entonces que la legislación dice que «la denominación deberá indicar la verdadera naturaleza del producto»? Es más, el decreto matiza: «Cuando exista más de un nombre para un mismo alimento, deberá utilizarse siempre la denominación más usual, con independencia de otros. » Y unos caramelos siguen siendo unos caramelos, aunque sean de turrón.
Decididamente los consumidores tienen derecho a la información. Esta, de ningún modo puede considerarse como una necesidad muy securidaria, a pesar de que algún comerciante nos decía que, «eso nadie lo mira». Será por esta razón, quizá, que los resultados de nuestro análisis sean tan desalentadores: el 16% de las etiquetas carecían de número de registro de sanidad; el 8 % no indicaban la composición; el 3 %, no mencionaban el contenido; otro 3 % no indicaban el lote para poder ser identificados en el mercado, el 24% no indicaban fecha ni de fabricación ni de caducidad, el 7 % no hacía mención a la forma de mantenimiento o de preparación, el 3 % de las etiquetas están en contacto con el producto y otro 3 % carecen totalmente de indicaciones.
Pero por encima de todas estas cifras hay una conclusión más importante, sin excepción, todos los envases y etiquetas muestran una mayor preocupación por el aspecto publicitario que por el informativo. Para no estropear la estética de la caja de «la buena María Fontaneda», las indicaciones de composición, registro de fabricante y sanidad han sido colocadas en la parte de abajo, donde pasa totalmente inadvertida al consumidor. Y no busque y rebusque el contenido neto porque no lo tiene, mientras que sabemos que son galletas gracias a la foto del envase, ya que tampoco lo dice claramente. «Los datos que figuren en los productos, coberturas, envolturas, embalajes, envase, cierres o precintos deberán aparecer con caracteres claros, bien visibles y fácilmente inadvertida al consumidor», establece la legislación. «Esta información», agrega el decreto, «no deberá estar enmascarada por dibujos ni por cualquier otro texto o imagen, escrito, impreso o gráfico.» Por otro lado, «las letras empleadas en la denominación del alimento deberán ser de un tamaño que guarde relación razonable, incluso con el texto impreso más destacado».
En este sentido, muchos fabricantes deberían revisar su concepto de «razonable» y «claramente legibles».
A juzgar por las etiquetas, a los fabricantes no les importa demasiado que una botella de leche pueda ponerse en mal estado con el paso del tiempo o que un paquete de margarina, nata montada o queso fresco haya sido fabricado seis meses atrás. La indicación de fecha de caducidad o la de fabricación d el producto es fundamental para proporcionar al consumidor la información respecto a si lo que está comprando se encuentra dentro de los períodos lógicos de conservación. En nuestro recorrido nos hemos encontrado con algunas sorpresas. Las cajas de leche Pascual indicaban como fecha de caducidad «2-80», y la nata esterilizada de Reny Picot, «cad. 3-80» (en este último caso estaba en la base del envase y tuvimos que buscarla expresamente hasta encontrarla). ¿Puede un derivado de la leche mantenerse cuatro meses en perfecto estado? Además, ni siquiera tenía número de registro de sanidad, ya que indicaba «en trámite».
También, a pesar de que la normativa dice que «la fecha de envasado o caducidad deberá expresarse claramente, sin utilización de claves», en las cajas de doce envases de leche Reny Picot la única indicación visible, y que podría ser la caducidad, es un tampón que dice «B3179» o «A3049». Por otra parte, si se trata del número de lote, ¿dónde está la fecha de caducidad? Pero, para ser justos, debemos mencionar el completísimo etiquetado de la mantequilla de Montaña Leonesa o el del queso fresco Dhul.
La legislación tiene muy pocas prohibiciones -sólo cuatro-, y la primera es para decir que no se permitirá «cualquier impresión o grabado en la cara interna del en vase o envoltura que esté en contacto con los alimentos». Hecho que, al parecer, se lo han pasado, por alto los fabricantes de pastas italianas frescas Alit, que han colo cado en contacto con los alimentos una etiqueta que, con el tiempo, se empapa de grasa. El etiquetado de las conservas es, sin duda, el más confuso. No se trata de que falten datos, ya que de quince marcas analizadas sólo cuatro presentan deficiencias importantes, sino que la profusión de frases -en varios idiomas, generalmente- entremezcladas, las letras en caracteres pequeñísimos y las imágenes impiden cualquier comprensión rápida e inmediata del etiquetado.
La indicación de fecha de fabricación o lote no le sirve para nada al consumidor: HOT 1307, LMA 4, TM2,12L, 18U.... son ejemplos. Esta cifra aparece siempre en el envase y permitiría, en caso necesario, retirar del mercado una partida en malas condiciones. Su presencia es obligatoria de acuerdo con el apartado 5 de la legislación, aunque durante nuestra búsqueda nos encontramos con que el foie gras de Apis y los mejillones en escabeche Friscosno lo tenían.
Muchos son los datos de un buen etiquetado, pero también es necesano que el consumidor empiece a aprender a interpretarlos correctamente. Muchas veces, el sentido común no es suficiente; otras, el exceso de confianza lleva a no observar las indicaciones de conservación o forma de empleo.
Limpieza sin etiquetas
Comprar productos de limpieza por las etiquetas es una verdadera aventura. Prácticamente todos contienen sustancias tóxicas, pero muy pocos lo indican; el modo de empleo es siempre incompléto... En este sentido, ninguna de las etiquetas que hemos analizado era totalmente correcta desde el punto de vista de información al consumidor.
Así, los productos a base de sustancias tóxicas -como los ínsecticidas o matarratas- deberían llevar la inscripción: «Veneno.» Otros, como los que contienen amoniaco, sosa cáustica, ácidos.... deben ser reconocidos por la mención de «Peligrosos». En algunos casos es imprescindible la relación de precauciones que debe tomar el usuario durante su manipulación. Lo malo es que esto se cumple sólo en el 58% de los casos, de los que habría que descontar un 25%, ya que su inscripción es tan defectuosa que su utilidad es nula.
Por otra parte, el fiombre y dirección del fabricante (indispensable para el médico en caso de accidente) aparece poco claro, o no aparece, en muchas de las marcas,
La forma de uso y almacenamiento tampoco está considerada seriamente. En el 17% de los casos carece de ellas totalmente, mientras que del 83% restante sólo el 25% es verdaderamente informativo. Resaltar las excelencias del «doble poder, doble amoniaco», puede ayudar a vender, pero no indica que ese producto puede resultar un peligro en ciertas condiciones. ¿Es suficiente que un bote de lejía advierta: «manténgase fuera del alcance de los niños.»?
Abundan en este tipo de productos los colores vivos y los diseños esquemáticos, que muchas veces inducen a error, porque un fresco limón no es la representación más exacta de un líquido lavavajillas (nocivo).
Vestimentas desnudas
Hablando de etiquetado no podemos olvidarnos del importante aumento de la presencia de fibras artificiales y sintéticas en las prendas de vestir. Aquí, la desorientación y el confusionismo del consumidor también son evidentes. ¿Qué duración tendrá esta camisa, cómo habrá que tratar este pantalón, se podrá planchar este vestido ... ?
La respuesta sólo la puede dar un correcto etiquetado: composición, conservación, cualidades, deben indicarse claramente. Además la etiqueta de los textiles deberá ser resistente a los tratamientos a que será sometido el artículo, estará en un sitio fácil de encontrar, no debe ser transparente al exterior ni estorbar.
Si esto se cumple, el consumidor sabrá valorar lo que realmente le conviene comprar y lo que le están vendiendo. EL PAIS ha revisado las etiquetas de 43 prendas, y ninguna de ellas cumplía los requisitos arriba mencionados. Un traje de El Corte Inglés o una chaqueta de Pierre Cardin llevaban una etiqueta con la inscripción «Pura lana virgen», al igual que un jersey de Rossell indicaba «Lana 100 X 100». Una camisa Corthy hacía referencia a «Poliéster con mezclas», y un pijama Sampons mencionaba «No se plancha».
En definitiva: alimentos, productos de limpieza o prendas de vestir, todos deficientemente etiquetados. Y no hay que olvidar que el ama de casa se gasta anualmente el 70% de la renta nacional. El 40% del presupuesto familiar se emplea en alimentación, y un 10%, en calzado y vestido. Por eso, la información, según el Instituto Nacional del Consumo, es uno de los instrumentos indispensables para que el ama de casa, para que los consumidores en general, puedan llevar a cabo el papel que les corresponde de forma consciente y responsable. Habrá que empezar entonces por el etiquetado.
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