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Reportaje:Las elecciones del domingo en Portugal

La Victoria se juega en la batalla de Lisboa

«Portugal es Lisboa, y el resto, paisaje.» En sus giras electorales por las provincias, los dirigentes de todos los partidos portugueses no omiten nunca esta frase, símbolo del centralismo y del megalomanismo de la capital, pero en esta «hora de la verdad» democrática que es la campaña electoral, todos actúan de la misma manera: hay que conquistar Lisboa, porque es aquí donde se juega la victoria.

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Con sus 1.496.878 electores y sus 56 diputados, es Lisboa consciente de tener entre sus manos la balanza parlamentaria, pero se mantiene distante de la batalla de los estados mayores partidarios.Con excepción de los comunistas, todos los demás partidos confiesan su desconcierto: el electorado de Lisboa está «frío» y responde sin entusiasmo a los llamamientos de los partidos que alinean en la batalla electoral en esta ciudad a sus máximos dirigentes: Mario Soares, por el PS; Cunhal, por el PC; Sa Carneiro, Freitas do Amaral y Ribeiro Telles, por el PPM. Y las pequeñas formaciones no se quedan atrás, ofreciendo sus principales figuras -a veces las únicas conocidas a escala nacional-, Lopes Cardoso, líder de la UEDS; el «gran educador», Arnaldo Matos, del PCTP (ex MRPP); el comandante Tomé, «capitán de abril» y cartel electoral de la UDP, y para el ultraderechista PDC, el no menos famoso director del semanario A Rua.

Pero aquí, como en el resto del país, la batalla reñida es entre tres partidos: socialistas y comunistas, que acapararon juntos 39 de los 58 mandatos de Lisboa en las pasadas elecciones, y Alianza Democrática, que debe conquistar aquí la mayor parte de los escaños que pueden proporcionarle la mayoría absoluta en el próximo Parlamento.

El "cinturón rojo"

Pero Lisboa no es una unidad homogénea. Dos fronteras físicas separan la ciudad de su famoso «cinturón rojo»: una, elTajo, más allá del cual se extiende la gran concentración industrial prácticamente ininterrumpida hasta Setúbal, y rodeando la ciudad, el «muro de la verguenza», es decir, los barrios de chabolas, que separan la capital de sus modernas «ciudades dormitorios».En la Lisboa propiamente dicha, el PC marca su presencia con efícacia y organización, pero la lucha se centra más bien entre socialistas y Alianza Democrática. En el cinturón es todo lo contrario: AD debe limitarse a rápidas incursiones, y el PS y el PC dan aquí toda la medida de sus rivalidades, de sus rencores.

Mario Soares tenía razón cuando dijo que cualquiera que haya asistido a un «ajuste de cuentas» entre socialistas y comunistas en un barrio o en una fábrica de la zona industrial de Lisboa deja de creer para siempre en una reconciliación posible a corto o medio plazo, entre los dos partidos de la izquierda.

«Aquí estás en el terreno de la APU» (alianza dominada por los comunistas). «Fuera de quí, traidor de la clase obrera», «Mario Soares, ¿qué hiciste de la reforma agraria?», «¿Dónde están las casas que nos prometiste?». Estas son algunas de las frases que el secretario general del PS ha tenido que oír, en sus incansables visitas a pie, por barrios, fábricas y calles,donde fue acogido, invariablemente, por grupos numerosos de trabajudores con emplebas comunislas en la solapa.

Cuando consiguió entrar en las fábricas -algunas le cerraron pura y simplemente sus puertas-, Mario Soares supo, casi siempre, vencer el hielo, establecer el diálogo: «El camarada Curihal les va a echar un rapapolvo», dijo a un grupo especialmente agresivo, recordando que horas antes, y no muy lejos de allí, el secretario general del PCP había hecho un llamamiento a la unidad de la izquierda para vencer a «la derecha reaccionaria y salvar la democracia».

Mario Soares está convencido de que la hostilidad de los comunistas en su feudo del cinturón de Lisboa es el mejor triunfo de su partido. El electorado moderado ha podido comprobar, de hecho, que no hay peligro de que se llegue a un «frente popular» y que los comunistas siguen considerando, en la práctica, al PS como su adversario.

Claro que los habitantes de las chabolas continúan viendo al PS como el partido de Gobierno, y le hacen responsable de todas las promesas no satisfechas. En un mercado tuvo que oír las recriminaciones de las amas de casa: «¿Y los precios, y los salarios?», «¿Dónde están las escuelas y los hospitales?». «Si me piden esto a mí, es porque saben que vamos a ganar otra vez, que vamos a formar Gobierno, y que, en relación a los que vinieron después, los Gabinetes socialistas hasta parecen buenos ... », asegura el dirigente socialista. Pero es necesario todo el optimismo contagioso de Mario Soares para tranquilizar a los militantes socialistas. Ellos, mejor que nadie, sienten que el partido no pisa terreno firme entre los trabajadores. La alternativa socialista, en el campo sindical, ha sido «comida» por la derecha: Alianza Democrática se ha comido a la joven UGT y colocado a su presidente como candidato a diputado por Setúbal. Un escándalo, sin duda, que motivó una protesta de la dirección de la UGT, pero que deja confusos a los sindicalistas socialistas.

El difícil voto de la pequeña burguesía

La mayor parte del electorado de Lisboa lo componen las clases medias bajas, centenares de millares de empleados y funcionarios públicos, que han aprendido, desde hace mucho, que no es nada bueno estar en el lado opuesto al poder e intentan adivinar de qué bando se inclinará esta vez la balanza, y decidir en consecuencia. Las manifestaciones en la calle se han señalado con un «empate a uno»: no hubo diferencia sensible de números entre la convocada por el PS y la que convocó la AD. El PCP sólo se limita a compararse consigo mismo. No ha perdido nada de su capacidad de movilización.Alianza Democrática quiere ofrecer la imagen del poder que emerge: ha jugado a fondo la posición inmensamente favorable que ocupa en el control de los medios de comunicación de masas: prensa, radio y televisión tanto públicas como privadas Sus carteles tienen un tono ligeramente amenazador: «Vota AD es más seguro ». Pero tal vez allí este tipo de campaña puede costarle caro: cuando se es funcionario público, o empleado de una empresa estatal, es difícil escuchar sin preocupacíón, en los mítines de AD, hablar de un «barrido a fondo» en el aparato del Estado. Hubo nepotismo, corrupción, escándalos, pero en un país que cuenta con más de un 10% de parados. no es muy hábil hablar de depuraciones, de eliminación de «efectivos parasitarios», de reducción de plantillas. Acaso por eso los sondeos -cuyos resultados son comentados de boca en boca- revelan que el mayor porcentaje de respuestas van al apartado de «indecisos».

La pequeña burguesía, la que vio su nivel social rebajado por la inflación y al borde de la proletarización, en realidad, ya se decidió: estuvo con AD en su manifestación y votará por la recuperación de su nivel de vida. Los comerciantes, aunque víbren con los discursos en favor de la propiedad privada, no ignoran que su prosperidad se debió mucho a los aumentos de salarios, que los grandes empresarios sueñan con eliminarlas pequeñas tiendas y poblar la capital de supermercados. Los erripleados, los asalariados, que componen el 87% de la población activa, dudan. Después de todo, el voto es secreto. Como me aseguraba un vendedor de emblemas instalado a la entrada del metro, muchos llevan el de AD en la solapa para que el jefe lo vea, pero después vota PS, porque más vale «lo malo conocido que lo bueno por conocer». Los comunistas, ellos sí, están seguros y decididos: llevan el emblema de su partido, han ganado, con creces, la «olimpiada de colocación de carteles y afirman que el domingo aumentarán sus votos: mejor que la vez anterior, y menos que en 1980 ... ». «Los comunistas somos pacientes y muy obstinados», decía un viejo militante. «Hemos aguantado las reacas medio siglo... La victoria es difícil, pero es nuestra.»

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