La excomunión de Galileo
El eco que ha tenido en diversos órganos informativos la declaración del papa Juan Pablo II, aceptando la responsabilidad de la Iglesia en el caso de Galileo, me parece desmedido. Como reconoce el corresponsal de EL PAÍS en Roma, «este gesto del papa Wojtyla ha vuelto a regalarle las primeras páginas de los periódicos».Es lamentable que también ustedes hayan caído en la trampa de hacer el juego a la propaganda pontificia. Por lo visto, la burocracía vaticana, debido a los enormes recursos con que cuenta, es capaz de los mayores malabarismos. No nos enganemos: como toda estructura que persigue el poder, el Vaticano parece que no tiene mayores escrúpulos en usar de las personas; primero puede destruir a Galileo para salvaguardar su tinglado, que amenaza con derrumbarse, y luego reivindicarlo para alinearse entre los mecenas de la ciencia.
Como Juan Pablo II ha recordado (siempre según su periódico), la ciencia exige libertad de investigación y debe sentirse libre «del poder económico y político». Uno añadiría también que del poder religioso.
El mejor servicio que podría hacer Juan Pablo II a Galileo no es levantarle la excomunión, sino dejarle con ella. La excomunión de Galileo Galilei -su marginación- es uno de los timbres que honran al sabio ante la historia.
Por otra parte, ¿a quién sirve esa reivindicación póstuma? Ni siquiera a la misma Iglesia, que, cerrando ese caso con un «final feliz», no habría hecho más que ponerse una venda ante los ojos. Tal Como está, el caso Galileo es una continua voz de alerta contra todos los fanatismos que encuentran en la religión su caldo de cultivo.
Mejor que a exhumar procesos históricos sería que la Iglesia se dedicase a desmontar sus aparatos inquisitoriales, hoy como siempre en pie, y a aportar de una vez soluciones más humanas a los problemas con que la humanidad se ve enfrentada hoy. La homosexualidad, uno de ellos.
Esa sí, estimo, seria una forma adecuada de honrar a Galileo.
(ex carmelita descalzo)
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