El público de Sevilla abucheó a Iríbar
En Sevilla -campo Sánchez Pizjuán-, los goles que le marcaron a Iríbar fueron coreados con gritos de «¡España! ¡España! ¡España!» En Gijón, el presidente del Barcelona, José Luis Núñez, fue abroncado repetidas veces y el equipo del emperador de los chaflanes, que incluso había llegado a igualar el partido, después, tres goles de sangre tuvo y se murió de perfil. En Málaga, dos espectadores iracundos lanzaron botes al terreno de juego. La denuncia del propio público facilitó su detención por la policía. A Luis de Carlos, en Sarriá, hubo quien le abucheó, pero a la salida fue aplaudido y oyó gritos de «¡Fuera Núñez!» En Roma fue peor, hubo un muerto a causa de un cohete; se enfrentaron el Lazio y el equipo de los misinos.
Antes, el Athlétic era Iríbar y diez más. Ahora los años le pesan al meta vasco y los públicos ya no le perdonan ni una. Pero las broncas a Iríbar no van sólo por la vía deportiva. Antes, en cualquier campo era recibido con una ovación cuando ocupaba la portería. Ahora le gritan «iEspaña! iEspaña!» cuando le meten el balón por el rincón de las ánimas. Iríbar se ha convertido en la cabeza de turco de los antiautonomistas. En Sevilla le pasaron una factura inexplicable.Siempre se dijo que el fútbol era la válvula de escape que encontraban los españolitos una vez cada quince días. El fútbol era como el ogino de la política. Permitía la expansión del personal, pero sin alto porcentaje de riesgos. Ahora que no hay control, porque hasta de las tabernas ha desaparecido aquello de «prohibido hablar de política», parece que el fútbol deviene en agora multitudinaria. Lo del Sánchez Pizjuán a Iríbar y al Athlétic huele a venganza jomeinista.
Al presidente del Barcelona se la formaron en Gijón, pero los abucheos tuvieron distinto signo. La gente le hacía a Núñez gestos de burla por cuestiones de dinero. No está claro, sin embargo, si la mofa monetaria iba por los grandes desembolsos del club, por los millones que se le suponen al emperador de los chaflanes o por las pesetas que dejarán de percibir algunos clubs a costa del tema televisivo.
El otro presidente contestado fue Luis de Carlos, pero, como es natural, en Sarriá no podía sufrir grandes sofocos. Fue cosa de unos pocos. Al final del partido, Luis de Carlos, ya en la calle, fue vitoreado y hasta le regalaron los oídos con gritos de «¡Fuera Núñez!» En el campo de los periquitos nada de particular tiene que se grite en contra del presidente culé. Lo lleva el argumento de la obra.
En Sarriá, los goles del Spórting fueron seguidos a través del marcador con gritos de «¡Hala, Madrid!» El Español es simplemente segundón y, por tanto, no puede mantener con el Madrid rivalidad caliente. Los problemas son con los de la casa de enfrente.
El señor Plaza, presidente del Comité de Arbitros, quiso obrar con prudencia al sustituir a Condón Uriz por García Carrión en el partido Spórting-Barcelona. Entendió el presidente arbitral que las declaraciones de Condón Uriz podían ser motivo de discordia. El árbitro navarro lo único que hizo fue defender a su clase, en contra de las suspicacias del presidente barcelonista, para quien algunos jueces esconden camiseta merengue debajo de la casaquilla negra.
Hemos ido a parar otra vez a la censura. Es casi costumbre que los árbitros carezcan del mínimo derecho a la autodefensa. Los árbitros siguen siendo los parias del fútbol y parece que la situación va para largo. Los árbitros, todos, tienen perfecto derecho a defenderse públicamente de las insensateces de cuantos buscan justificar sus propios errores con los del árbitro.
A los árbitros no se les puede negar un derecho que pertenece a todos los españoles. Las normas federativas, que sufrirán una notable reforma para adecuarse a los tiempos presentes, deberán tener en cuenta principios fundamentales. Y ninguno de ellos puede privar de libertad de expresión a los árbitros.
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