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Las llaves del reino

Era el título de una vieja novela o película, no recuerdo, y el otro día se ha hecho realidad en una anécdota real de don Juan Carlos, que me permito traer aquí por lo que tiene de viva estampa personal de un monarca que acaba de ganar dos batallas autonómicas contra esto y contra aquello.Y, asimismo, porque uno es dado a la alegoría, como ya le expliqué en tiempos a mi querido Reguera/cuerpo, siendo él ministro de la cosa, por una inercia franquista, ya ven, o sea que Franco sólo nos dejaba la alegoría, a los escritores, para ir viviendo, o sea la escritura indirecta, simbólica, la crítica parnasiana que no podía llegar (creía él) a la inmensidad obrera con boina. Franco nos hizo buhoneros de alegorías, a los escritores, durante cuarenta años. Con un par.

De ahí que me seduzca, y ahora para bien, la anécdota reciente de don Juan Carlos, que, en una de sus andanzas por España, invitado en una casa y familia, se retira a las habitaciones que le han sido asignadas, después del almuerzo, y vuelve en seguida con dos cañoncitos de hierro en las manos:-Perdona, oye, pero no sé qué manos tengo -le dice a la dueña-. He roto las llaves.

Las llaves del reino, me digo yo ahora, las dos alegóricas llaves -libertad y democracia-que Juan Carlos I ha querido utilizar, no para cerrar España, sino para abrirla sin invocar a Santiago ni a su caballo, que ya tenemos la democracia muy complicada de caballos, desde que Guerra sacó de la cuadra al de Pavía, como un Villapadierna socialista que sacase su jaca favorita para llevarla a correr al hipóciromo.

Dos llaves de armario que han perdido los dientes. Dos llaves del viejo aparador de Espana. A la libertad le ha roto los dientes el terrorismo, y a la democracia le ha roto los dientes el paro. Mayormente el paro empresarial.

Si tuviéramos aún un sentido carismático de la Historia, que, afortunadamente, se ha perdido; si tuviéramos un sentido anecdótico de la intrahistoria, esta imagen de don Juan Carlos, con dos llaves rotas en las manos, quedaría en la iconografía monárquica de España como han quedado los Reyes Católicos recibiendo a Colón con sus indios desnudos.

Como ha quedado Carlos IV, fotografíado por Goya con su familia numerosa, como para el libro o cartilla del Seguro. Como ha quedado Guzmán el Bueno con el puñal en la mano, asomado a la almena de las enciclopedias. Así estaba nuestro Rey hasta ayer mismo, con la llave de la libertad en una mano y la llave de la democracia en la otra, rotas las dos, quebradas por el mal temple de nuestro hierro y de nuestro pueblo.

Hoy, con dos Estatutos logrados, votados por la gente bajo la lluvia, la imagen real se ha optimizado un poco. Llovió en Cataluña y en el País Vasco, como llovía en Madrid y en casi todos los dominios nacionales del hombre del tiempo, y esta lluvia general venía a ser la mejor confirmación, la mejor legislación, como una Constitución o un Estatuto en bastardilla de lluvia, de la unidad peninsular por encima / debajo de las diferencias peninsulares. Cuando llueve en Madrid, llueve en Bilbao.

Cuando llueve en Bilbao llueve en Barcelona, qué le vamos a hacer. No estamos tan lejos unos de otros como quieren, o quisiéramos. La lluvia unánime, la lluvia referencial y referendunal que dejó al 40% del no sabe/no contesta en casa, según el necio argumento de la teletonta, era una lluvia como una insistente mano de agua que estaba rubricando la unidad climatológica que somos, mientras se votaba la diversidad etnológica que también somos.

Y mi cuento, tan verdadero y reciente, termina bien, no sólo porque han funcionado las dos llaves de dos Estatutos, sino porque, en la casa que hospedaba al Rey, llegó a tiempo -cosa rara- el cerrajero.

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