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Reportaje:

Juanita Reina: "Mejor que el «rock», una cazuela de garbanzos con arroz"

Avanza con muchísimo cuidado. Como pisando lirios, jacintos y jazmines. Blanca y radiante, con los ojos húmedos, coronada por muy fija peineta, la reina se deshace en sonrisas, reverencias, genuflexiones. Estupefacto el personal: versión Cifesa, fosforera y tierna, del alegre milagro de Lázaro. Una docena escasa de mujeres y centenares de hombres llenan hasta los topes la madrileña sala de Cleofás. Todo el mundo está en pie. Fermentan los aplausos sin fin, los movimientos floreados, los alaridos tú por tú: «¡Guapa! ¡Guapa! ¡Guapa!» Y ella, tan suavemente: «Traigo un ramo de coplas.» El micrófono, un cetro en mitad del escote de pico. Ella se siente alondra, pura y sentimental. Suerte y verdad, familias: «No van los cantes de hoy día con mi manera de ser.» Sabe bien la señora que hoy está trasnochado su modo de sentir, pero, si no lo dice, a lo peor se ahoga: «Yo soy de una Andalucía que no se puede perder.» Lo ha dicho gorjeando: «¡Venga, Juanita!» Lo va a decir más claro; crujen, crujen las almas: mucho mejor que el rock and roll, «una cazuela de garbanzos con arroz». ¡Olé!Regia, Juanita Reina explica que ahora ha vuelto, hijos míos, porque andaba con falta de piropos. Y entona esta canción: «Cuando llega el amor, / el mundo es una rosa. / Cuando llega el amor, / el mundo es todo azul. / Cuando llega el amor, / qué lindas son las cosas ... » Cuatro mozas, al fondo de la sala, están armando bronca: «¡Un respeto, que está cantando la Reina!» Ella: «Gracias, Madrid. Mi corazón es pequeño, pero mi cariño es tan grande ... » Manos lánguidas, cascabeles, súplicas: «¡Por favor, no te metas en mi vida!» Chillido repentino de la estrellas. Réplica iridiscente: «¡Coño, que así se canta!» Pero una de las cuatro mocitas ya citadas no renuncia al sarcasmo: «¡Ay! Se me pone la carne de gallina ... » Otro lejano espectador, mosqueadísimo: «¡Pelleja, sube tú al escenario!»

Al escenario no hay quien suba, por temor encendido al sacrilegio. Allí impera la madre sublimada, abuela al fin y al cabo de esas generaciones que sólo echan de menos esta noche, entre una copla y otra, al mítico negrito del cola-cao. Ella proclama ser la buena tierra, regazo y regocijo para él: «¡Cuánta pasión hemos tenido, vida mía » A mi lado: «¿Se va a cambiar de traje o no?» Despectiva respuesta: «No. Esta ni se cambia.» Pero cambia de letra para llorar: «Tararirara, tarari, tará ... » Orgasmo general.

Hay un barullo indescriptible de fanáticos endomingados: «¡Canta de las tuyas! No las de la Piquer.» Contra el pique en el aire, foco de luz rosácea: «Yo sé y estoy segura que tienes una amante ... » No obstante, «me estoy volviendo dura lo mismo que un diamante». Y ahora esconde en las sienes los clavos de esa cruz. En seguida se ríe («ja, ja, ja, ja»), enloquece, lo juro, histeriza su mustio melodrama, llueven flores, aplausos estruendosos, cascada de pasiones con iniciales clandestinas. Y se va con tacones alados.

También ella se cambia. Tose Freud en un ángulo oscuro. Traje morado y arrogancia, como aquella Manuela de Jerez: «Por dinero no hay quien compre a esta mujer.» Que Lacan la perdone. Canta como una monja que habitara un prostíbulo. Mucho calvario, cruces y coronas de espinas. Y, de repente, hijos, ahí queda eso, en medio de una calle sin salida: «El cariño sin pasión / es como un cirio sin luz.» Susurro de un devoto: «Eso sí que es verdad.»

Nostalgia y pasodobles. Francisco Alegre, toritos bravos, relámpagos frutales del ayer: «Eres mi vida y mi muerte, / te lo juro, compañero. / No debía de quererte, / no debía de quererte / y, sin embargooooooo, te quiero.» Oles casi epilépticos. Flotan turbios anhelos de ser el alto mozo samaritano que a ella agüita le daba mientras cantaban las ya no niñas por las doradas viñas de Jerez. ¡Respiren! Esto no hay quien lo pare: «Cinco luceros azules / alumbran cinco farolas / desde su casa a mi casa, / desde su boca a mi boca.» Y, cuando se le apagan esas cinco farolas, el público solloza como un solo hombre, si bien una chavala de pelo afro acude a preguntarme: «¿No has visto por aquí a Tierno Galván?» Para el ausente pudo estar destinada la copla pacifista de la Reina: «Uniendo todos los corazones / no habrá más guerra entre mortales.» Luego, marcha ligera: « Ay, ra, ra, ra, ra, ra, riró ... » Y se va.

Para volver: «Yo andaba navegando por los treinta / sin el amor que tanto deseaba ... » Es el número fuerte: el último minuto. Se pone trágica como ninguna, como sabiendo que, en las altas glorietas cortesanas, un caballero debe buscar una dama y que una dama debe buscar una boca: «Nos tiene en suspense esta mujer.» Gira y gira, se pone pálida, guarda silencio: «¡Ni se la encuentra!» Echa, al fin, lo que tanto le quemaba: saliva de otra boca en propia boca.

Extasis. Despedidas interminables. Miles de flores. Confesión: «He cantado muy feliz.» Agradece la presencia de Paquita Rico, Juanito Valderrama y Gracia Montes. Se disculpa: «Soy humana y no puedo estar perfecta, pero he cantado con el corazón.» Perfecto. El personal está dichoso: Marco ha encontrado a su mamá.

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