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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Gracias, compañero Felipe González

Escribo este título en nombre de las ideas que he defendido y defiendo en el seno del PSOE: las del socialismo marxista. Y lo escribo sin asomo alguno de ironía ni siquiera intención de paradoja: con toda seriedad. Ateniéndome a los hechos. En aplicación del principio de experiencia popular, pero también de alta filosofía marxista de que, en política como en tantas cosas, lo que cuenta no son las intenciones, sino los resultados.¿Y qué es lo que, en mi opinión, tenemos que agradecer los marxistas del PSOE al compañero Felipe González? Pues justamente algo que quizá él no preveía -ni acaso quería-, pero que ahí está como un hecho consumado: que el marxismo esquemático, impreciso, declamatorio y, digámoslo sin ambages, notoriamente vacuo de la resolución política de mayo se haya transmutado, en este Congreso Extraordinario de septiembre, en un marxismo mucho más profundo, preciso, imaginativo, creador, rico de análisis y de problemas, abierto a la realidad de nuestro mundo en crisis. Es decir: en un marxismo mucho más marxista. Y todo ello -por paradójico que parezca, pero la historia se venga a veces del esquematismo con las paradojas- gracias al gesto de Felipe González rechazando en mayo la definición marxista del partido.

Resultado: el marxismo ha desaparecido como rótulo de la fachada del edificio socialista, pero, en cambio, se ha desarrollado en grado muy apreciable en su interior. ¡En buena hora! Hemos cambiado la apariencia, la ostentación, por el contenido, la sustancia. Renunciamos a un poco de retórica «marxista» en favor de un plus de análisis marxista. Si por lo que luchamos es por unas ideas y no por una palabra, ¿cómo no habríamos de sentirnos satisfechos?

No voy a defender sin peros la resolución aprobada, que presenta bastantes fallos de coherencia y de metodología, así como de forma literaria. Su profusión torrencial, su prolijidad kilométrica, en que se mezclan a menudo afirmaciones y análisis de primera importancia con precisiones de detalle, casi administrativas o infraprogramáticas, y con más de una parrafada de bambolla retórica, la hacen difícilmente asimilable para el ciudadano común y aun para el militante poco formado. Habrá que hacer un gran esfuerzo didáctico de desbrozamiento y clarificación.

Pero las ideas esenciales están ahí, esas ideas por las que se ha batido, con mayor o menor fortuna dialéctica, la izquierda del PSOE. ¿Derrota de ésta? Todo lo contrario: ha conseguido nada menos que hacer que el ala moderada las asuma, con lo que, al menos en el papel, ese ala moderada ha dejado de serlo.

¿Sus ideas? Es la evidencia misma, y todos los observadores parecen estar de acuerdo. Pero sus ideas desarrolladas y afinadas gracias a un largo e intenso debate dentro y fuera del partido, en el que ha habido bastantes cosas malas, incluso muy malas (intelectual y éticamente), pero también mucho esfuerzo útil de profundización y de desarrollo analítico.

El simple hecho de que en la nueva resolución política se analice larga y detalladamente, en términos marxistas, la grave crisis mundial que atraviesa la sociedad capitalista (análisis, aunque parezca increíble, prácticamente ausente de la retórica y confusa resolución de mayo) dice ya bastante en favor de la calidad marxista de aquélla. Y añádanse otros muchos aspectos, como la asunción sin reticencias del marxismo como inspiración teórica básica del socialismo, la inequívoca condena de la interpretación socialdemocrática de éste, la definición del frente o bloque de clase como algo netamente contrario a toda desviación interclasista, la idea del proyecto socialista de transformación global de la sociedad capitalista en su contrario, la insistencia en la noción capital de partido de masas, la idea de la federalización del partido, el reconocimiento y la protección de las corrientes de opinión, garantía de democracia interna, etcétera; añádase todo esto, digo, y el más romo comprenderá que, en lo esencial, son las posiciones socialistas de izquierda las que han ganado, despojándose de paso de buena parte de, la retórica y del esquematismo inflado (valga la contradicción) en que, a veces, por desgracia, se dejan envolver.

Hay razón para pensar: pero, si son las ideas de la izquierda las que inspiran la nueva política del PSOE, ¿por qué no son sus representantes los que van a aplicarlas? Quizá en esto radique la paradoja del Congreso Extraordinario. Paradojas de ese tipo se han dado con frecuencia en la historia de los partidos obreros; algunas de ellas son tristemente famosas (y no voy a citarlas para evitar confusiones y suspicacias). La cuestión puede ser de importancia, si se admite, como hay que admitir, que con un excelente programa de izquierda en el papel se puede hacer una detestable política de derechas en la realidad. Pero esta es una incógnita que va a quedar en pie por ahora. El futuro dirá. Por lo demás, mi opinión personal es que, habida cuenta de la precaria situación democrática del país, siendo minoritaria, aunque muy fuerte (un cuarto o un tercio de los militantes) el ala izquierda del PSOE y dada la aún escasa madurez política y organizativa del partido, incluida la de esa misma ala izquierda, la hora de ésta no ha llegado (en lo que a gobernar el PSOE se refiere). El trabajo que, sus militantes tienen por delante es enorme; no menores deben ser su paciencia y su tesón para confirmar y consolidar la opción de izquierda.

Mientras tanto, hay que dar un margen de confianza a los dirigentes elegidos o reelegidos (entre los cuales me complace destacar a dos intelectuales de la valía y la integridad de Ignacio Sotelo y José María Maravall). No les hagamos procesos de intenciones y esperemos incluso que compañeros como Felipe González van a poner plenamente su incuestionable talento político al servicio de las ideas directrices que el PSOE acaba de adoptar, aunque inicialmente no fueran las suyas. Eso sí: seamos vigilantes y juzguémosles por sus actos, disponiéndonos a exigirles, con la libertad, espero, reconquistada en el seno del partido, que sean totalmente coherentes en su acción pública, con lo que el congreso soberano ha convertido en ley de todos.

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