_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Marxismo: ¿confusión o revisión? / y 2

Una de las críticas más frecuentes que se le hacen al sector «radical» del PSOE es la de profesar un marxismo dogmático. A decir verdad, lo que en general se sobreentiende en estas críticas es que el marxismo es dogmático por esencia, dada su pretensión de cientificidad. Veamos la cuestión.Pero, antes, preguntémonos: ¿Debió plantearse en el 28.º Congreso? Rotundamente: no. Porque, sin prejuzgar de intenciones, de lo que ha servido es de cortina de humo para ocultar ciertas realidades más inmediatas o para no plantear problemas políticos concretos, como es lo propio de un congreso de partido. «Yo creo que la polémica ha sido poco concreta y sigue siendo poco concreta. Todo se mueve en un nivel de abstracción», acaba de declarar, con cuánta razón, Felipe González. Pero ¿quién se empeñó desde el principio en centrar la batalla del congreso en torno a la abstracción llamada «marxismo»?

Porque hablar de marxismo a secas, sin especificaciones ni concreciones, sin distinguir planos ni conceptos, es una pura abstracción que sólo podía suscitar confusión y parálisis entre partidarios y adversarios. En efecto, ¿de qué quería hablarse? La expresión genérica «marxismo» engloba por lo menos cuatro cosas: 1) una filosofía general que es la dialéctica materialista; 2) una concepción del devenir del hombre en sociedad: el materialismo histórico; 3) una teoría del capital y del tipo de sociedad que engendra, y 4) una teoría política de la revolución socialista.

No seré yo quien recuse el interés de la dialéctica materialista o, como muchos marxistas decimos hoy, filosofía de la praxis (he publicado hace ya años un libro sobre el tema). Pero, dada la abstracción y tecnicidad de la cuestión, pensar que se pueda plantear en un congreso político sería dislate. Exactamente lo mismo puede decirse de la concepción materialista de la historia. Son temas para que los discutan sin prisas y serenamente los Gustavo Bueno, Manuel Sacristán, Castilla del Pino y demás filósofos marxistas españoles, junto con filósofos no marxistas de la talla de un Aranguren. He aquí una sugerencia para el próximo secretario de cultura del PSOE.

En cambio, los dos últimos planos de reflexión señalados atañen mucho más de cerca las tareas de un congreso socialista. Pero no se puede discutir multitudinaria y confusamente en torno a ellos sin antes llevar a cabo una elaboración teórica paciente y profunda, obra de grupos restringidos, que después oriente las decisiones políticas de un congreso. Naturalmente, tal elaboración brillaba por su ausencia en el de mayo, y en ello la responsabilidad nos incumbe a todos, pero en particular a quienes se hallaban en mejores condiciones materiales de promover la necesaria reflexión sobre los problemas Cruciales de la teoría del capital y la concepción de la revolución socialista. En vista de ello, el debate en torno al marxismo tenía que resultar estéril y confuso, movido más por motivaciones tácticas que teóricas y estratégicas. Se perdía así la ocasión de comenzar a plantear con algún fundamento intelectual no el problema abstracto del marxismo o antimarismo, sino la disyuntiva esencial con que hoy se enfrenta el movimiento socialista occidental: o estrategia de ruptura anticapitalista o estrategia de adaptación neocapitalista.

Pero, ya que se ha planteado -y no por culpa de la izquierda del PSOE- el problema, tratemos de ver cuál puede ser, en el socialismo actual, un marxismo vivo, no dogmático ni excluyente, creador.

Hay dos maneras de desarmar ideológicamente al movimiento socialista: aislarlo del pensamiento de la lucha de clases que es el marxismo, o hacer de éste un catecismo repetitivo, con preguntas y respuestas invariables, «talmudizarlo». Esto último es lo que ha ocurrido en el movimiento obrero internacional desde los tiempos de la socialdemocracia alemana clásica y, más aún, desde los del leninismo, sobre todo en su versión estaliniana. Las grandes organizaciones obreras vivían así de un marxismo de manual esclerótico y estéril, origen de resonantes catástrofes (la subida de Hitler al poder, por ejemplo).

Pero acusar al ala izquierda del PSOE de profesar un marxismo dogmático de ese tipo es pura mala fe. El marxismo que propugnamos es un pensamiento abierto y receptivo, creador y autocrítico. Porque el marxismo o es antidogmático o no es. Como escribe más o menos Sartre, decir del marxismo que es revisionista es una tautología, por que un pensamiento de lo real histórico tiene que cambiar y autocorregirse en función del devenir de su objeto. Y no se olvide que, desde sus primeros escritos, Marx sienta como su postulado filosófico fundamental la primacía del ser sobre el pensar, o sea, como él mismo afirma, que lo que cuenta no es lo que los hombres creen que hacen, sino lo que hacen realmente; no la ideología, sino el conocimiento estricto de lo real (y es en este sentido como puede hablar se del socialismo científico de Marx).

Revisionista, pues, lo es el marxismo por su esencia misma. Y en la medida en que no lo sea, se traiciona a sí mismo y se esteriliza.

Para el marxismo, la esencia del capital consiste en su tendencia a reducir todo a la categoría de Mercancía, es decir, a basar todo el sistema de producción sobre el valor de cambio y no sobre el valor de uso. Al decir todo me refiero particularmente al trabajo humano (capital variable), creador del valor que se añade a las materias primas y a los medios de producción (capital constante). Del trabajo humano asalariado, es decir, reducido a mercancía, es de donde el capital extrae justamente la plusvalía (o diferencia entre el salario y el valor añadido por el trabajo), base de todo su sistema. El marxismo clásico identificaba las relaciones de producción en el sistema capitalista con la relación propietario-asalariado o, si se quiere, propiedad jurídica-retribución salarial. Pues bien, tanto el desarrollo del capitalismo avanzado como la aparición de un nuevo sistema de explotación clasista en los llamados países «socialistas» obliga a revisar radicalmente la noción marxiana de propiedad jurídica del capital y a sustituirla por el nuevo concepto de apropiación. No son esencialmente los titulares jurídicos de los medios de producción sino sus detentadores efectivos (la tecnostructura de Galbraith en Occidente, la tecnoburocracia «comunista» en Oriente) los que se apropian la plusvalía generada por el sistema del salariado y la distribuyen según sus intereses de clase. Sólo gracias a esa revisión puede analizarse en profundidad y comprenderse de una manera marxista la naturaleza del sistema soviético, que no es sino un capitalismo de Estado, es decir, un sistema en el que la lógica de la plusvalía y de su desigual distribución sigue vigente, manejada por una clase a la que con estricto rigor marxiano puede calificarse, como dice Didier Motchane, de «clase política» en la medida en que debe al poder político establecido su posición preeminente en el sistema de producción. Consecuencia última y crucial que el marxismo occidental ya ha sacado: no basta con suprimir la relación de titularidad jurídica del capital (aunque también haya que suprimirla) para socavar realmente la lógica de ese sistema de explotación.

Otro ejemplo de revisión necesaria (y podría multiplicarlos): el marxismo clásico parecía contraponer al valor de cambio capitalista un valor de uso que entroncaba con una naturaleza humana más o menos inmutable a través de las necesidades del individuo. Hoy tenemos que comprender que el sistema de las «necesidades humanas» está sometido también a la lógica de la producción capitalista que, como muy clarividentemente afirmaba Marx previendo nuestra sociedad de consumo, no sólo crea un objeto para su sujeto, sino también un sujeto para su objeto.

Pensamiento revisionista, el marxismo que defendemos es también un pensamiento abierto a las otras empresas científicas de la modernidad. En primer lugar, al psicoanálisis freudiano, que debe enseñarnos que la lucha de clases pasa necesariamente por la interioridad del individuo y sus instintos. Ahí están los nombres de marxistas como Reich, Marcuse, Kalivoda, Politzer o, entre nosotros, Castilla del Pino, para indicarnos hacia dónde debemos dirigir nuestros esfuerzos de actualización o complementación de una antropología marxista que Marx sólo desarrolló relativamente en sus escritos de juventud. En general, el marxismo tiene mucho que aprender de la antropología y la sociología contemporáneas, nacidas a menudo en medios ajenos, cuando no hostiles, a él. Y sólo un marxismo momificado, pretendidamente autosuficiente y autónomo, podría negarse a asumir con sus propias armas conceptuales problemas esenciales como los que, por ejemplo, plantea el Club de Roma en torno a los «limites del crecimiento». Eso está bien para los ideólogos soviéticos, a quienes les importan muchísimo menos las realidades del mundo actual que la simple justificación del sistema de explotación del que viven.

A este marxismo abierto y autocrítico es al que debe replicar quien no comparta sus presupuestos, y no a fantasmas del siglo XIX o de la guerra fría. Y a ese marxismo deben plantearse -y debe plantearse él- problemas reales: los de nuestro país, los de la sociedad occidental y la soviética, los del Tercer Mundo. En ese plano es donde debe desarrollarse el debate y donde, a mi entender, puede el marxismo demostrar su operatividad explicativa, es decir, su cientificidad (a la manera en que son científicas las ciencias humanas). El marxismo, como la socialdemocracia, se demuestra andando.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_