¿Mano dura con los menores?
La prensa diaria empieza a sensibilizarse. Los casos abundan desgraciada y frecuentemente y la sociedad se entera con dolorosa y enojada sorpresa de que cada día son más los menores de dieciséis años que individualmente o en grupos atacan, roban y cometen toda clase de actos delictivos. Soy desde hace cerca de veinticinco años funcionario de un tribunal de menores y siento en mi propia carne el dolor de ver cómo el delito invade cada día con mayor fuerza lo mejor y más inteligente de nuestra adolescencia. Pero no basta con exponer la realidad, hay que buscar las causas y acudir a remediar los efectos. Una política equivocada y paternalista hizo de nuestros viejos reformatorios, colegios modélicos, residencias de cuatro estrellas donde los intemos no sólo son tratados con exquisito cuidado, sino de cuyos recintos pueden evadirse con toda facilidad. Este cambio del viejo reformatorio al moderno hogar tutelar fue en parte debido a la corrección de ciertos abusos, pero también a una muy bien orquestada campaña de prensa, alentada por sociólogos y psicólogos sin empleo, en la que con dureza y exageración se trataba de retrógrada e inhumana la práctica de los tribunales de menores. Esta campaña hizo que lo negro se volviera blanco, y hoy, cuando son ya muchos los años en que se cerraron aquellos viejos reformatorios, de los cuales hasta el nombre se borró, el resultado no puede ser más triste y desesperanzador, la delincuencia de menores ha aumentado y nuestras instituciones modelos sólo sirven para niños y jovencitos modelos, pero no para los que ante la permisividad de nuestras propias autoridades van convirtiéndose cada día en delincuentes habituales. El remedio es claro y está a la mano, Crear de inmediato centros para difíciles, centros suficientes en cada nueva región o país, centros dotados de personal adecuado y por supuesto centros de los cuales no puedan fugarse los internados al día siguiente de su ingreso. Dejemos las instituciones modelos para los internos modelos y procedamos a la apertura de centros difíciles para los menores difíciles. Así no será necesario utilizar la cárcel de Zamora, para diez o doce menores delincuentes, porque desgraciadamente el número de estos niños de trece o catorce años que cometen a diario delitos comunes es mucho mayor, y no se va a limitar hasta que el Estado tome conciencia de que la solución en gran parte está en su mano. Crear nuevas instituciones y hacerlo pronto.
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