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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Carter o las tribulaciones de un presidente

NO SE ve fácilmente el sentido del movimiento sísmico creado por el presidente Carter para desprenderse de parte de su Gobierno y de sus colaboradores. Se suele suponer que no obedece a razi0nes de filosofía política o de conexión con la realidad, de la que se sentía desasido, sino que es una operación que sería muy característica de nuestro tiempo: la restauración de una imagen presidencial deteriorada. Podría estar diseñada por un técnico: un experto en marketing. Carter debería culminar su operación despidiendo a ese supuesto experto -sí no es él mismo-, porque los resultados han sido contraproduentes. El mate resplandor que aún producía el presidente se ha apagado. La razón es que él mismo se ve envuelto en el fracaso que atribuye a sus colaboradores.Se ha dicho que un cambio importante en la Administración de Estados Unidos no tiene la trascendencia que un cambio de Gobierno en las democracias europeas. Es evidente que en Estados Unidos el sistema democrático es presidencialista y muy fuerte: los ministros no llevan ese nombre, sino el de secretarios, porque se entiende precisamente que lo que conducen son secretarías especializadas dentro del gran poder presidencial. Por la misma razón, tienen una menor responsabilidad teórica: son, o deben ser, estrechamente dependientes del presidente. Si han fallado en el cumplimiento de sus funciones, será que ha fallado sujefe.

Pero la extensión de la idea de que es una operación de publicidad para restaurar una imagen molesta más a la opinión. Se entiende que Carter está sacrificando altos personajes que han colaborado-con él como se arrojaba lastre de los globos en perdición, y ello dibuja una figura ética poco grata. Urí presidente de Estados Unidos debe tener una irradiación moral, además de práctica. Estados Unidos es una nación fundada sobre una filosofía moral y puritana: los documentos iniciales, como la Declaración de Independencia y la misma Constitución, contienen muchos más elementos de esta índole que los de cualquier otro país contemporáneo. Aunque la historia ha sacudido mucho esta fundación moral, sobre todo a partir de la segunda guerra mundial, aún queda gran dosis de idealismo y de regeneracionismo en el país. Precisamente Carter, con su iluminación religiosa y sus continuas alusiones a los derechos humanos, había tratado de apoyarse en esa trascendencia. El mismo «mensaje de la energía» que pronunció días antes de despedir su personal aludía a la crisis de fe y de confianza y a la necesidad imprescindible de recuperarla. Su desdichado jefe de marketing, si existe, habría intentado incluso relacionar el tema material de la «energía» -petróleo, otras fuentes- con el tema de la «energía» espiritual. La hecatombe de secretarios y consejeros trataría de reforzar esa resurrección, esa estampa de Ave Fénix. Las auscultaciones de opinión pública demostraban que el país entendía que estaba gobernado con debilidad y que requería fuerza:. antes de que otro se apoderase de esa imagen, la ha querido asumir Carter. Le ha salido mal, por ahora. Lo que ha producido es una sensación de caos y de inseguridad. Más el miedo de que, decidido a asumir esta nueva personalidad,contínúe disparado por el camino de los golpes de efecto -ya se ha dirigido al país pidiéndole ayuda con cierto dramatismo en el tema energético- y produzca alguno que sea irreparable.

Las impresiones son prematuras. Las elecciones presidenciales se celebran a fines de 1980, y los movimientos de Carter están calculados para que la restauración de la imagen se produzca en esa fecha. Si le sale mal, no llegará a ella con vida política; su partido le forzaría a retirarse para no verse envuelto en una derrota que podría costarle un alejamíento del poder durante ocho años. El partido tiene pocos recambios: el senador Kennedy o el senador Brown. Kennedy acaba de hacer también su resurrección; después de una especie de autocrítica /confesión sobre el caso de Chappaquidick, que bloqueó su carrera política -el accidente de automóvil en que resultó muerta la muchacha que le acompañaba y en el que le acusaron las sospechas morales de que el paseo podía tener finalidades non sanctas; la de que conducía de una manera arriesgada y con una disminución fisica; la de que abandonó a una persona en peligro; la de que trató de ocultar toda la cuestión-, acaba de emitir una dura crítica política a Carter: quizá la más dura que haya recibido tanto el plan de energía como la despedida de sus colaboradores. Kennedy ha presentado su propio plan energético y una serie de medidas económicas más populares que las de Carter. Aunque Kennedy no confirma la noticia de que es candidato a nominación por el Partido Demócrata, su actuación parece dirigida claramente a esta nominación. Con Carter, en su cota actual, o con Kennedy en la suya, el Partido Demócrata no tiene hoy -si las elecciones se celebraran mañana- muchas posibilidades. Dependerá de la alternativa que ofrezca el Partido Republicano. El general Haig, de quien más se habla, es, más que militar, militarista; un espíritu rígido. Quizá eso es lo que estén esperando muchos votantes, aunque a otros les cause un cierto pavor. Sobre todo en política internacional: lo verían como una aproximación a la guerra. Pero Haig, que perteneció al equipo Nixon y salió impoluto de la investigación sobre Watergate, es, en cualquier caso, un candidato temible para sus adversarios.

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