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Los mejores bailones de España

En un nuevo y madrileño club de clubs, Macumba, por más señas, acaba de celebrarse, durante dos jornadas consecutivas, la final del Campeonato Nacional de Baile de Discoteca. Los noventa mejores bailones de toda España, presentados por Silvia Tortosa y José Luis Fradejas, han actuado frente a un jurado presidido por José Luis Uribarri y con el apoyo incondicional de un abundante público juvenil. Competición singular. Informa José-Miguel Ullán

Quien pierda el tren en la estación de Chamartín, que no se aflija: Macumba le abrirá sus puertas para dar con compás la vuelta al mundo. Moderna y espaciosa, la nueva discoteca es un prodigio de admirable y astuta candidez: esculturales nubes de verano, límpida niebla a ras del suelo, gráficas proyecciones en los muros, mesitas luminosas de colores cambiantes, temperatura del anochecer en el trópico y un sonido sin mancha. El lugar ideal, desde luego, para un grave concurso de púberes bailones, seleccionados en cincuenta provincias a lo largo de más de cuatro meses.Han llegado hasta aquí la flor y nata. Sólo falta uno, que no obtuvo permiso en el cuartel; su desolada acompañante es aplaudida con locura, mientras Silvia Tortosa comenta: «¡Qué le vamos a hacer! Las reglas son las reglas y la mili es la mili.» La concursante frustrada, al borde del rubor, cruza entonces las piernas... El ambiente es eléctrico y, al tiempo, familiar. Aquí ninguna moza va a comer pavo ni macarrilla alguno calabazas.

¿Cómo ha surgido esta pasión? Uribarri me dice que por mor de Travolta, pero que evolucionapronto hacia formas muy propias y hasta castizas. El director de Aplauso se siente fascinado por estos jóvenes que exteriorizan su insólita alegría en medio de una pista, que a lo mejor escapan del pico caballuno mediante la cabriola, que redescubren el valor del cuerpo a través de la música. Que la juventud también baila es un hecho notorio que parece escapárseles a partidos políticos, sociólogos plausibles y muy desencantados intelectuales. Allá ellos.

Antaño, qué les cuento, las madres pueblerinas eran las solas y temibles espectadoras fieles de las salas de baile. Se alababan figuras y maneras, pero má! la distancia inmaculada ante la tentación. En las mañanas domingueras del Price hubo un relámpago sin constancia. Luego, la larga y febril noche del magreo fecundo. Lo de bailar por bailar es ganglio calentito cuando la discoteca ya no se ve obligada a ser sombra de alcoba. De golpe y sin porrazo, pues, el bailón se convierte en ídolo admirado y derrumba la imagen dieciochesca: «¿Querrás un pelafustán / que dance continuamente, / y en su ocioso proceder / llena de hambre, querrás ir / a brincar y a digerir / lo que no esperas comer?» Hoy día, un buen bailón puede llegar y todo a ser un buen partido.

Dos tardes y dos noches duró el desfile de los elegidos. Un raro clima solidario, ajeno al fanatismo deportivo. Y, cuando la espontaneidad se tambalea, oigo que alguien murmura: «Eso no vale. Ese jeta sabe ballet...» Maravilla ver, a la hora de los resultados finales, el unánime acuerdo entre el jurado y los espectadores.

Ganador de individual masculina: Eduardo Bravo. Una parodia chula de Chicago, trajeada y con garra. Desde su pedestal, besuquea a quien puede. Alguien grita su en vidia desde el fondo: «¡Vaya noche!» Ganadora de individual femenina: Mercedes Alonso. Vestida de negro, con cinturón plateado, dio muestras a barullo de sensibilidad. Ahora tropieza, emocionada, cuando le tienden el talón cruzado. Ganadores de pareja discoteque ra: Orlando y Araceli Rodríguez Peláez. Dos hermanos muy niños, dos bailones rebosantes de gracia. Ganadores de pareja de rock and roll: Jesús Molina y María Dolores. Vencedores indiscutibles éstos, ba jo un provocador atuendo roji gualdo. Para cada especialidad, medio milloncejo de pesetas.

Son ya casi las cuatro de la madrugada. A la salida, ningún ruido de tren. Tres chavales orinanjunto a una columna chamartinesca, mientras cantan a voz en cuello: «Yo quiero hacer pipí, / yo quiero hacer pipí, / yo quiero hacer pipí / papá...» Sólo falta Fradejas para gritarles justo al minuto y medio: «¡Tiempo!»

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