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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Socialismo y populismo

Senador del PSOE por Asturias

Felipe González, al analizar recientemente -en declaraciones a EL PAIS y en su intervención ante la Federación Socialista Madrileña, por ejemplo- ha insistido en la necesidad de tener en cuenta la realidad de la estructura de clases, para poder así realizar un análisis orientador en el debate sobre la función de un partido socialista que no vuelva la espalda a su tiempo.

Los datos son simples y el lector los encontrará en los cuadros de la Encuesta de población activa, elaborados por el INE, y en la tabla correspondiente de la publicación del mismo organismo, Encuesta de población activa, 1965 y 1978. (José Félix Tezanos los ha publicado en un número reciente de la revista Sistema, dedicado al tema candente «Marxismo y socialismo».) Los índices muestran, en la composición de la población activa en el último año, una estructura que no puede sorprender, puesto que corresponde a un país en tránsito hacia la sociedad industrial con un alto porcentaje -entre lo que se denomina bloque de clases propietarias, con denominación no muy precisa- de los empresarios sin trabajadores asalariados y de los trabajadores independientes (10,3% sobre el 24,8% para el bloque citado), y un alto índice de obreros especializados sobre el de operarios no especializados (28,5% y 5%, respectivamente) en el llamado bloque de clases asalariadas, que representan un 69,2% sobre la total ocupación. La dinámica social señala de 1965 a 1978 un alto incremento de los profesionales (aumento de 66,2%), del personal de servicios (aumento de 51,1%), y una disminución de los obreros agrícolas y sin especializar (disminuciones de 48,1 % y 45,8 %).

A estos datos elementales hay que añadir -cosa que viene repitiéndose recientemente como novedad recién descubierta- los índices de población no activa.

Estos son los datos que denuncian un peso mayor de las nuevas clases y una creciente especiafización de los obreros industriales.

El bloque de clases o bloque social

En sí misma, esta estructura deción de sus clásicos y de las vivensión definitiva sobre la orientación de un partido socialista. Salvo una: que el talante obrerista, la mística pauperista y la dicotomía en dos clases (capitalistas y proletarios) no corresponden a la estructura de clase española; como no corresponden ya no solamente a los países avanzados de Europa, sino a los países medios donde la injusticia esencial y las formas de dominación política de clase y, aún más, las dependencias externas no excluyen el crecimiento de clases medias urbanas importantes (casos, por ejemplo, de Argentina, Brasil, México).

En sí misma esta estructura de clase solamente hace anacrónico el obrerismo como talante de un partido socialista de nuestra época. Cosa muy distinta de la definición de clase. El PSOE, evidentemente, tras cuarenta años de interrupción de su vida orgánica y de su debate intelectual interno, en una situación de resistencia, se ha alimentado desde su reaparición de sus clásicos y de las vivencias anteriores. Toda restauración conlleva un cierto grado de anacronismo, paralelo, o subproducto de un legítimo -y constructivo- historicismo. Llevo repitiendo que la función histórica del PSOE ha sido ayudar a entroncar el momento presente con la historia integral de España. De ahí que sea un factor decisivo para la estabilidad nacional; pues la estabilidad se basa en la continuidad histórica y en la renovación de los niveles en que la historia se plasma. Pero esta operación presenta el riesgo de que no se noven ideas y más tropismos definidos en un nivel anterior, ya superado. Esto ha ocurrido, y ciertas definiciones y ciertos discursos del XXVII Congreso, el de la resurrección, de la epifanía, están impregnados de tales vivencias. Fueron entonces recibidos entusiásticamente. Pero el tempo histórico en nuestro país es rápido; y es lógico, positivo, imprescindible, proceder ahora a análisis más exigentes.

Pero de la constatación del papel creciente de las clases medias, de las nuevas profesiones, no se puede deducir en absoluto que un método histórico, como puede ser el marxismo, esté en su totalidad sin función; ni tampoco concluir en favor o en contra de una práctica política socialdemócrata. El tema se sitúa en otro plano.

Respecto al método marxista, es evidente que muchos de los supuestos de la sociología marxiana no se han verificado (teoría de las clases, crisis inevitable del capitalismo, pauperización absoluta del proletariado, etcétera). La teoría del Estado en Marx y Engels es rudimentaria, y adolece de su condicionamiento histórico y del voluntarismo político de estos pensadores.

Pero del peso de los profesionales nuevos no se puede deducir: a) que el análisis esencial esté totalmente, y sin remedio, errado; b) que una práctica política que renuncie a la movilización utópica que significa el objetivo de la superación del modelo de sociedad y sus motores (competencia, desigualdad como estímulo, índice tolerable de desocupación que permita, keynesianamente, la adaptación a la coyuntura, etcétera) va a ganar para la socialdemocracia a estas clases. Tampoco las conserva, sin duda, para el socialismo una afirmación dogmática y fidelísíma de los principios de los padres fundadores.

En la práctica, la socialdemocracia no se equipara, Como se ha dicho, con la aceptación del gradualismo como método para establecer el modelo. Gradualistas somos todos los socialistas que hemos renunciado a la revolución como un solo acto y a su consecuencia la supresión de las libertades formales -llamadas burguesas- en la etapa del tránsito a la nueva sociedad. En este sentido no hay nadie que, definida así -incorrectamente- la socialdemocracia, no lo sea. La socialdemocracia se basa en la aceptación de la creencia de que los mecanismos de ajuste del sistema capitalista, por sí mismos, anularán la realidad y la vivencia de la lucha de clases, como consecuencia del juego del mercado. El sistema, corregido por presiones corporativas, se corrige por sí mismo.

La existencia de clases nuevas que no se definen por la escasez no enerva la función del socialismo. En primer lugar, porque la cultura política de estas clases puede estar -y está en muchos casos- compuesta de ingredientes predominantemente progresistas e igualitarios. En segundo lugar, porque el fenómeno esencial de la alienación (regimentación de la vida, tiranía de las cadencias, fichaje en el trabajo, dependencia, exclusivamente o predominantemente, del salario, el fenómeno de inflación que destruye la seguridad mecánica burguesa) se ha extendido a estas clases. Las cuales encuentran su aspiración a la tranquilidad en una disminución de los aspectos salvajes del capitalismo consumista, en sus versiones neocapitalistas o socialdemócratas.

Esta realidad sociológica y cultural coloca a estas clases en una posición cada vez más cercana al socialismo. A condición de que las versiones de éste no sean crudas, primarias ni anacrónicas.

El corporativismo del socialismo sin doctrina

Descendiendo de la teoría a los hechos, los movimientos socialistas que han ido renunciando -como nos piden los conservadores- a la lectura ideológica se han convertido a una nueva forma de obrerismo. Un obrerismo sin mitos revolucionarios; pero que se manifiesta en la defensa pragmática y corporativa de las posiciones de las clases obreras y medias bajas en el mercado de trabajo. Los tan alabados modelos británico o nórdico se concretan en la práctica en una defensa de los intereses -poder de compra, mantenimiento del empleo, aumento del poder político- de la clase obrera y media baja, en la forma de un sindicalismo corporativista.

Los partidos socialistas que se encuentran en esta posición, al ir renunciando a un modelo global para toda la sociedad, quedan prensados entre el poder del capital, las exigencias de la gestión del sistema cuando lo asumen por su victoria electoral, y la fuerza de presión sindical. Los sindicatos desideologizados -o reducidos a la lectura más elemental de la tensión de clases concretas- no proyectan una solución para toda la comunidad. La renuncia ideológica no se acompaña, pues, de una ampliación de la función para toda la sociedad. Más bien, al contrario. De ahí que, considerado como un factor histórico, el socialismo necesite conservar una lectura ideológica global. Lo más adaptada a las realidades, lo menos mitificada, sin duda. Pero necesita tal lectura.

Tampoco la renuncia ideológica ha dado buenos resultados en los ejemplos concretos. Planteado el socialismo como ideología de un grupo de presión obrero / pequeña clase media, un 40% de los obreros sindicados británicos votan por Mrs. Thatcher en la última elección británica. La pequeña clase media de Inglaterra abandona el laborismo; mientras que se conserva en Escocia y parte del Norte. La consecuencia en Gran Bretaña -ayudada por el sistema electoral- es el aumento del efecto del péndulo: la gestión y la coyuntura favorecen a uno u otro partido. Las disminuciones de voto en Suecia, en Dinamarca Y aun en la elección europea en Alemania -muy pequeña-, y en Francia -también pequeña-, permite poner en duda el aserto de quienes aseguran que una desideologización del PSOE en España le haría ganar el millón de votos que necesita. (Mantengo la duda de si el fallo de expectativas en la elección del 1 de marzo no se debió, entre otras razones, a que no supimos o no quisimos ofrecer una alternativa esperanzadora.)

Populismo

Un movimiento que se inspira en vivencias y aspiraciones igualitarias, pero que renuncia a profundizar en el análisis de qué bloque social puede desempeñar el papel esencial en la transformación, que olvida la necesidad de crear un lenguaje a la altura de los tiempos, pero que se identifica de una manera general y vaga con «los de abajo», se introduce en ese cajón de sastre que conocemos por populismo. El populismo es más perceptible en sus manifestaciones que definible (Venturi lo ha intentado con un mínimo rigor). En una sociedad en donde el consumo es una realidad, en la que el sector urbano y de servicios crece, y en el grado de dependencia en que España se encuentra, la indefinición ideológica conduce o a un corporativismo sindicalista -grupo de presión obrera contra aparato financiero-industrial- o a la amalgama entre movimiento obrero y complejo industrial y financiero.

El movimiento obrero sin ideología en la Argentina de Perón o en el Brasil de Vargas encontró su lugar en la fase de la industrialización nacionalista. La situación española es, sin duda, diferente. Pero incluso -y sobre todo- desde un punto de vista global nacional, un análisis lúcido -desde cualquier lugar de la barrera- debe concluir que es deseable que los intereses y reivindicaciones de clase encuentren su definición desde una posición ideológica clara.

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