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Sanfermines problemáticos

Desde hace ya bastantes años, cuando se acerca el período de las flestas patronales, de verano, de las ciudades y villas de Navarra y Guipúzcoa, sobre todo, la gente, en general, toma una actitud inversa a la que adoptaba en épocas anteriores.Antes, las vísperas de tales Fiestas constituían una parte fundamental de las mismas, por la cantidad de «ilusión» que ponían todos, o casi todos, en lo que iba a ocurrir. El joven pensaba en jolgorios colectivos, la chica, en lucir trajes nuevos y bailar, el talludo o viejo, en comilonas; la dueña de casa, en preparativos que demostraran su poder económico y de organización. A lo mejor, luego, la fiesta en sí no era tan brillante como se preveía: pero esa «iIusión» de la que tanto se hablaba entre la gente sencilla y de modo tan envidiable, no podía faltar. Hoy ocurre todo lo contrario. Aunque la fiesta se lleve a cabo, la « ilusión » falta. Se prevén broncas, altercados, insultos, choques con la fuerza pública, heridos y hasta muertos. ¡A ver si ocurre lo del año pasado! ¡Mejor sería no celebrar esto!, etcétera.

Hay personas de buena voluntad que quieren evitar que las violencias ocurran, que pretenden apaciguar los ánimos y dar confianza a los participantes en las fiestas. Se llevan a cabo campañas de prensa, de radio, etcétera, como la que se está realizando en Pamplona desde hace días, ante la proximidad de la fiesta patronal de san Fermín, que el año pasado terminó de mala manera, como se recordará.

¿Cómo devolver la «¡Iusión» a los pamploneses y a sus visitantes de tierra próxima o de tierra lejana? No parece que hay receta para ello. Lo que sí se puede es reflexionar en alto, para que muchos vean que las contingencias de la vida política están siempre (y así deben estar) por debajo de la vida histórica de los pueblos en sus líneas mayores. En primer término, el hombre metido en la lucha política (incluido el agente que obedece a un político) tiende a confundir su visión particular de un asunto con la «política» en sí. Todos los que luchan se consideran representantes del ideal supremo. Los hechos se encargan de rectificar y aun anular los efectos de esta pretensión. El político realiza un acto de violencia en un sentido u otro, sobreviene el desastre, la opinión se amedrenta o se enfurece y suma y sigue. Lo peor que ocurre en estos tiempos es que los políticos no tienen idea clara de su pequeñez e impotencia. Creen dominarlo todo y todo les domina. Son como seguidores de aquel principio sentado por Quevedo: «Si quieres que te sigan las mujeres, ponte delante de ellas.»

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Vamos a ver ahora cómo se desenvuelven estos sanfermines pamploneses, cómo pasan otras fiestas de estas en las que el santo de tiempos remotos o envuelto en leyendas se toma como motivo de expansion y regocijo desde hace siglos.

¿Es un símbolo de la colectividad, con independencia de su vida real? Sí. Ante todo es esto. En el caso de san Fermín -por ejemplo-, considerado como el primer obispo de Pamplona, en época lejanísima, puesto que su martirio se coloca nada menos que en el año 80 de J.C., lo que ha movido más a sus devotos no son las discusiones eruditas sobre actos y otros textos hagiográficos, sino una tradición de piedad colectiva que se cristaliza cuando en 1186 un famoso obispo de Pamplona obtuvo del obispo de Amiens las reliquias que hoy existen en la catedral. Durante mucho, San Fermín fue el patrono del pueblo navarro. Luego hubo un momento en que se le disputó esta supremación, porque los navarros mismos se enardecieron con motivo de la exaltación de un hijo del país a los altares: san Francisco Javier. Hubo lucha entre los que eran partidarios de un patronazgo u otro, que terminó con una declaración papal de que ambos debían serlo... Pero el santo viejo y misterioso siempre fue más «festejado» popularmente que el nuevo y más brillante. Lección singular: no siempre lo más moderno, acaso lo más importante, es lo más atractivo y lo que hiere la imaginación. Las voluntades individuales quedan dominadas por una especie de voluntad colectiva y multisecular.

Uno de los signos más curiosos de que se ha formado la representación colectiva de la fiesta es el de la pluralización de su nombre. Esto pasa en otras religiones, no sólo en el mundo católico más cercano a nosotros. En efecto, las Fiestas de «Saturno», en Roma; eran las «saturnalia», o los «saturnales». Las de Baco, «bacanales», etcétera. En Grecia pasaba lo mismo, y siguiendo esta tradición nosotros hablamos de las «navidades», y en Paniplona hablan de los «sanfermines», como en mi pueblo de Vera de los «sanestébenes», y en Motrico de las «magdalerías». La individualidad del santo queda fundida en la colectividad. En cada caso los historiadores y folkloristas podrán recoger información más o menos abundante acerca de cómo la colectividad expresa su piedad y su gozo: a los actos religiosos y litúrgicos se unen ceremonias públicas, municipales. A estas, acciones sin carácter oficial, según sexo, edad, estado. La de los sanfermines ha sido siempre fiesta que reúne cantidad considerable de hombres jóvenes de toda Navarra. La expansión mayor de ellos ha consistido en los encierros. Toda la vitalidad del mozo de campo se ha puesto en juego durante unas horas, y las cuadrillas han sido la expresión organizada de la misma. Siempre ha habido personas morigeradas a las que ha disgustado este aspecto de la fiesta. Tomémoslo en lo que es: incluso como un regulador de la violencia vital del hombre joven, violencia que puede ser muy grande y que en las sociedades antiguas se procuraba encargar, mediante ciertas reglas e instituciones. Hoy no podemos contar con ellas. Tampoco lo pueden hacer países más boyantes que el nuestro hasta hace poco. Un marino inglés autor de novelas, que hacían las delicias de los adolescentes, todavía cuando yo lo era, el capitán Marryat, no tenía empacho en afirmar, claro es que de modo humorístico, que, desde tiempo inmemorial, ha sido costumbre bárbara o gentilicia de las familias inglesas más respetables el sacrificar al más tonto de sus hijos en aras de la prosperidad y superioridad naval del país haciendo que se hiciera marino. Sería difícil averiguar qué es lo que han hecho las familias españolas con sus hijos tontos. No creo que sería tan dificultoso decir qué han hecho con los más violentos. En todo caso, las viejas sociedades campesinas daban unas horas de libertad a sus mozos para que bailaran, gritaran, bebieran, corrieran ante los toros..., y volvieran luego al trabajo desfogados y con «ilusión»: ilusión para todo el año siguiente. Parece que diferentes clases de pájaros de mal agüero quieren romper hoy con la regla secular e imponer otra a otras.

En nombre de la «modernidad» se pretende suprimir la violencia antigua, regulada hasta por la música (en Pamplona el riau-riau).... y se introduce la violencia moderna con la metralleta como herramienta y está niariejada en nombre del concepto A o del concepto B, con arreglo a «principlos». ¿Qué durará esto? A la corta nadie lo puede decir. A la larga puede uno imaginar que las viejas representaciones colectivas triunfarán.

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