El complejo testamento de John Wayne
John Wayne, actor cinematográfico, personaje legendario en la cinematografía mundial, martillo de herejes (si los herejes son todos los que no compartían sus arraigadas e inflexibles ideas personalísimas) y vaquero encorsetado en sus últimas películas, ha dejado un testamento que puede ser analizado desde perspectivas psicoanalíticas, históricas, cinematográficas o económicas.
La agencia Efe informó ayer, en noticia datada en Santa Ana (California), que el testamento de John Wayne suponía un total de 450 millones de pesetas en propiedades. El documento se hizo público el pasado martes.Los deseos del actor fueron los siguientes: a cada uno de sus siete hijos les deja 330.000 pesetas. Al primogénito, Michael, de 44 años de edad, le dejó 7.600.000 pesetas. Aquí puede intervenir un especialista en historia medieval para explicar la cuestión de las primogenituras.
En lo referente a sus esposas (tuvo un total de tres), la distribución de los dineros fue así: a la primera, Josephine, le dejó una pensión mensual de 200.000 pesetas. A Pilar, tercera y última, de la que también se divorció en 1973, madre de algunos de sus siete hijos, la desheredó. Pilar es mexicana. Al parecer, John Wayne tenía cierta predilección por las mujeres latinoamericanas, «porque son más sumisas». Su segunda mujer, Esperanza, falleció en 1950 y, según la prensa del corazón de la época (Movieplay Magazine, por ejemplo), fue a la que quiso con mayor intensidad.
La complicada situación sentimental de John Wayne -complicada desde una concepción católica- se entremezcla con las radicales diferencias en las dotes de herencia a sus dos secretarias: Mary Saint John cobrará, según Efe, 660.000 pesetas. Pat Stacy, sin duda la más fiel de todas cuantas tuvo, cobrará dos millones de pesetas -es decir, dos millones de pesetas más que su tercera esposa, Pilar, desheredada.
El problema se plantea si se analiza la relación John Wayne-mujer de manera global o se matiza el término mujer, distinguiendo esposa o secretaria. La sutileza del testamento apunta múltiples posibilidades de interpretación psicológico-textual. Las feministas de todo el mundo han calificado al protagonista de, entre otros filmes, Valor de ley, de Henry Hathaway (1969), como «uno de los machistas más descarados». Las complejas dotaciones a las mujeres, esposas y secretarias, permite dudar, cuando menos, de una afirmación excesivamente inflexible.
En el aspecto histórico -y la historia, según señalan los materialistas dialécticos, siempre está interrelacionada con la infraestructura económica- las complejidades son aún mayores: el primogénito recibe más de siete millones y medio de pesetas. Los otros seis hijos no llegan a las 350.000 pesetas. Si a ello añadimos que historia y economía están estrechamente unidas al concepto de «política», Woody Allen puede tener gags gratuitos para bastante tiempo: poco antes de la caída de Ríchard Nixon (acuérdense del Watergate) se personó en la Casa Blanca para manifestar su apoyo incondicional al presidente, como símbolo que era, a juicio de Wayne, del norteamericano poderoso, imperial, prepotente y al que nadie, ni siquiera el Washington Post, podría mancillar. Desde entonces Richard Nixon desconfía cada vez más de quienes le apoyan con apasionamiento.
La izquierda tradicional y ortodoxa siempre denunció su participación en la película Los boinas verdes, producida, interpretada y codirigida por él, en 1967, donde las fuerzas más especializadas en la lucha antiguerrillas triunfaban arrolladoramente contra un pueblo primitivo e inculto como el de Vietnam. Nueve años después de aquella denostada película la historia, una vez más, demostraba su ausencia absoluta de olfato, en este caso, guerrero. Meses después del final de la guerra de Vietnam comenzó el conflicto vietnamita-camboyano. Una complicación más para entender la historia, la economía, la política y a John Wayne.
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