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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa se aleja de la izquierda

LA LINEA de descenso de la izquierda europea comienza en las elecciones francesas de marzo de 1978 y llega a las elecciones del Parlamento Europeo, que concluyeron este domingo. Podría irse aún más atrás, y fuera del continente, para encontrar el punto de indecisión y de no saber a qué atenerse: la experiencia de Allende y su caída en Chile. El dilema se planteó así: si la izquierda no se une, no gobierna; si se une, puede caer sobre ella un manotazo de fuerza. Cundió un derrotismo que vino a manifestarse en las elecciones francesas, teóricamente ganadas por el programa común, prácticamente perdidas por el miedo de cada partido a ese programa y sus consecuencias. Se han acumulado, desde entonces, las derrotas de la izquierda: espectaculares, como en Gran Bretaña o Italia, sordas o relativas, como en España; forzadas, como en Portugal.Está terminando la larga década socialista, aquella que hacía constelar en las reuniones de la Internacional a jefes de Gobierno con poder nacional y extranacional. Se acaba de romper el pilar laborista, aún más hundido tras estas elecciones europeas, que han supuesto un brillante progreso conservador; se presiente el de la socialdemocracia en Alemania Federal, donde la aguerrida democracia cristiana, educada y formada todavía en la guerra fría, ha obtenido más escaños europeos que el partido gobernante. Mientras, el presidente Giscard, con la lista de Simone Weil, se refuerza en Francia, no sólo frente a un Mitterrand que ha perdido un punto con respecto a las legislativas de 1978, sino frente a su opositor de la derecha, Chirac. Y los democristianos de Italia refrendan, y aun superan, su índice de estabilidad del 3 de junio.

La izquierda retrocede. No es ni siquiera la palabra derrota la que corresponde a esta situación: es un desgaste, una indiferencia, una especie de aburrimiento de sus campañas, de sus peleas internas, de su inseguridad, de su falta de adecuación a la actualidad. Mientras discuten sobre Marx o Lenin, llegan estos lebreles de cuyos nombres de raza podrá, efectivamente, debatirse: son conservadores o son liberales, son democristianos o son reformistas; puede, incluso, estudiar si son un centro. como ellos quieren, o una derecha de nuevo cuño, como es la realidad. Pero este tropel indefinido ocupa el Parlamento Europeo. Lo va a dominar. Y los dómines de la izquierda oficial comienzan ya a decir que realmente es un Parlamento nominal, que no es decisivo; comienzan ya a defender posiciones nacionalistas frente a posiciones supranacionales; y a anunciar que la Europa sindical será la que dé una respuesta a la Europa de las multinacionales. Y seguramente se la dará. Pero está empezando a pasar algo terrible para los partidos de la izquierda: que es esta Europa de los conservadores la que empieza a entenderse directamente con los sindicatos, a buscar con ellos pactos y consensos. Aprovechando la brecha abierta por este nuevo despecho que los trabajadores están sintiendo por los partidos políticos que se proclaman obreros o laboristas, o con cualquier aditivo a la palabra «socialista», o cualquier prefijo a la palabra «comunista», y apenas están consiguiendo nada en su favor. Nada porque no pueden hacerlo; porque están contenidos por un conglomerado de fuerzas, poderes y amenazas, y porque no saben encontrar la fórmula que perdieron, la fórmula de abrir unas esperanzas y sostener unos desheredados.

Con la abstención del desencanto izquierdista, la Europa comunitaria y la de cada nación parece ahora reposar en lo establecido, en lo ya constituido, en lo que le parece un mal menor. Hasta que el tiempo, llegue a demostrarle lo contrario. Tampoco se puede hablar claramente de una victoria de la derecha: si la izquierda se hunde mansamente, querellando entre sí y buscando la alquimia perdida, la derecha se iza también mansamente, como una opción aburrida, sin entusiasmo. Pero al menos, con el poder.

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