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Reportaje:

Los ciclones ya no tendrán sólo nombre de mujer

Inés pasa de un lado a otro revolucionando el lugar, ahuyentando a los animales, haciendo que los gallos canten a destiempo, retirando de las calles toda la basura y poniendo en su sitio tierras lejanas, haciendo presas del miedo y la emoción a los niños y a los adolescentes. Los viejos se refugian junto a las barcas y esperan a que Inés termine su semana de sofoco. Una vez calmada, la isla, el lugar, la nación entera, se aprestan a que otro ciclón con nombre de mujer llegue y vuelva a repetir ese número circense de tragedia, destrucción y vida.La próxima vez, no. La próxima vez, el ciclón tendrá nombre de hombre. Hasta ahora, todos los ciclones tuvieron nombre de mujer. Era un nombre de mujer -Inés, Ana, Melania, Flora, nombres todos ellos dulces, eufónicos, de mujer- el que atemorizaba y soliviantaba.

Ha sido una resolución de la Administración Nacional de Asuntos Atmosféricos y Oceánicos de Estados Unidos, de acuerdo con otros organismos internacionales, la que el pasado domingo acabó con esta tradición nominal. La solución ha sido salomónica: a partir de ahora a un ciclón hembra seguirá otro macho, y así sucesivamente. El último huracán del Atlántico se llamó Ana. El próximo, pues, tendrá que ser macho. Los americanos le han buscado un nombre y han hallado el más adecuado para su manía de llegar al diminutivo: el próximo huracán se llamará Bob, como Hope, el humorista, y como Kennedy, el asesinado candidato presidencial del famoso clan.

¿Por qué se llamará Bob y no James, como el presidente de Estados Unidos? La razón es simple. «Los meteorólogos machistas norteamericanos de principios de siglo -dice Manuel Toharia, periodista, meteorólogo de Televisión Española- debieron pensar que los ciclones eran como mujeres, volubles, imprevisibles, devastadores. Y les adjudicaron nombres de mujer. Entonces decidieron que debían denominarse uno a uno, de acuerdo con las letras del alfabeto, hasta cerrar el ciclo alfabético y volver a empezar.» Se tiene recuerdo de un huracán que se llamó Sonia, como Sonia Bruno.

La manía americana de denominar -denominar es una manera de apropiarse de las cosas- no es compartida por otras zonas igualmente calientes, pero más apaciguadas, del planeta.

Los meteorólogos norteamericanos no tuvieron demasiada razón para dar el apelativo femenino a estos fenómenos atmosféricos. El ciclón es, en realidad, una borrasca pequeña, cuya energía está muy concentrada. Proviene, nos explica Toharia, del mar cálido en el que se haya producido una situación de inestabilidad. Se desplaza por trayectos más o menos errabundos, hasta que llega a zonas en las que hay agua fría, y entonces el ciclón pierde energía, se acobarda y desaparece. Si no, si halla el terreno caliente, «sitio que pilla, sitio que arrasa», afirma Manuel Toharia. Pueden alcanzar los ciclones hasta doscientos kilómetros por hora de velocidad. El viento puede ir acompañado de precipitaciones intensísimas de agua y de granizo. La navegación aérea y marítima resultan gravemente perjudicadas.

A toda esa serie de calamidades los meteorólogos nortamericanos le pusieron nombre de mujer. «El Año Internacional de la Mujer, celebrado en 1978, ha servido para algo», comenta Manuel Toharia, feliz con la noticia. Rosa Montero, «feminista tímida», dice, entre risas: «Parece una decisión tomada por feministas.»

Quien no se halla feliz con la novedad es Alfonso Grosso, el único novelista español («un ciclón del barroco») que ha puesto a uno de sus relatos el nombre de un ciclón. El ciclón que contempló Grosso se llamaba Inés, ocurrió en 1966 y afectó parcialmente a la isla de Cuba, donde se hallaba el escritor andaluz. De su experiencia fue fruto una novela con título inglés: Ines just coming.

«Siento de veras que se haya decidido el cambio de la nomenclatura de los ciclones. Esos nombres -Inés, Melania, Elena, Flora- estaban preñados de belleza y de sugerencias. Los ciclones son devastadores, fascinantes, llenos de riesgos. Como una mujer. En mi novela, por ejemplo, el huracán establecía un compás de espera en la isla, producía un sentimiento de solidaridad entre la gente y era como el aliento de una revolución.»

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