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Del "pococurantismo" al "pasotismo"

Una palabra que ahora se emplea mucho y que no resulta muy eufónica es la de «pasota». Parece que con ella se alude a la persona despreocupada y que no se cuida del prójimo. El «pasota», me dice una muchachita que usa la palabra y también la de «pasotismo», para reflejar una actitud ante la vida, es el que deja pasar, el que no participa en las preocupaciones colectivas, en los quehaceres públicos y privados de los demás. Por lo común, es joven, de uno u otro sexo, y anarquizante. No anarquista, claro es: porque los anarquistas tienen amor ardiente al prójimo, fe envidiable en la bondad básica del hombre y un programa de convivencia que, como todos, peca por exceso. El «pasota» carece de fe, hace alarde de que nada le importa, si no es su pequeño vibrar orgánico, cotidiano. Los maestros del periodismo actual usan la voz, de suerte que pronto tendrá que dictaminar la Academia Española acerca de ella y decidir, a la vista de textos de «autoridades de la lengua», si se incorpora al diccionario. No faltarán luego los que imaginen para la misma eruditas etimologías. En todo caso, se agrupará con vocablos peregrinos y desusados, como los de «pasagonzalo», «pasaperro», «pasatoro», «pasataro» y hasta «pascasio»... Parece que el verbo pasar ha dado mucho que hacer a los que hablan castellano o español. Pero el «pasota» no es el que pasa, no el que pasea, sino el que deja pasar, sin intervenir. Es un ser pasivo: con pasividad molesta para el prójimo. Este es rasgo típico de nuestra época, en la que parece que una de las cosas más agradables que pueden hacerse es ser molesto..., molesto hasta en lo de dejar pasar.Hace años, en España, algunas personas cultas usaban de modismos franceses para expresar la indiferencia ante todo y ante todos. Por lo que veo, en los diccionarios comunes de aquella lengua no se recogen, porque suenan mal. Estas expresiones o modismos eran los de «je m'en f .. », con i o con ou después, y la derivación correspondiente, en «-isme».

Sin embargo, el que tomaba esta actitud de indiferencia, el «pasota» de hace ochenta o noventa años, podía ser hombre de cierta distinción social, que se vestía de frac al caer el día, como un personaje de Paul Bourget. Era acaso un economista o diplomático de la vieja escuela, de los que aplicaban el principio de «laissez faire, laissez passer». Llevándolo al extremo. Las costumbres cambian y vamos viendo que los que dejan pasar lo hacen de modo diferente, según las generaciones. Remontémonos más en el tiempo. En 1759 aparece en el mundo civilizado, por obra del genio de Voltaire y entre criaturas notabilísimas, «il signor Pococurante». En contraste con el optimismo germánico y leibniziano, del doctor Pangloss, el noble caballero italiano adopta una postura de amable indiferencia ante todo. Es un «pasota» con peluca, chapa, casaca, espadín, encajes y sombrero de tres picos, que acaso baila bien el minué. Ante la originalidad del personaje y la gracia de su creador, los diccionarios franceses nos dicen que, en el caso, sí, se puede utilizar entre personas bien educadas la expresión de «pococurantisme», neologismo que alude a una «Insouciance universelle». En 1759 nadie podría imaginarse a «il signor Pococurante» con greñas, ropajes olorosos, pero no perfumados y cubiertos de cascarrias. Puede haber, así, una «insouciance universelle» perfumada y empolvada y otra sin perfume o con lo contrario a éste. Y en nuestra época, además de al «pasota» desgreñado, encontraremos a otros personajes más conocidos tradicionalmente, que hacen gala de indiferencias variadas ante lo que ocurre más allá de sus narices. «A mí qué me importa», «Eso no interesa», «Eso me cae gordo» son viejas populares expresiones hispánicas que se oyen de continuo y que procuran reflejar la superioridad e indiferencia del que las usa. Cosa vieja. Cierto costumbrista y moralista de la segunda mitad del siglo XVII ya cambió un librito que se llama El no importa de España, en que se descubren formas de «poco curantismo» no universal y metafísico, sino particular, limitado. Si se quiere, un «pasotismo» de tipo local, paleto, como de tren botijo y de las cercanías, o, como los guisos, «a la riojana», «a la gallega», «a la vizcaína». Despreciemos todo lo que ignoramos.

¿Pero por qué se da ahora el « pasota » joven y con cierta cultura? Hay que procurar averiguarlo. Acaso, en primer lugar, su existencia se deba a que hay muchas personas que no dejan pasar nada, sin intervenir, coaccionar, mandar. Las que quieren imponer su criterio; propagandistas, catequistas, predicadores, religiosos o laicos. Las formas de actuar de estas personas son numerosas y también desagradables. Justifican el «pasotismo».

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Porque hay el meterete, meteplatos, metomentodo y el entremetido, el que se mete hasta en cómo hemos de pasear o de comer y nos amarga el paseo y la comida. Estos personajes, que pecan por exceso de acción, programáticos y propedéuticos, también son muy antiguos. En un fragmento de comedia de Estraton, poeta helenístico, aparece un buen hombre que ha contratado a un cocinero el cual resulta gran filólogo y lector de tratados de lexicografía. Este, para preparar un banquete, tiene que recurrir al lenguaje homérico, de suerte que somete al amo a un interrogatorio del que el pobre no entiende nada. Mal está que no nos ocupemos del prójimo, pero también está que para dar de comer al hambriento le obliguemos, si no a leer las glosas de Filentas de Cos, que no se conservan, sí algún tratado de gramática histórica o de semántica. Padecemos de exceso de programas, proyectos, anteproyectos, introducciones complicadas a actos sencillos.

Padecemos del exceso de peso que nos imponen gentes que quieren mandar, dominar ideológicamente y meterse en todo. Acaso ante ellas la acción de los «pasotas» sea excesivamente ofensiva, porque dejan pasar molestando y decidiendo que quieren molestar con su indiferencia. Pero un «pococurantismo» amable, italiano, dieciochesco y volteriano no vendría mal ante tanta intervención en vidas ajenas como la que hoy notamos.

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