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Acabó la soledad del corredor de fondo

Las maratones populares han acabado con la soledad del corredor de fondo. Correr en Madrid ya no es ejercicio de locos. Correr en Madrid es formar parte de un colectivo que no busca otra exaltación que la impersonal del deporte por eldeporte. Las masas actuales quieren hacer buena aquella añeja frase del arzobispo de Pennsylvania -adjudicada posteriormente al barón de Coubertin- de que lo importante es participar. El deporte popular se ha hecho sitio entre el espectáculo y la profesionalidad.Hace unos años, a nivel oficial, por la vía del marketing, se quiso mentalizar a los españoles sobre los beneficios que proporciona el deporte. Hace unos años, desde el spot del contamos contigo, se quiso inventar la participación colectiva. Probablemente algunos opinarán que los fenómenos masivos del momento son la consecuencia de la instrumentalización de ese mágico aparato llamado televisión. Alguna influencia sin duda ha debido tener la macliacona insistencia de los medios propagandísticos puestos a disposición de la extinta Delegación Nacional de Deportes, pero resulta sintomático que las organizaciones productoras del boom deportivo hayan sido las nacidas en la marginación.

Hacer deporte en este país nunca ha sido fácil. En el propio escenario del Retiro, a principios de siglo, había unos carteles en los que se decía: «Velocipedistas, hasta las dos». Peligrosos velocipedistas eran simplemente los llamados lechuguinos, que, a bordo de un megaterio, se daban una vueltecita por el parque antes de recalar en la botillería de Pombo. En los periódícos de la época podían leerse sueltos en los que se contaba cómo el señor conde o el señor marqués habían adquirido un caballo de acero. Ciclistas y automovilistas eran los sportman de la época. Por entonces en Madrid no arraigaba otro deporte que la pelota vasca, de la que eran figuras destacadas Gamborena, Chiquito de Abanto, Chiquito de Ondárroa, Portal e Irún.

Mientras la generación del 98 se reunía en el Café de Madrid, para comentar los dolores de España y los últimos discursos de Castelar o los premios Nobel de Cajal y Benavente, don Manuel Rodríguez Arzuaga daba la salida desde el Café Gijón a los primeros practicantes del pedestrismo. De estos, primeros escarceos deportivos nacería posteriormente el primer campeonato de cross country.

De los velocípedos del Retiro, de uno de los cuales se cayó en cierta ocasión el maestro Chueca, lo que le obligó a suspender durante unos días- -a causa de la costalada- los ensayos del Apolo, y los locos del Gijón, surgieron los primeros fundadores de peñas deportivas, como El Pedal Madrileño, que eran tanto como sociedades secretas.

Sociedades casi secretas fueron durante un tiempo las que como Mapoma tuvieron que poner todo de su parte para alcanzar un éxito ciertamente impensado. Afortunadamente, en el Retiro ya no hay carteles que limiten el horario de los deportistas, aunque, por otras razones, ya no hacen falta, puesto que solamente se puede correr, a diario, por los pasillos de los peatones. Los atletas tuvieron el domingo en Madrid el privilegio de la preferencia de paso sobre los conductores de automóviles, lo que produjo, en algunos momentos, ciertas fricciones. Quizá para otra ocasión conviniera modificar el recorrido para evitar innecesarias confrontaciones.

El público de Madrid, en general, respondió admirablemente. Los corredores no pueden hablar de la mítica soledad porque encontraron a su paso ciudadanos dispuestos a darles agua o frutas con que estimularles. Siete mil participantes y 4.000 en la meta son cifras elocuentes.

El deporte es algo más que el puro espectáculo. Promover el deporte es algo más que subvencionar a las entidades elitistas. El deporte es algo cuando el ciudadano cree en él, aunque sólo sea como una escapada del stress de la sociedad moderna.

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