El congreso del PSOE
HOY INICIA sus trabajos el XXVIII Congreso del PSOE. En ocasiones como éstas, los dirigentes suelen exacerbar al máximo el espíritu de partido, con el propósito de descalificar, como injerencias inadmisibles, las opiniones expresadas desde fuera de sus filas. Sin embargo, una sociedad democrática debe caracterizarse por la crítica abierta y plural. La soberanía popular descansa en el cuerpo electoral, cuyos componentes no están afiliados, en su inmensa mayoría, a partidos, pero que tienen tanto derecho a criticarlos como a votarlos. Y el PSOE no tiene porqué verse exento de semejante servidumbre.Así, los reflejos defensivos de los que ha hecho alarde el señor Guerra en los días previos a la apertura del congreso muestran que sus discrepancias con los líderes de UCD no le impiden mantener ciertas afinidades. Su afirmación de que no hay más tendencias dentro del PSOE que la resuelta minoría que trabaja y la indolente mayoría que parlotea es, desgraciadamente, algo más que un chiste o que una tenue cortina de humo para ocultar la existencia de distintas corrientes y sensibilidades en el seno del socialismo. El argumento no sólo recuerda las justificaciones de los autoritarios para hacerse los imprescindibles, desde la lucecita de El Pardo hasta las ventanas siempre iluminadas del Kremlin; también proyecta como culpa sobre los demás, bajo la forma de una acusación de pereza, las responsabilidades propias por acumular poder, monopolizar la toma de decisiones, instrumentalizar a los leales y marginar a los desobedientes. El señor Guerra es, de este modo, dentro del PSOE, la imagen especular del señor Abril Martorell en UCD.
Uno de los temas del congreso que más atención suscita es la polémica sobre la definición marxista del partido. La solución de compromiso que se busca es, al parecer, desplazar al marxismo desde las cumbres donde habitan las concepciones del mundo hasta los modestos valles que dan cobijo a la metodología. Desgraciadamente, el llamado «método de análisis marxista» no es más que una trinchera defensiva para quienes siguen aferrados al ensueño de una «ciencia nueva» al servicio de la clase obrera y añoran un método prescriptivo, incólume a las lecciones de la experiencia, que permitiera derrotar al adversario gracias al monopolio de una especie de regla de cálculo secreta. En buena lógica, sin embargo, la renuncia a la propiedad del árbol de la ciencia del Bien y del Mal debería incluir el abandono de los manuales de jardinería para su cultivo.
Ahora bien, parece que la discusión sobre él término marxismo posee una apenas oculta significación política. Sólo así se explica su desmesurada importancia en las sesiones del congreso. Como en una vieja diputatio escolástica, la polémica sirve de vehículo a un debate sobre estrategias, alianzas, programas, pautas de organización y personalidades. Es preciso por ello apuntar el carácter central de las cuestiones organizativas para el futuro del socialismo. La juventud política del equipo dirigente y el crecimiento de la militancia del PSOE en poco más de dos años (la cifra oficial de 200.000 afiliados resulta demasiado abultada, pero no cabe duda de que los socialistas han multiplicado varias veces sus efectivos desde 1976) explica las precauciones y recelos con que los líderes han tratado a esas recientes bases. Pero esa brecha entre el reducido grupo dirigente, que ha acumulado poderes de decisión, y el resto de los militantes puede transformarse en un foso defensivo tras el que se parapeten los líderes para salvaguardar su privilegiada posición. En este sentido, la única forma de eludir ese peligro sería admitir la existencia de diferentes corrientes en el seno del partido e incorporar a los equipos de dirección a los representantes de las más caracterizadas, siempre y cuando existiera entre unas y otras un acuerdo básico para caminar juntas.
El problema más importante del XXVIII Congreso radica precisamente en las dificultades para conseguir esa diversidad dentro de la unidad. El más grave peligro para los socialistas sería que su derecha, su centro y su izquierda discutieran en el congreso sobre lo divino y lo humano y sobre la teología marxista pero se mostraran unánimes a la hora de reivindicar un sectario derecho patrimonial sobre las siglas, de afirmar los fueros y privilegios de la clase política y de menospreciar a la sociedad civil. Desde el congreso de 1976, los socialistas arrastran la penosa contradicción entre una estrategia política ideada para optimizar los resultados electorales y una plataforma ideológica y política que incluye exigencias que ahuyentan a las clases medias, y esa es la prueba más fehaciente del abandono de la clase política socialista de sus preocupaciones por servir a sus votantes no militantes (la inmensa mayoría). Felipe González ha demostrado su talento político como líder nacional y como candidato a presidente del Gobierno. Posiblemente en sus manos esté la posibilidad de constituirse en sintetizador de las diversas corrientes y sensibilidades que existen dentro del PSOE y en el vehículo de comunicación entre la militancia socialista y sus electores. Auténtica representatividad en el grupo dirigente, mayor participación de las bases en la elaboración de las decisiones, mejor sintonización entre las decenas de miles de afiliados y los millones de votantes y penetración en el tejido de la vida social son los ejes de esa difícil política que se propone como meta la victoria en las próximas elecciones legislativas. Todo lo demás, incluso temas tan trascendentales como la política de alianzas, las relaciones con los comunistas, el trabajo sindical y la gestión municipal, sólo podrá resolverlo, a nuestro juicio, una dinámica congruente con tales planteamientos.
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