Complicaciones en el juicio a miembros de una secta hindú en Suiza
Se han cumplido tres semanas desde que la corte penal federal de Suiza, con sede en Lausanne, inició el proceso contra el jefe máximo de la secta hindú Centro de la Luz Divina y cinco de sus más cercanos colaboradores. Las confesiones del swami Omkarananda, como la de dos jóvenes alemanes, una australiana, dos ciudadanos suizos, un hombre y una mujer, han complicado el proceso, al punto que ha debido irse prolongando, y sólo el 22 de mayo el tribunal anunció que estará en condiciones de dictar sentencia definitiva.
Omkarananda y sus seguidores son acusados de «atentados con explosivos, uso de sustancias venenosas (con intención de eliminar a supuestos enemigos de la secta), prácticas de magia negra» y otras denuncias que surgieron, primeramente, de entre los vecinos de la casa que habitaban el gurú y sus protegidos, en Winterthour.Durante el proceso, las declaraciones de estos hinduistas han confundido en ciertos momentos a los miembros del tribunal, que días atrás recurrieron al asesoramiento de dos teólogos.
El swami Onikarananda, en un largo alegato, sostuvo que los documentos exhibidos por el tribunal, en uno de los cuales él escribió órdenes a sus colaboradores, como «quiero ver los resultados de la destrucción de mis enemigos», no podían interpretarse, desde el punto de vista del hinduismo, como la destrucción de la vida de una persona, sino como ceremonias destinadas a eliminar las ideas negativas de ciertas personas que adquirían el carácter de enemigos por sus ideas.
Por otra parte, pretendiendo ser víctima de un complot de «políticos locales y regionales», pidió que se hiciera justicia «sobre la base de la verdad», y que en caso que ésta no fuera establecida, parodiando el nombre de la secta, expresó su deseo de que «se haga la luz», mientras él espera en una celda.
Dos defensores del gurú del Centro de la Luz Divina, los abogados Portmann y Hagmann, han insistido en el sentido de que su cliente «no piensa con los mismos conceptos que rigen al mundo occidental», rechazando, además, que se califique de dependencia la actitud absolutamente sumisa de los otros miembros de la secta frente a su ex «gran gurú».
Con esto se pretenden deslindar ciertas responsabilidades del swami en algunos hechos confesos que configuran delito, como es en el caso de la ciudadana suiza Verena Plain-Schib, la mujer desnuda de un siniestro ritual purificador, que denunció ante los tribunales haber sido violada en esa ocasión, a pesar de que era virgen. Por el solo hecho de haber preguntado al gurú «si todo eso era necesario» (en la ceremonia intervino la sangre de un pollo degollado, un cráneo sustraído del cementerio de Bellinzone, y el semen del mago vertido sobre el cráneo, además de la violación), el swami Onikarananda la envió recluida a un refugio antiaéreo de la ciudad.
A estas alturas del proceso, el «gran gurú», no cabe duda, ha dejado de ser el dios en que creyeron sacrificadamente durante años los miembros del Centro de la Luz Divina que serán sentenciados dentro de once días.
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