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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Un partido, dos hombres, y la sociedad enmedio

Ahí están. Como gladiadores que contienden sucesivos en el dudoso combate de la palabra. François, Michel, Pierre, Gilles, Jean Pierre, y los otros. Ahí están. Animales de imperio, con una voluntad de poder, sin límites ni arrepentimientos, como una disparada pasión incabalgable. No hay prólogo ni cuartel, espadas en alto desde el primer minuto, Mitterrand ataca: «Ningún acuerdo, por deseable que parezca, debe obtenerse en la confusión o en el claro-oscuro... De lo que se trata es de saber si el PS es capaz de definir y defender una línea política, y cuál.»Noventa y seis minutos de altísimo espectáculo político, en los que se intenta acabar con un rival e imponer al partido un determinado proyecto socialista. Frente a la innovación, «la memoria histórica, ya que sólo ella es revolucionaria »; frente a la experimentación social, tela de Penélope que de nada sirve, la conquista frontal del poder político; frente a la política del paso a paso, «la imperativa ruptura de la continuidad». y tomando pie en Blum y Jaurés, la proclamación de los insoslayables «cambios categóricos».

Rocard no se detiene en impugnar los argumentos uno a uno, sino que lleva la pelea al centro del cuadrilátero reclama acción y rigor, enlaza con su intervención en el Congreso de Nantes y empuña de nuevo su tesis de las dos culturas políticas. No a la política jacobina, centralista, estatalizadora, patriotera y proteccionista. Sí, a la política que impugna los poderes centrales, a la que rechaza las dominaciones inútiles y arbitrarias, sean del Estado o de los patronos; a la que defiende la autonomía de los colectivos de base, la liberación de las minorías dependientes, la sociedad asociativa, la organización de la producción mediante la autodeterminación de los trabajadores, la experimentación, la autogestión. El PS no puede ser una asociación heteróclita de descontentos y de ambiciosos, dispuestos a subirse al primer tren que les lleva al Gobierno, sino la vanguardia democrática de los que quieren cambiar el mundo.

Tantos líderes, tantas tesis, tantos notables, tantas mociones, tantas sutilezas, argumentos, días, semanas, meses de discusiones han encontrado su expresión culminante en este implacable cara-a-cara, sin tongo y casi apenas sin bambalinas. Dos hombres, dos culturas, un partido. Sólo ocho años desde Epinay y más de 180.000 militantes, más de cien diputados. casi un tercio de los municipios y consejos generales, una compacta formación de científicos e intelectuales. han hecho de aquellos socialistas en desbandada de los años sesenta el primer partido de Francia. En bazas y en esperanzas.

Un partido con tendencias y corrientes: los restos de la SFLO, el CIR, el ERIS, el CERES, las Assises, etcétera: en el que se batalla duro y claro por el control y la supremacía. pero en el que la política de las personas es antes que nada política del país, y en el que el enfrentamiento de los epónimos es consecuencia del enfrentamiento de las ideologías.

Un partido, hijo de la sociedad, y, sobre todo, de sus empeños, de sus fantasmas. Y cambiando con ellos. Por eso el PSF no se parece en nada a la SFIO. Las excelentes tesis doctorales de Patrick Hardouin y Philippe Garraud nos han dado fundada noticia de ello. La estructura socio-profesional de los militantes socialistas franceses en 1951 y en 1977 presenta los siguientes porcentajes: clase obrera, 44% y 18%; clase media baja, 53% y 59%; clase media alta, 3% y 22%, respectivamente. El tanto por ciento de mujeres, en las mismas fechas, pasa del 8% al 15 %, y la edad media, que era de 51 años y siete meses, se con vierte en 43 años y ocho meses, formando las clases de edad entre los treinta y los cincuenta años el grupo mayoritario.

Feminización, rejuvenecimento y tirón hacia arriba -con una notabilísima promoción social transgeneracional-, rasgos dominantes de la realidad francesa de los años setenta o, al menos, de su imagen sublimada, son también las p rincipales características del PS actual. Características que se acentúan cuando pasamos de los militantes a los órganos directivos: 63,8% de los miembros del comité directivo son titulados superiores y más de un tercio tienen el grado de doctor o son profesores uníversitarios.

El PS ha sabido dotarse de una estructura ideológica autónoma, que le ha permitido tener una clara identidad política y diferenciarse, dentro de la izquierda, del PCF, sin cederle un solo palmo de terreno. El pluralismo político, proclamado y practicado dentro y fuera del partido, la autogestión y el frente de clase han sido sus grandes temas y sus mejores armas. Paul Bacot, Roland Cayrol y Patrick Viveret han escrito mucho y bien sobre ello. Francisco Sanchis, entre nosotros, prepara sobre el tema un concienzudo estudio.

Desde esa composición social y con esa armadura ideológica, con deficiencias, claro, con contradicciones, con personalismos -¿pero cómo separar el poder político del protagonismo personal?-, el PS francés se ha lanzado a la gran aventura de conquistar el Estado sin renunciar a cambiar la vida y la sociedad.

En su último congreso y, en especial, en los seis meses que lo han precedido, de áspera controversia a todos los niveles, sin apaños de trastienda ni componendas de estados mayores, sin hurtar el bulto a la hora de la verdad, ha comenzado a probar que la democracia interna es compatible con la condición de gran partido. El centralismo democrático y los unanimismos de fachada han perdido con ello parte de su autoridad y de su eficacia, y la izquierda se ha acercado, un poco más, a su horizonte utópico.

¿No puede ser esta uña hipótesis -salvos los modos y las distancias- para nuestro PSOE y su congreso? La cabeza me dice que sí. Y también el corazón.

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