Para cambiar Madrid / 1
Arquitecto urbanista
Hay que cambiar Madrid. Tal es el compromiso asumido por la izquierda con el electorado que la ha colocado en los ayuntamientos. Muchos son los problemas diagnosticados en el área de Madrid y las soluciones mágicas no existen. La izquierda debe adoptar una nueva actitud respecto a la intervención pública en la ciudad, imprescindible, aunque no suficiente, para cambiar. El cambio de actitud tiene que partir de un cambio en cómo se considera Madrid. ¿Por qué la excepcionalidad? ¿Por qué el «privilegio» de su dependencia de la Administración central en el tratamiento de sus problemas? Sólo el centralismo y la consideración ideológica de la capitalidad (plasmada en el «gran Madrid», en la fachada de Estado de la posguerra) puede justificarlo. La ciudad burocrática y reducida de la preguerra se ha transformado en una gran metrópoli con más de cuatro millones de habitantes, que ya no viven en función de la burocracia estatal. Esa es la realidad hoy. Puede tener un interés académico analizar y comprender el origen de su desbordante crecimiento; pero no vale ya hablar de una artificial concentración terciaria, sino de un fenómeno urbano, con todas las características de las grandes metrópolis industriales. Los madrileños, esos cuatro millones de habitantes, no pueden permitir que se especule con ellos y las soluciones a sus problemas urbanos se subordinen, una vez más, a una política de la Administración central que ha venido ocupándose de esta ciudad de modo preferente como si se tratará de un territorio de su sola incumbencia. Con ello han salido ganando los poderosos intereses cercanos al Gobierno central y han salido perdiendo, en primer lugar, los propios madrileños.
No cabe seguir esperando decisiones expresas de política económica y territorial por parte del Gobierno. No se han producido en los últimos años ni cabe esperar que se produzcan tampoco ahora. Aunque así fuese, como resultado de la acción legislativa de las Cortes, no sería distinto el tipo de planeamiento urbano necesario hoy para el área de Madrid, dados los problemas de esos cuatro millones de habitantes.
La carencia de esas directrices ha sido esgrimida para justificar la no culminación de un nuevo Plan Urbanístico para el área de Madrid, repetidas veces encargado por el Gobierno a Coplaco, como organismo de la Administración central responsabilizado del planeamiento de Madrid. Sin embargo, junto a otros factores generales, la causa paralizante hay que buscarla en el tipo de plan que se pretendía redactar. Pretensión que respondía más a elaborar un «modelo» para Madrid que a la eliminación de sus problemas; más a un proyecto de « arriba abajo » que a una gestión de «abajo arriba».
Las recientes y crecientes reivindicaciones de los ciudadanos no sólo han mostrado con mayor realismo la existencia de esos problemas, de naturaleza similar a los de cualquier gran aglomeración urbana, capital o no de un Estado. Estas reivindicaciones transformadas en propuestas han dado lugar a la adopción de medidas que muestran ya, de forma inequívoca, el reconocimiento de la necesidad de ese proceso de planeamiento (querido o no desde la Administración) «desde abajo». A ello responden, por ejemplo, las soluciones puntuales a tantos problemas y las 15.000 viviendas que la Administración central pretende iniciar en 1979, como respuesta a tantas reivindicaciones acumuladas.
No se trata, pues, de ofrecer un «modelo distinto», alternativo, abstracto, apriorístico, como lo fueron los dos planes generales anteriores. El plan que requiere Madrid, como aglomeración metropolitana formada por muchos municipios con problemas comunes, es otro. No puede pretenderse que sea el que resulte de las decisiones de la Administración central, por más que Madrid sea la capital. Esta visión ha sido quebrada con la línea abierta con los PAI (Programas de Acciones Inmediatas) puestos en marcha por Coplaco en 1978. Nueva actitud respecto a la revisión del plan, recogida, más implícita que explícitamente, por el organismo central, que implica de hecho el reconocimiento de la necesidad de un planteamiento alternativo desde la base. Partir del conocimiento de los problemas y de las posibilidades de intervención «desde abajo», con la participación de la población como fuente para ese conocimiento y para el establecimiento de prioridades por encima de criterios tecnocráticos y la plasmación de aquéllas en una programación cifrada y en el tiempo, eran las premisas innovadoras que sustituían, de hecho, los enfoques más o menos grandilocuentes -estructurales, directores o estratégicos- con que el planeamiento urbanístico de Madrid se, había pretendido abordar hasta entonces en consonancia con el modelo «desarrollista» hoy agotado.
Si a las crecientes reivindicaciones ciudadanas añadimos otro dato de especial relevancia, corno es la necesidad objetiva reforzada activamente, de autonomía municipal, resultará que la compatibilización a partir de las exigencias de los barrios, distritos y municipios y el acuerdo solidario entre éstos de «abajo arriba» es hoy el único proceso válido y realista para redactar un plan urbanístico e incluso para llegar a establecer los elementos estructurales metropolitanos precisos.
Los ayuntamientos tienen que asumir el protagonismo en un planeamiento del conjunto del área compatibilizador de las intervenciones en el territorio de cada uno de ellos. Protagonismo que hoy, menos que nunca, puede ser suplantado por una acción paternalista de la Administración central.
Pese al giro en la concepción del planeamiento que los PAI implicaban, Coplaco tuvo que seguir suplantando a los ayuntamientos en una tarea que, por su propia lógica, era municipal. Tras el 3 de abril los ayuntamientos necesitan ya una plataforma solidaria de actuación propia, para poder abordar, conjuntamente, el nuevo tipo de plan que el área de Madrid requiere. A ello dedicamos un segundo artículo.
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