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La entrevista Giscard-Chirac acentúa el divorcio de la mayoría gubernamental

Las políticas económica, social y europea del presidente de la República francesa, Valery Giscard d'Estaing, han divorciado quizá definitivamente al giscardismo y al chiraquismo. Así lo evidenció ayer una entrevista del presidente con una delegación gaullista dirigida por el alcalde de París, Jacques Chirac. El resultado de la próxima elección del Parlamento Europeo decidirá la suerte del Gobierno y de la legislatura actuales.Si las perspectivas de nuevas alianzas entre comunistas y socialistas parecen nulas, por lo menos hasta más allá de las elecciones presidenciales de 1981, la reconciliación entre las dos fracciones componentes de la mayoría gubernamental (gaullistas y giscardianos) no contiene menos interrogantes. El presidente, señor Giscard d'Estaing, anunció semanas atrás que tomaría iniciativas especiales para intentar superar las divisiones en el campo de la mayoría gubernamental.

La más espectacular fue una invitación al presidente de los gaullistas, señor Chirac, para que le visitara en el palacio del Elíseo. Pero el hipotético resultado positivo de la entrevista fue «ahogado» de antemano por los «ataques personales» del presidente y del primer ministro, Raymond Barre, al líder gauilista. Este último, considerándose agraviado, declinó el «mano a mano» con el señor Giscard d'Estaing, y pidió que fuera reemplazado por un diálogo entre dos delegaciones. El presidente de la Agrupación por la República (RPR), al entrar ayer en el Elíseo acompañado por los antiguos primeros ministros Michel Debré y Pierre Messmer, deseaba evidenciar la solidaridad de las ideas y de los hombres en el seno del neogaullismo que él representa.

A juzgar por las declaraciones ofrecidas por los interesados al concluir la reunión, la confrontación chiraquismo-giscardismo fue ruda e irreparable. Mientras el portavoz presidencial destacaba las «convergencias» entre los dos «enemigos» de la derecha gala, el señor Chirac afirmaba que «hemos recordado nuestras graves inquietudes y nuestras reservas a propósito de la política social, económica y europea».

Por lo que se refiere a la política económica y social del Gobierno, defendida en el «plan Barre» destinado a paliar la crisis, el presidente no está dispuesto a ceder ni un palmo, y, por su lado, los gaullistas, alejados de los resortes esenciales del Estado, no pueden más que acentuar sus críticas.

Lucha a muerte

El terreno de la «lucha a muerte» entre giscardianos y chiraquistas será el de la próxima elección del Parlamento Europeo por sufragio universal el próximo junio. El presidente de la República, que recientemente negó que las elecciones cantonales tuviesen un carácter político y nacional, también afirmó hace tres; días que los comicios europeos no serán un test de política interior.Cada cual, en este país, piensa lo contrario, es decir, que las cuatro grandes fórmaciones (socialistas, comunistas, gaullistas y, giscardianos), a la vista del escrutinio, contarán sus votos para operar consecuentemente en el plano nacional.

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Si al día siguiente de las elecciones la lista que encabeza el señor Chirac sumase más adeptos que la giscardiana, presidida por la ministra actual de la Salud, Simone Veil, el líder de la RPR desencadenaría un ataque decisivo contra el giscardismo, según consideran los medios políticos de París. Su arma fundamental la constituirán los 155 diputados con los que cuenta en la Asamblea y con los que puede censurar al Gobierno en cualquier momento. El «Juego» sería peligroso, porque el señor Chirac arriesgaría una crisis institucional grave. Pero a tal punto ha llegado el odio que se demuestran el aspirante a «presidente agitado» para 1981 (según definición hecha por Giscard de Chirac), encarnación de la llamada Francia profunda y ultranacionalista, y el presidente sereno, «glacialmente educado», encarnación de un modernismo que desearía prolongarse, también en 1981, por siete años más.

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