El Madrid se transformó fuera del Bernabéu
El Real Madrid dio en El Molinón gijonés un paso importantísimo hacia la consecución de un nuevo título de Iiga, y sobre todo, dejó clara su superioridad sobre el Spórting, al margen de su mínima victoria. El equipo blanco, como si se hubiera transformado milagrosamente fuera del Bernabéu, tuvo ideas, precisión en los pases, juego a los espacios libres, apoyo y orden entre sus hombres, que, para colmo, arrollaron por fuerza física a sus rivales. Miera, al suplir la baja de Ferrero con Uría dio un tono demasiado defensivo al cuadro rojiblanco, que sólo contó con ocasiones para marcar y tuteó a un Madrid increíblemente más ofensivo, en la primera parte. Tras el descanso, el 0-1 quedó corto para los merecimientos blancos.En fútbol, como en cualquier deporte de juego o de contacto donde se enfrentan dos rivales, resulta difícil valorar si uno juega más por sí mismo o porque el contrario le da facilidades. No cabe duda que el Madrid del domingo fue quizá -también es discutible medirlo- el mejor de la temporada, pero como muchos aficionados gijoneses comentaban al final del encuentro, el Spórting fue el peor. Desde luego, lo más justo, o lo que más se pudo parecer a esto, fue lo sucedido en la segunda parte, aunque ya empezó a hacerse patente un cuarto de hora antes del descanso.
La superioridad blanca resultó aplastante, pues en cuanto se apagó el empuje local de la primera mitad que llevó algunos peligros ante un magnífico García Remón (hizo una parada enorme a tiro de Mesa) la realidad de un planteamiento demasiado defensivo hecho por Miera provocó que la propia nulidad atacante arrastrara a su centro de campo, ya sin horizontes. Si Joaquín, Cirlaco y Mesa se habían equilibrado anteriormente con Del Bosque, Jensen y Stielike, el primero y el último se hundieron y Ciriaco, que había tenido una labor menos rígida, por la mayor movilidad del danés, comenzó a perder sitio, lo mismo que Uría. Este, la baza jugada por Miera para taponar la gravísima baja de Ferrero, se perdió una vez más en inútiles aciertos aislados, pero ni ganó batallas en el centro del campo, ni en el ataque, pues Wolf e Isidro, antes y después de la lesión de Pirri -ausencia que ni se notó, pese a entrar Abel-, le contuvieron sin demasiados problemas. Para colmo, San José sujetó muy bien a Morán, tras los pocos balones que le llegaron, y Benito hizo lo propio frente a Quini, favorecido además, por la falta de sitio del capitán sportinguista. El veterano internacional, que veía mal su centro de campo, sin poder resistir la tentación de su tendencia a arrancar desde él, se encontró en la obligación de estar en el ataque para no dejar completamente solo a Morán, y ahí no provocó ni un solo peligro.
Según todo ello, dio la sensación de que el Madrid empezó a ganar el partido en las pizarras de los vestuarios, al conocerse las alineaciones. Molowny se arriesgó -y acertó- a sacar a Aguilar, con lo que su 4-3-3 podía al miedoso 4-4-2 de su colega. La presencia de Jensen en el centro del campo, además, podía convertir su sistema, y de hecho así sucedió, en un 4-2-4 en ciertos momentos. Evidentemente, da alegría que un fútbol más atacante, en campo contrario, se haya impuesto. El futuro ya no se presenta tan desolador sí el fútbol abre sus trincheras y barricadas... y demuestra que puede ganar. Cuando Miera retiró a Rezza y metió a Abel -quizá el extremo-extremo- que debió atreverse a sacar desde el principio, aunque no se llamara Oscar -su planteamiento pasó del miedo al suicidio, pues el Spórting jugó sin defensa libre y los contraataques blancos fueron ya mucho más peligrosos que el del gol, con igualdad o superioridad numérica de hombres. El del minuto 82, con intervención de Aguilar, Santillana y Del Bosque, fue un espléndido ejemplo. Castro, sin embargo, evitó con una gran parada el intento del salmantino de sobrepasarle y que hubiese supuesto un segundo gol, para descubrirse después de tanta mediocridad cómo derrama el fútbol español domingo tras domingo.
Al Madrid, pues, hay que verlo fuera de casa, sin necesidad de marcar un ritmo o crear juego por obligación, para poder alabarlo. Desde García Remón hasta Aguilar y Juanito parecieron otros.
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