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Fuerteventura, un desierto de Iujo

En el invierno de aquel año la rebeldía del hombre desagradó al señor y el señor envió a sus gendarmes y le expulsó del paraíso. El año era el de 1924; el señor, Miguel Primo de Rivera; el rebelde, Miguel de Unamuno. Días después, el 12 de marzo, un poco antes del mediodía, un pequeño vapor desembarcaba en Puerto de Cabras al desterrado. La ira le cegaba con más fuerza aún que el sol que iluminaba aquel desierto; por eso don Miguel no pudo percibir aquella mañana lo que no tardaría en descubrir: el desierto de Fuerteventura sí era el paraíso.En la terraza del fonducho, el rector de Salamanca tendía al sol su pequeña y enjuta humanidad en cueros vivos, con lo que provocaba una división de los majoreros en dos bandos: unos, admiradores de sus facultades intelectuales, se reunían en tomo a él en la tertulia que organizaba el comerciante Ramón Castañeyra; y otros, asombrados de ver los atributos viriles del profesor expuestos a la cambiante brisa de Fuerteventura.

Tardó en cicatrizar la herida abierta por el dictador en el valiente intelectual. Juguete de su ego herido, don Miguel llegó a dejarse fotografiar maniatado conducido por dos majoreros. Sin embargo, el hombre que abandonó esta isla a comienzos del verano de aquel año a bordo de un barco pirata francés ya no era el mismo, como lo demuestran sus versos de despedida: «Un oasis me fuiste, isla bendita, /la civilización es un desierto ... /Eres mi luna ya Fuerteventura, /gigante espejo del gigante océano ... »

Corría el año de 1962. Los enemígos del señor se fueron más allá del paraíso y se reunieron en contubernio para conspirar contra él. El señor esperó pacientemente su regreso y cuando estaban de nuevo ensus dominios envió a sus ángeles visitadores. No bien habían llegado de Munich, ya los policías del general Franco pusieron a Jaime Miralles, Fernando Alvarez de Miranda y Joaquín Satrústegui un billete de avión en las manos y les condujeron al destierro de Fuerteventura.

«Llegamos el 10 o el 11 de junio -recuerda Joaquín Satrústegui-, en un pequeño avión de hélice que aterrizó en un aeropuerto de tierra. Era sobrecogedor sobrevolar aquel desierto sin saber por qué ni por cuánto tiempo se nos conducía allí.» En la amistad de Matías González y en la tertulia de la botica de Manuel González fue llegando a los nuevos desterrados el calor humano de los majoreros. Al cabo de un año los tres regresaron a Madrid con la sensación de dejar atrás en aquel desierto el paraíso.

Llegan los especuladores

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Finales de los años sesenta. La nueva invasión de los bárbaros está cerrando la muralla turística en torno al Mediterráneo. Los primeros descubridores ya han tomado posiciones en Canarias, pero pronto se les quedan pequeñas Tenerife y Gran Canarias. Es la hora del salto. Curiosamente la expansión turística no se proyecta hacia las islas verdes de La Palma, Gomera o Hierro, sino hacia las más africanas.

Como siempre los especuladores van por delante. Apenas se perfilan los dos núcleos turísticos de Fuerteventura: Corralejo, al Norte, y Jandía, en el Sur, antes de que se mueva un ladrillo, comienza a circular el dinero. Es la guerra por un trozo de terreno en torno a las enormes playas de Fuerteventura, enormes de arena blanca y de aguas que van del verde al azul sin dejar de ser impresionante mente luminosas.

De Norte a Sur y de Sur a Norte el suelo de la, costa cambia de manos a una velocidad de vértigo. Lo que al iniciarse el movimiento especulativo valía a 0,20 pesetas metro cuadrado se paga finalmente a 2.000. En dos años, según un majorero dedicado al negocio inmobiliario, los terrenos subieron en algunos casos un 10.000%. En la punta de Jandía, por ejemplo, lo que un inglés llamado Comer vendió en doscientos millones de pesetas en 1969 ó 1970 a un grupo de suecos, fue comprado en 1974 por Protucasa, una sociedad con participación de la Caja Insular y el Banco Occidental, por ochocientos millones.

La casa inacabada

Los planes urbanísticos aprobados y todavía no ejecutados podrían albergar una población superior a los 100.000 habitantes, cuando hoy apenas sobrepasan los 20.000.

Es lógico preguntarse qué ha supuesto todo este movimiento especulativo para el majorero. Aparte de la absorción del excedente de mano de obra por la industria hotelera incipiente y de la construcción, al majorero le han hecho papilla. Al de la costa, porque le han dejado sin suelo urbano, aunque resulte increíble en una isla de 1.725 kilómetros cuadrados, la segunda en extensión del archipiélago y con la menor densidad de población de España. La búsqueda de un solar de cien metros cuadrados donde construir una vivienda se ha convertido en una obsesión para los recién casados. En diciembre de 1978 contrajeron matrimonio en Morro Jable Manuel Pérez y María Arocha y sus amigos acudieron a la iglesia no para tirarles arroz a la salida, sino para desearles que pronto encontraran una casa para iniciar su vida en común.

« Llevo más de siete años en este pueblo -dice Carlos González, médico de Morro, Jable-. Pues bien, en todo este tiempo se habrán casado unas sesenta o setenta parejas y todos se han visto obligados a vivir con sus padres porque el dueño de todos estos terrenos en muchos kilómetros cuadrados de costa a costa no quiere vender.»

Esto ha llegado a crear situaciones como la de Manuel Saavedra, que se ha visto obligado a recogerse en un mismo techo con mujer, sus tres hijos y las esposas de sus hijos y los nietos. En total, veintiuna personas en una casa de planta y media. Porque, dato curioso, los pueblos de Fuerteventura están siempre inacabados, ya que las casas crecen a medida de las necesidades. Y así, cuando se agrega alguien a la familia, sobre la primera planta se construye una habitación, y otra, y otra, y así sucesivamente.

Luego viene una tromba de agua, destroza la casa, como le sucedió a Manuel Rodríguez y a Carmen Celez.

El dueño de todos los terrenos de Morro Jable es Winter, heredero de un alemán, que llegó a Fuerteventura años después de la guerra y que compró parte de las propiedades de la marquesa de Santa Coloma. Durante años no vendía porque, según él, había que esperar al plan de ordenación urbana. Ahora los vecinos se preguntan por qué no vende, aunque con las elecciones municipales parece que les puede caer un jubileo, pues el joven Winter -tras intentos frustrados de meterse en las candidaturas de la Asamblea Majorera, primero (luchar contra el caciquismo es uno de los objetivos de la Asamblea) y en las del PSOE después, y tras ser rechazado finalmente por UCD, anda prometiendo ahora solares en caso de que se vote a este último partido.

Ni agua ni luz

A los majoreros del interior, que viven de la agricultura (tomate y cereales) y de la ganadería, las expectativas turísticas sólo le han supuesto problemas, ya que el agua de la potabilizadora ha sido llevada de Puerto del Rosario directamente a los puntos turísticos, mientras los pueblos, que son mayoría, siguen exprimiendo a la tierra a través de los 1.447 pozos existenteso se surten del agua de la potabilizadora con aljibes (el agua vale a noventa pesetas el litro a pie de fábrica.) La energía eléctrica, que sobra en cantidades importantes, pasa de largo por la mayoría de los pagos y el que quiere luz se ve obligado a alumbrarse con motores.

Tampoco las expectativas turísticas han supuesto una ampliación de la red de carreteras (113 kilómetros). Ni han servido para mejorar la asistencia sanitaria, ya que se sigue con el pequeño hospital creado por el Instituto Social de la Marina y atendido por seis de los nueve médicos que existen en la isla.

El experimento asambleario majorero

El majorero confía en que lo que el turismo no da se consiga con la renovación de los cinco Ayuntamientos de la isla y el cabildo, donde luchan por situarse lo mejor posible UCD y la Asamblea Majorera, curioso movimiento asambleario que ha prendido en el sur de la isla con enorme acogida entre la juventud y que aspira a desquitarse el martes próximo del escaño de senador que le arrebató UCD por sólo diez votos, 4.510 frente a 4.500. Esos 650 votos del PSOE no se le borran a los de la Asamblea de la cabeza.

UCD y PSOE recelan de este movimiento por entender que su asambleísmo es contrario a la configuración de la democracia partidista y por sus supuestas infiltraciones comunistas. Miguel Cabrera, ex senador de Asamblea en la legislatura de 1977 y candidato en las elecciones de marzo, sostiene, por su parte, que en una isla tan pequeña todos se conocen y es posible la democracia directa. Respecto al submarinismo comunista, sostiene que en Asamblea caben todos los que quieran luchar contra el caciquismo.

Una de las mayores inquietudes de todos los partidos es la pésima situación de la enseñanza, no sólo por la falta de instalaciones, sino también por los largos recorridos que tienen que efectuar los niños. «Hay casos -afirma un maestro-, como el del pueblo de Juan Gaspar y otros pagos de Gran Tarajal, en que niños de seis años se ven obligados a andar durante una hora para tomar el transporte escolar.»

Hubo un momento en que se creyó que la llegada de la Legión con su corte de las pasiones (robos, prostitución, droga, un homicidio) iba a acabar con el paraíso que ganara para la corona de Castilla un normando. Hoy las relaciones con la Legión son excelentes y se teme más a la amenaza turística si no es debidamente controlada.

Pero el paraíso, como todo, es una fabricación mental y relativa. La vida se hace dura en Fuerteventura. Don Miguel de Unamuno mataba el lento pasar del tiempo sobre este rincón del planeta confeccionando pajaritas de papel. Muchos majoreros construyen castillos en el aire para liberarse de tanta sequedad, del aislamiento físico y del «todos nos conocemos». Y así, le preguntas a Monse y a Pepita, dos pibas de diecinueve años, si no se irían de Fuerteventura por algo y te dicen a un tiempo: «No me quedaría por nada.»

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