La izquierda abroncó a UCD durante el acto
Toda la solemnidad con que Unión de Centro Democrático (UCD) pretendía revestir el acto de investidura del primer presidente de Gobierno constitucional, Adolfo Suárez, se fue al traste a causa de la decisión del partido gubernamental -instrumental izada juridicamente por su diputado y presidente del Congreso, Landefino Lavilla- de no permitir un debate previo a la votación sobre el programa del candidato. Los caracteres apoteósicos estuvieron más en la bronca de que fue objeto UCD por parte de la izquierda, que en el resultado de la votación, previsto de antemano: 183 votos favorables (UCD, CD, PSA, PAR y UPN), 149 en contra (socialistas, comunistas, PNV, EE, ERC, UN y UPC) y ocho abstenciones (CiU). Sobre el desarrollo de la sesión informan Bonifacio de la Cuadra, Soledad Gallego-Díaz, Sebastián García, Francisco Gor y Pablo Sebastián.
El aire de solemnidad que el partido gubernamental quiso atribuir al acto parlamentario de ayer se tradujo, desde primera hora de la mañana, en la ordenación del tráfico de las calles colindantes al palacio de las Cortes y en las medidas de seguridad a cargo de la Policía Nacional, que impedía el acceso a sus proximidades a toda persona no suficientemente acreditada. Las normas eran las correspondientes a aquellos casos en que el Rey acude al Parlamento; ninguna de las anteriores y frecuentes comparecencias de Adolfo Suárez en el Congreso de los Diputados dio origen a unas medidas tan rigurosas.El ambiente dentro del palacio de las Cortes no era de fiesta mayor. La parte izquierda del hemiciclo no se llenó hasta el último momento. Los escaños de UCD emaban, en cambio, bastante completos desde muy temprano, incluido el .banco azul, con el teniente general Gutiérrez Mellado de paisano, al lado de Suárez. La ausencia más notable, la del ministro Joaquín Garrigues, se cubrió pocos minutos después de comenzada la sesión.
Hasta las 11.20 no aparecieron los miembros de la Mesa, con Landelino Lavilla al frente, el hombre que debía representar el papel más difícil en la ceremonia que comenzaba. El señor Lavilla, pertrechado de su fría serenidad y nervios de acero, procedió a los trámites previos a la tempestad que se presentía, y enseguida se dispuso a aguantar el vendaval en forma de cuestiones de orden suscitadas por los líderes Felípe González y Santiago Carrillo en solicitud de que la Cámara se autogobernara. Se impugnaba el propósito presidencial de no someter a la revisión de la Cámara sus criterios reglamentarios sobre la forma de desarrollarse la sesión.
La izquierda quería, en definitiva, un debate previo a la votación, y Landelino Lavilla lo negaba con mil sutilezas jurídicas, como la diferencia entre «orden del día» y «orden de la sesíón». Carrillo tiró por el camino del medio y aseguró que UCD se ciscaba en la autoridad del Pleno de la Cámara. Los representantes de la izquierda en la Mesa -los dos vicepresidentes, Luis Gómez Llorente e Ignacio Gallego, y los dos secretarios, María Izquierdo y Leopoldo Torres abandonaron su puesto junto al presidente de la Cámara y se sentaron en los escaños. La serenidad y compostura del acto se habían roto. Los pupitres de la izquierda del hemiciclo tronaban de protesta.
El arbitraje de Fraga
La izquierda halló entre los bancos de la derecha, de entre quíenes se declaraban partidarios incondicionales de la investidura del candidato-invicto-Suárez, un refuerzo considerable. Manuel Fraga sumó su cuestión de orden a las ya planteadas y negó al presidente del Congreso capacidad para una interpretación absoluta del Reglamento. Apoyándose en la autonomia reglamentaria de las Cámaras, el señor Fraga vino a decir que sólo la votación permitirá saber la voluntad del Congreso de los Diputados sobre su propio Reglamento. La izquierda le premió con un aplauso y los gritos de «¡que se vote, que se vote! » arreciaron con intensidad.
El presidente del Congreso quiso tomar de nuevo las riendas del asunto. El artículo 63 del Reglamento le amparaba: «En cualquier estado de la discusión podrá pedir un diputado la observancia del Reglamento, citando los artículos cuya aplicación reclame. No cabrá con este motivo debate alguno, debiendo acatarse la resolución que la presidencia adopte a la vista de tal alegación.» «Solventadas las cuestiones planteadas ... », empezó a decir el señor Lavilla. Una risotada colectiva contestó a sus palabras y un rosario de protestas comenzaron a crucificarle desde los escaños. Socialistas, comunistas, republicanos, nacionalistas vascos, catalanes, andaluces y canarios, todos quisieron dejar constancia de su discrepancia con el sistema que imponía la mínoría de UCD. Alguien gritó: «Son menos.» Pero se equivocaba, porque Suárez contaba con el apoyo tácito de CD, a pesar de las palabras aplaudidas de Fraga.
El discurso del candidato
El ascenso de Adolfo Suárez a la tribuna de oradores fue saludada con un largo e intenso aplauso desde la derecha del hemiciclo y, simultáneamente, con un fuerte pateo desde la izquierda. Fernando Álvarez de Miranda, aquejado de una lesión en un tobillo, no se levantó; Joaquín Garrigues sí lo hizo, pero convaleciente aún se sentó enseguida. En el fiel de la balanza, los nueve diputados de CD, convertidos en árbitros de la situación, permanecían sentados y pasivos. Las manos de los diputados centristas se cansaron antes que las de sus oponentes, que aporreaban los pupitres unos segundos después de que cesara el aplauso. Al final, el señor Lavilla rogó al público -que habla secundado a los parlamentarios- que se abstuvieran de hacer manifestaciones de aprobación o reprobación.
Adolfo Suárez pudo al fin iniciar su lectura de fallos, una hora y diez minutos de palabras pronunciadas con su habitual estilo, mientras en los escaños de la izquierda se leían ostensiblemente los periódicos y los diputados entraban y salían del hemiciclo. Ni un solo aplauso interrumpió las palabras del candidato a presidente, como sí los centristas temieran una nueva, reproducción del pateo paralelo. En cambio, la izquierda pateó la alusión del señor Suárez a la disposición de UCD para integrarse en la OTAN.
La primera parte del discurso presidencial -discurso, más que exposición de programa gubernamental- se compuso de una serie de retales de intervenciones de Adolfo Suárez durante la campaña electoral del 1 de marzo. La otra parte consistió en un resumen del programa electoral de UCD y del libro La solución a un reto, que recoge las ponencias del primer congreso centrista. Un discurso difuso y con sabor a cosa sabida, en el que Adolfo Suárez expuso, entre otras concreciones, el objetivo de UCD en pro de un «orden social dinámico, progresivo y solidario, que inserte a España en el proceso histórico de Europa».
Ya el propio candidato a presidente había advertido la noche anterior, en la reunión del comité ejecutivo de su partido, que su oración de ayer no contenía ninguna novedad importante.
El final del discurso fue acogido con el aplauso de rigor en UCD -CD no se movió-, mientras que el resto de la Cámara permaneció pasiva.
Votación prevista
Y llegó el trámite decisivo de la votación nóminal, tras extraer al azar el nombre de un diputado -Julio Ulloa- y pasar lista a los 350, de los que sólo 340 estaban presentes.
Los síes, los noes y las abstenciones fueron desgranándose sin grandes sorpresas, si se exceptúa la que los comunistas hicieron experimentar por los votos afirmativos del PSA, a los que el comunista andaluz Fernando Soto pareció querer dirigirse cuando, al ser nombrado para votar, dijo: «Como andaluz y como trabajador español, no.»
Otra incidencia fue la opinión del socialista Pedro Silva, que hubo de votar el último, y el voto doble del también socialista Isidoro Gracia, que había sido llamado a votar otra vez como Isidro García.
Terminada la votación y proclamado Adolfo Suárez como candidato a presidente del Gobierno con la confianza de la mayoría absoluta de la Cámara, UCD aplaudió largamente a su presidente.
Durante varios minutos UCD intentó recomponer como pudo la frustrada apoteosis de la investidura, mientras la izquierda bramaba en los pasillos.
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