_
_
_
_
Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La hora de las verdades

Desplazar a la derecha del poder fue el objetivo claro del PSOE en las pasadas elecciones. Medido por este rasero, hay que dejar constancia de la derrota socialista. De poco sirve esconder la cabeza debajo del ala y escurrir el bulto, aludiendo a una indudable consolidación de los resultados, sorprendentemente altos, del 15 de junio. Cierto, el PSOE se ha ratificado como el partido mayoritario de la Oposición, pero también UCD se ha consolidado como el partido gobernante. Lo grave es que esta situación muy bien pudiera durar muchos años: si extrapolamos las actuales tendencias, UCD gobierna y el PSOE continúa siendo el partido mayoritario de la Oposición, pero cada vez a menor distancia de los comunistas y a mayor de UCD. El panorama es verdaderamente pavoroso para aquel que tenga una mínima sensibilidad política o le importe el porvenir democrático de nuestro país.Dos cuestiones se imponen en este momento. ¿Fue realista y atinada la meta de relevo en el Gobierno que se propusieron los socialistas? En tal caso, ¿cuáles han sido las causas del fracaso? En torno a estos dos temas, permítanseme algunas consideraciones críticas, qué no pretenden más que iniciar una discusión, tan urgente comonecesaria, sobre el estado actual y futuro probable del socialismo español.

Lo primero que hay que decir, en el momento de la derrota de la izquierda, es que la estrategia del PSOE, en sus líneas generales, ha sido correcta. Los años 1976 y 1977 mostraron, sin dejar la menor duda, que las fuerzas democráticas eran demasiado débiles para cuestionar el orden institucional establecido. No hubo otro remedio que intentar avanzar por los angostos canales que abrió la derecha desde el poder, a la búsqueda de su propia legitimación democrática. El éxito alcanzado por los socialistas el 15 de junio revalidó plenamente esta estrategia: aceptar la reforma, para provocar desde dentro, -y con la ayuda de los votos, una ruptura expresada en un cambio de Gobierno. Había que empujar desde el poder las reformas económicas, sociales y administrativas mínimas imprescindibles para que la democracia fuese algo más que una nueva fachada institucional que salvaguarda y legitima los intereses de siempre.

El PSOE centró su estrategia en dos objetivos claves que parecían, y siguen pareciendo, acertados: primero, Constitución democrática, que no podía ser más que pactada; segundo, tan pronto la Constitución. aprobada, obligar al Gobierno a convocar elecciones generales, con la esperanza fundada de que el electorado pasase la cuenta a un Gobierno ucedista que se había caracterizado por su debilidad e ineficacia. Se trataba de cerrar así el proceso de reforma con el salto cualitativo que hubiera significado un Gobierno socialista.

Se ha conseguido el primer objetivo, que los socialistas compartían con las demás fuerzas políticas de derechas y de izquierdas. Se ha fracasado en el segundo, que contaba con la hostilidad manifiesta de la derecha y de los comunistas. Acaso no era desatinado creer en una victoria del PSOE contra UCD y PCE, objetivamente unidos en su pavor de un triunfo socialista. No tiene demasiado sentido esforzarse en hcer verosímil lo que los hechos han demostrado irrealizable. Sin embargo, si se acepta la fácil explicación de que la meta socialista de llegar al poder era una tremenda ingenuidad, sin ninguna base real, se encubre peligrosamente el meollo de la cuestión: una estrategia correcta no alcanzó su objetivo principal porque se cometieron errores graves en la táctica diaria. Si definimos el objetivo como imposible, nos ahorramos el indagar sobre las causas muy variadas del fracaso. Era correcto -me atrevo a más: históricamente necesario- intentar llegar en esta ocasión al poder, y, por tanto, importa desentrañar, sin pelos en la lengua, las causas del fiasco. También en la próxima oportunidad los socialistas se encontrarán con la enemiga de la derecha y de los comunistas, dispuestos otra vez a cerrarles el paso con la amplia gama de denuncias y calumnias propias de su arsenal. Pero de poco servirán si a la estrategia correcta, lucha por el poder -el partido socialista, a diferencia de los otros llamados de izquierda, no es una secta ni un partido testimonial, sin posibilidad real de llegar al Gobierno-, se une una táctica adecuada, capaz de movilizar a -amplios sectores sociales por el cambio político y social.

No cabe duda de que los dos factores que más han perjudicado a los socialistas han sido la postergación de las elecciones municipales, incluso para después de las generales; el tiempo excesivo de elaboración de la Constitución, que ha prolongado -y extendido a todas las esferas- el necesario consenso, reduc lendo y desprestigiando la actividad parlamentaria, Sería muy arduo de dilucidar en el espacio de un artículo de periódico la responsabilidad que en estos dos hechos -menos en el primero que en el segundo- incumbe a la dirección socialista, pero, desde mi punto de vista, en ninguno de los dos se ve libre de toda culpa. En todo caso, no pienso que la fámula acertada en el período de transición hubiera sido el obligar a Suárez a aceptar un Gobierno de coalición UCD-PSOE. Si la política de consenso ha desgastado, como era de esperar, más a los socialistas que a la derecha, la coalición hubiera aún incrementado exponencialmente el deterioro de imagen de los socialistas, con el riesgo evidente de que, de haberse constituido un Gobierno de,coalición, éste hubiera durado hasta el término de la legislatura en 1981, y para estas fechas ya nos habríamos quedado sin partido socialista. Como índice del enorme desgaste que para los socialistas hubiera significado la coalición, tómense los resultados de las últimas elecciones, con pérdidas espectaculares o significativas, allí donde los socialistas presidían la junta o el consejo autonómico. Puede decirse sin exagerar que el señor Tarradellas ha salvado a los socialistas catalanes, y si no hubiera existido, lo hubieran tenido que inventar.

Los dos fallos de exclusiva responsabilidad del PSOE, que en gran parte explican la derrota, se remontan al XXVII Congreso. El primero y fundamental radica en la confusión sibilina que emerge de muchos de sus documentos. Cierto que respondía a la situación de un partido que salía de la clandestinidad, con demasiada «acumulación ideológica» y muy poca experiencia; pero ello no justifica esa mezcla explosiva de marxismo mal asimilado con un radicalismo verbal, que encubre la falta de un análisis de realidad y de metas razonables a medio plazo. Se pueden mencionar, sin duda, partes mejores y algunas incluso muy aprovechables, pero, en general, las ponencias aprobadas en el XXVII Congreso cavaron un foso insalvable entre doctrina y realidad, que trajo consigo un dístanciamiento. creciente entre militancia y dirección. En efecto, cuanto más confusas, utópicas o contradictorias las resoluciones aprobadas en un congreso, más grande el margen de acción de la ejecutiva, pero.también más se aleja de la base, en cuanto los textos Programáticos configuran el marco de referencia para enjuiciar la actividad de la dirección. A los afiliados del PSOE no les resulta difícil comprobar la distancia considerable que existe entre lo aprobado y lo realizado, pero a poco que estén avisados, también comprenden las razones de estas diferencias.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

El segundo fallo hay que buscarlo en la política personal que siguió el núcleo de poder mayoritario. Lejos de integrar a las distintas fracciones, eligiendo en la comisión ejecutiva a las gentes más capacitadas de que disponía el partido, por el falso principio de homogeneidad en la dirección, que yo por lo menos denuncié en su día, se cooptó a los amigos más seguros y leales, de buena voluntad, pero sin dar la talla pcilítica e intelectual que cabía esperar de dirigentes de un partido que pronto iba a tener que aspirar al Gobierno. La consecuencia más grave fue una concentración excesiva de poder en los pocos dirigentes que, por dar la medida, tuvieron que acumular un exceso de tareas. Esta acumulación de funciones en muy pocas personas ha sido un factor nada despreciable de la derrota: además de difundir, dentro y fuera del partido, una imagen poco atractiva, el trabajo parlamentario acogotó el más importante de implantación social del partido. Falto de secretario de organización, ocupado en otros-muchos menesteres, el PSOE no logró llenar el enorme espacio socialista que se abrió el 15 de junio.

Cabe esperar que el XXVIII Congreso corrija con valentía todas estas deficiencias. La tarea funda mental consiste en la redacción de un programa verdaderamente so cialista, que sea a la vez presentable al país, con la esperanza fundada de arrancar una amplia mayoria. Pues si bien es cierto que con la confusión, por muy izquierdista y radical que se presente, no es posible llegar al poder, tampoco ofrece mejores perspectivas un programa que, como el electoral, corriendo unas cuantas comas, sea intercambiable con el de un partido moderno de derechas. Los socialistas no podrán avanzar con el radicalismo verbal -un enemigo interno que todavía hay que vencer-, pero tampoco con la acepta ción lisa y llana de una ideología demoliberal con ribetes obreristas. La derecha sólo tiene intereses que defender y puede renunciar a las elaboraciones teóricas. Los socia listas, o son capaces de crear nu¿ vas perspectivas, nuevas formas de lucha y un tipo nuevo de organiza ción, o quedarán a medio plazo tirados en la cuneta, agotados en sus reyertas intestinas.

Militante del PSOE

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_