_
_
_
_
_

El Atlético consiguió en Sevilla el positivo que perdió ante el Rayo

La tarea -rotundamente anticasera- del catalán Miguel Pérez, el pésimo estado de¡ terreno de juego del Sárichez Pizjuán, y una atiortunada defensiva -basada en los otros dos fáctores- permitieron al Atlético arrancar un punto en una cancha más que difícil. El público sevillista, sobreponiéndose al impacto irnoral que supuso el gol de Rubio recién iniciado el encuentro, echó a su equipo para adelante, más que nada por reacción contra las violencias de Rubén Cano -que mandó a Gallego a una clínica con conmoción cerebral- y Arteche, vigilante implacable e impotente de un Montero genial, pero intermitente.La primera parte se hizo corta para los espectadores, porque hubo salsa, calor, color y goles. Lluvia, también. A las dianas de Rubio y Scotta -en pleno zafarrancho del Sevilla- hay que añadir el penalti errado por Jaén en segunda instancia, ya que en la primera ejecución Rubio -el sevillano- había invadido el área rojiblanca. Navarro también se movió. Al penalti, súmese la presión constante, tenaz, infatigable, de un Sevilla lanzado. Los madrileños dejaron solamente a Rubén Cano adelante como aguijón hostil, hosco y peleón. Atrás, los hombres de Szusza hicieron un muro elástico en los aledaños de su área. Cada tiro a puerta de la vanguardia de Carriega tropezaba con la pierna de un atlético. Pereira, superados los fallos que originaron el tanto de Scotta y la caída de Bertoni en el área, inició un período de dominio absoluto, de cerrojo en todos los balones que a él llegaban, hasta ser incluso providencial en algunas situaciones. Scotta puso k-o a Rubio en un tiro libre de gran potencia, que halló la barrera en su camino. Los laterales sevillistas repartían todo lo habido y por haber. Y Miguel Pérez -desbordado por el ambiente y los jugadores- comenzó a inhibirse en favor del Atlético. Mientras, Navarro -garantizada su seguridad por el medio campo peleón que había compuesto Szusza- daba muestras de buena colocación y firmeza.

El Sevilla trató de resolver tras el descanso con más corazón que cabeza: Rubio se perdía en el fango; Jaén se encerraba en sus «batallitas» personales con unos y otros y Juan Carlos cumplía una actuación gris. El peligro blanco estaba atrás -un Gustavo inseguro, silbado- y adelante -obuses esporádicos de Scotta, genialidades a ráfagas de Montero y Bertoni- Szusza ordenó la defensiva última apoyado en los frecuentes cortes de juego que Miguel Pérez provocaba siempre -falta y falta- en favor de los rojiblancos. Los de Carriega se iban desgastando progresivamente por la lucha sostenida -hubo otro tiro lejano de Jaén a la madera- y no tenían ya claridad de ideas. Por fin, Szusza relevó a Arteche, a quien los regateos de Montero tenían al borde de la desesperación. Ruiz cumplió discretamente en los minutos que jugó.

Y entre lluvia, clima apasionado y oleadas sin orden del Sevilla se consumió el partido. Pereira fue señor de su área en toda esta mitad final. Robi y Guzmán fueron agigantándose poco a poco ante un medio campo exhausto, el sevillista. Cuando finalizó el juego, el Atlético estaba mucho más fresco que el Sevilla y en mejor disposición atacante. Miguel Pérez tuvo que ver en el empate. Pero también -y sobre todo- ese afán loco, desordenado del Sevilla que quiso ganar como fuese. La astucia atlética pudo más esta vez.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_