La integración, única posibilidad de progreso para el Caribe
La mayoría de los dirigentes de las pequeñas naciones de Caribe está convencida, íntimamente, de que la única posibilidad real de progreso para sus países (y aun de supervivencia, en algunos casos) es la integración. Sin embargo, la materialización de esa necesidad está ciertamente muy lejana. Los nacionalismos mal entendidos, las rivalidades políticas y la competencia económica hacen que las perspectivas de alguna forma de unión sean muy poco halagüeñas.Hay experiencias recientes que demuestran la inviabilidad actual de los mecanismos integradores: desde el fracaso de la federación de las Antillas (que duró solamente cuatro años y que se desintegró por la retirada de Jamaica en 1972) hasta la inoperancia del Caricom (Mercado Común del Caribe), pasando por la existencia casi vegetal de organismos corno la Asociación de Libre Comercio del Caribe, fundada en 1958, o el Comité de Desarrollo y Cooperación del Caribe, creado a instancias de las Naciones Unidas en 1975.
Lo único conseguido hasta ahora por el Caricom es el establecimiento de un programa para la unificación de los aranceles externos, cuya aplicación se completará en 1980. Los intentos para imponer una moneda común fracasaron de forma sonada, y aunque el dólar ec circula y se acepta en todas las islas, las cotizaciones con respecto al dólar americano son diferentes en cada uno de los países.
Las naciones del Caricom no han logrado ponerse de acuerdo en asuntos tan sencillos teóricamente como la elaboración de un programa conjunto de producción agrícola o la creación de un organismo común que comercialice en los mercados exteriores los productos que componen la única exportación de las pequeñas islas: plátanos, cocos y sus derivados. Cada uno de los países vende por su cuenta, organizando una corriente de competencia cuyo resultado más palpable es el hundimiento de los precios.
Los organismos latinoamericanos de cooperación, el sistema económico latinoamericano (SELA), la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), han hecho variados intentos para, si no es posible conseguir la unidad del Caribe, al menos intentar la integración de la zona en el conjunto continental. La respuesta ha sido invariablemente la misma: los países del Caribe no se consideran y no quieren ser «latinoamericanos».
Diferencias políticas
Ciertamente, lo que está ocurriendo en el Caribe con respecto a la integración política y económica es un reflejo fiel de lo que sucede en el resto de América Latina, donde las posibilidades de unión aparecen igualmente lejanas. Los más entusiastas patrocinadores de las ideas integracionistas aluden al ejemplo de Europa como modelo a imitar en la superación de las rivalidades nacionales.
Lo que olvidan, sin embargo, estos paladines de la unidad es que Europa necesitó una guerra continental para consolidar un modelo político casi general sobre el que se apoyó la constitución del Mercado Común Europeo. El mosaico latinoamericano, en lo que a sistemas de Gobierno se refiere, es tan variado y tan distante que cualquier forma de entendimiento supranacional se detiene invariablemente en las diferentes formas de interpretar la política, la economía o el progreso social.
Lo mismo sucede en el Caribe. ¿Cómo van a establecer una política común o formar una federación de países como Jamaica y Trinidad-Tobago si sus dirigentes se repudian mutuamente en cuanto pueden? Williams, primer ministro de Trinidad, sostiene que Manley, su colega de Jamaica, es un peligroso comunista cuyo verdadero objetivo es servir de puente al socialismo cubano para su expansión en las islas caribeñas.
Idéntico planteamiento podría establecerse entre dos países mucho más pequeños -Dominica y Santa Lucía- cuyas banderas independientes ondean, la primera, hace cuatro meses, y tan sólo semanas, la segunda. El premier de Dominica, Patrick John, trata de llevar a su país por el camino del «socialismo nacional», mientras que el casi eterno John Compton, primer ministro de Santa Lucía (lleva dieciséis años al frente del poder en la pequeña isla), ha establecido un sistema casi dictatorial, entregado a las multinacionales y favorecedor de los oligarcas locales.
Las diferencias económicas hacen también muy distante la posibilidad de una integración real en el Caribe. Difícilmente podrían ayuntarse planteamientos comunes para Haití o Bahamas, por poner un ejemplo, cuando el primero de esos países es, sin eufemismos, el más pobre del hemisferio occidental (170 dólares de ingreso anual por habitante) y el segundo disfruta de una saneadísima situación, producto del turismo básicamente, y sus habitantes acumulan una renta anual de 2.600 dólares. Entre estos dos extremos se sitúa el resto de los países del área.
Hay un componente racial que tampoco debe olvidarse a la hora de considerar las perspectivas integracionistas del Caribe. Aunque la mayoría de las personas que pueblan las islas del archipiélago tienen un próximo antecedente africano, son los hombres y mujeres de piel más clara los que ejercen generalmente los poderes políticos, económicos e intelectuales en sus respectivos países. En todas las islas se palpa la sensación de superioridad que el menos negro tiene sobre el africano puro, y se observa hasta qué punto este fenómeno segrega a las comunidades: en los despachos ministeriales, en las empresas poderosas, en las lujosas reuniones sociales, el predominio de los «claros» es notable. Pocas de estas personas se ven, sin embargo, en las zonas marginales de las ciudades o en los míseros «conucos» del campo, poblados por la mayoría negra.
Quizá todo este panorama resulte excesivamente pesimista, pero es el resultado de la observación objetiva de la realidad de este área, y es, asimismo, la opinión más generalizada entre los estudiosos de los temas latinoamericanos.
Para éstos, la federación de los países del Caribe será una realidad con el transcurrir del tiempo. Antes será preciso que se pongan en marcha programas educativos ambiciosos, que se reduzcan las tasas de natalidad y que se establezcan sistemas políticos estables, respaldados por la mayoría y alejados de posiciones extremas. Esta será, en opinión de los expertos, la única manera de conseguir la superación de los nacionalismos mal entendidos, que es hoy el denominador común de la existencia caribeña
Mientras tanto, la zona estará sujeta a las influencias de sus vecinos más poderosos: algunos seguirán mirando a Cuba como modelo idóneo para la resolución de los problemas nacionales; otros se entregarán en los brazos norteamericanos.
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