Los masajes
El último grito en materia sexual (ya el sexo en sí es una cosa que se suele usar a gritos) parece que es, aquí en Madrid, el nuevo masaje para caballeros, con relax y confort asegurados y baños especiales, sedante y equívoco programa que se nos ofrece todo él deshojando la margarita de una ruleta telefónica, de unos números de teléfono. Anuncios como este hay a cientos en la prensa off-off e incluso en la prensa decente, o sea la canallesca, de nuestra ciudad. ¿Por qué?Digo que por qué, entre siete y media y nueve y media de la noche, entre ocho menos cuarto y diez menos cuarto, tantos caballeros solitarios, tantos hombres sin madre, como decía mi querido Mihura, tanta gente sin amor, sale de la multinacional/ multindustrial y, en lugar de irse a casa a rezar el rosario de los misterios televisivos en familia, se mete en una Tailandia de octava planta, con coreanas dudosas y ventiladores secretos, a olvidar, a viajar, a morir de amor industrial.
El otro día puse aquí Kierkegaard por poner Hiedegger, que se me fue el santo filosófico al cielo de los existencialistas. Heidegger dice:
-El hombre es un ser de lejanías. El hombre madrileño es un ser que, después de haber votado las cercanías de la áurea mediocridad democrática y teleinvidente, después de haberse condenado a sí mismo y haberse condenado a su familia, sueña las lejanías de una Tailandia apócrifa y masajista.
El madrileño unidimensional está descontento consigo mismo, y eso que llaman el voto del miedo no es sino el tirón atávico de la seguridad, el calambre en la mano a la hora de echar la papeleta, ese paso atrás de todos los pueblos votantes (ahí está el francés) a la hora de votar. Almuerzo con Enrique Múgica y le planteo el caso:
-El voto del miedo -me dice, mientras se toma tres postres seguidos- El voto del miedo más la golfería política de algunos: eso nos ha quitado el triunfo.
Santiago Paredes está haciendo un libro de conversaciones político-literarias conmigo: -¿Han sido derrotados los socialistas por el voto del miedo, Umbral?
Lo expliqué aquí en una crónica que se llamaba Neosocialismo y que mi peluquero, Pedro Romero, que me marca todas las semanas la melena, dice no haber entendido:
-Pues está bien claro. Que la gente era socialista en las sobremesas preelectorales y los amenes de febrero, pero llegados los idus de marzo les entró el calambre en la mano y votaron un poco menos. Pasa siempre. Ceno con Enrique Tierno Galván:
-Tengo muy anotado su libro de Ramón, Umbral. Tenemos que comentarlo.
¿Puede salir alcalde, en esta ciudad loca, un señor que todavía vela para leer, que lee entre mitin y mitin? Aquí no tenernos segunda vuelta electoral, como en Francia, para que la gente corrija su voto y se lo piense dos veces, pero las municipales pueden hacer de tal. Madrid tiene mala conciencia, duerme mal, ha votado menos socialismo del que iba a votar cuando Olof Palme, y ha votado el marxismo de siempre, porque, para la guapa gente de Serrano, Carrillo sigue siendo un señor que se pasea con la peluca de Lenin (también Lenin tuvo que disfrazarse de peluca alguna vez). Madrid, marimacho de las uñas sucias, como dijo Juan Ramón de Nueva York, necesita esa manicura exótica en la hora indecisa, para que le haga las uñas y le rebañe el alma. La utopía de la izquierda es Albania, como decía yo aquí el otro día, y la utopía de la derecha es Tailandia.
Caballeros que busquen compañía, elegancia y cultura, azafatas, un servicio diferente, Rebeca, body-masage, Alen II, baños tailandeses, Elsa, sauna, geishas, masajes sexy en General Moscardó, Fujiko, Angel, Carlos y David, Mary Paz, variados v reconfortantes masajes. Estos son algunos de los altos que pueden hacerse en la ruta del tabaco sexual de Madrid. El spleen madrileño va siendo ya un hastío con mala conciencia retrofranquista, que nos cambia la sonrisa de Suárez por la de Alvarez/Alvarez, ya en campaña, y las damas salen perdiendo en el cambio. Los caballeros, cansados de tanto votar, que esto es el no parar, buscan relax y desahogo, como antes en el confesor agustino, hoy en la masajista tailandesa. Entre dos luces.
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