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Reportaje:Teherán, después de la batalla / 1

Una extraña y corta guerra

Poco a poco Teherán vuelve a tomar su ritmo normal. Sobre el asfalto siguen aún las manchas negras dejadas por los neumáticos quemados con la ingenua intención de parar los tanques de los inmortales de la Guardia Imperial. Muchos cines han abierto de nuevo para proyectar pudibundas y viejas películas. Los escaparates están encendidos. Las joyerías, especialmente, contemplan un intenso trasiego de clientes. Unos van a vender alhajas familiares para tratar de compensar la ruina de cuatro meses en huelga. Otros, a invertir su dinero en oro para escapar de la depreciación continuada de sus ahorros.Sobre las aceras continúan los vendedores de casettes con discursos de Jomeini y canciones de la revolución. El folklore iraní ha quedado enriquecido con nuevos hallazgos: traducciones de El pueblo unido, de Quilapayún, o viejos éxitos del portugués José Afonso, cuyo Grándola vila morena ha estado otra vez acompañado de claveles.

En menos de un mes se han visto muchas cosas en Teherán. Primero, la marcha del sha. Luego, la desaparición de sus estatuas presentes en casi todas las plazas. Casi al mismo tiempo, la SAVAK (policía política) trataba de dar sus últimos coletazos, mientras que, más que disolverse, se derretía. Finalmente, un superpoderoso Ejército desaparecía de la noche a la mañana. Los últimos reductos de la Guardia Imperial, bañados en lágrimas y sin disparar un tiro, se entregaban con una sola condición: que nadie dijese que se habían rendido.

El bien dotado Ejército iraní no tenía ninguna gloriosa tradición guerrera. Estaba pensado sólo para la decoración disuasiva del golfo Pérsico y para la represión interior.

Los días de la batalla de Teherán (9, 10 y 11 de febrero), sólo una parte de la Guardia Imperial y unos pocos efectivos de la gendarmería se enfrentaban a los guerrilleros y a los desertores del ejército del aire. El grueso del Ejército esperaba y sólo oponía una discreta resistencia cuando los jomeinistas marchaban sobre los cuarteles para apoderarse de las armas. ¿Qué sentido tenía ya para los militares del sha las palabras «golpe de Estado»? Los ametrallamientos de manifestantes, detenciones arbitrarias y torturas no cesaron ni con la marcha del emperador. Y, a pesar de todo, cada día aumentaba el número de gente que salía a la calle a protestar contra el sha y su primer ministro Bajtiar. Se esperaba un Pinochet. Pero, incluso un Pinochet ¿qué podía hacer en estas circunstancias?

Desmoralización

La desmoralización del Ejército era absoluta. Cuando los disidentes del ejército del aire comenzaron a repartir armas al pueblo, buena parte de la oficialidad decidió esconderse.La batalla de Teherán fue una sorpresa para todos. Un largo programa sobre Jomeini en la televisión oficial provocó el primer chispazo. Un jefe de la aviación decidió reprender a dos cadetes de la Escuela de Técnicos del Ejército del Aire de Fahrabad (Teherán), que parecían demasiado contentos por la aparición televisiva de su líder. Dentro del cuartel comenzaron los primeros disparos. Mientras, una columna de la Guardia Imperial pasaba por las cercanías. No se sabe aún con exactitud qué hacían a esas horas (diez y media de la noche del día 9). Hay quienes piensan que trataban de forzar un golpe de Estado aprovechándose de que los iraníes estaban en sus casas bebiendo embelesados las imágenes de Jomeini que transmitía la televisión. Otros afirman que iban a participar en una operación de castigo en la gase de Fahrabad, después de que los periódicos hubiesen mostrado las fotos de un millar de oficiales y cadetes recibidos en audiencia por el líder religioso... Otros lo achacan todo a una simple casualidad...

Lo cierto es que en pocos minutos comenzó la batalla, y al amanecer del día siguiente, y ante la sorpresa de todos, varios cientos de metralletas estaban en manos de civiles.

Jomeini también tuvo que quedar sorprendido. En la tarde del día 10 ardían barricadas en toda la ciudad y, los aún mal armados teheraníes, iban haciendo frente a todos los efectivos del Ejército que se les oponían. A esa hora, el líder chiita había desaparecido, y los periodistas, asombrados, escuchábamos cómo uno de sus portavoces declaraba lacónicamente: «El ayatollah Jomeini no ha decidido aún declarar la guerra santa.»

Aunque parezca increíble, nadie dio la orden de atacar. Pero hay algo más increíble aún: no hubo ninguna coordinación de fuerzas guerrilleras durante la batalla. Sólo unos cientos de fedayines y muyaidines conocían algo sobre la utilización de las armas. Días antes de la batalla de Teherán en los patios de la universidad se daban cursos intensivos de guerrilla. En estas condiciones fue vencido el superpotente Ejército iraní. Era frecuente ver como, durante los combates, un guerrillero mostraba a otro, a toda prisa, cómo debía cambiar el cargador de su fusil. «Al final, muchos de los muertos y heridos lo habían sido por sus propias armas o las de sus compañeros», nos decía en la tarde del martes 13 una empleada del León Rojo (equivalente a la Cruz Roja) iraní.

Nuevos ataques

El miércoles 14, dos días después de proclamada la República Islámica, se producían nuevos ataques que demostraban nuevamente que Jomeini no tenía en absoluto la situación en sus manos. A las diez de la mañana, un comando guerrillero trataba de tomar la embajada de Estados Unidos. Los marines norteamericanos que protegían el edificio trataron de disuadirles lanzando gases lácrimógenos. El comando asaltante, desconcertado y envuelto en humo, comenzó a disparar en círculo. Tres guerrilleros cayeron muertos víctimas de sus propias balas.Aquella misma noche, miles de ciudadanos armados acudieron a la radiotelevisión, que se creía atacada por varios miembros de la Savak. El balance fue semejante: nadie logró ver a los savakis, pero, en cambio, durante dos horas se mantuvo un surreal combate entre grupos de guerrilleros que se confundían entre sí con el inexistente enemigo.

Este tipo de incidentes se repetirían con frecuencia. Los fedayines se negaban a devolver las armas «hasta que no se alcanzaran los objetivos finales y desaparecieran totalmente los agentes represores del régimen anterior».

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