_
_
_
_

Las marionetas de Paul Klee, expuestas en París

Sobre el fondo completamente negro de la Galería Suiza de París, en el interior de las cajas de cristal que las protegen, aparecen impresionantes, fantásticas (pese a tener un tamaño normal), las treinta marionetas que restan de todas las que Paul Klee realizó para su hijo Félix. Muchas de ellas, debido a los sucesivos traslados de la familia y la guerra, han desaparecido.Si estas marionetas impresionan, si conmueven y emocionan es, sobre todo, por la sabia inocencia ,de su realización, por la fundamental intuición de un artista que accede, en la edad adulta, a los arcanos del mundo infantil, que atraviesa y da forma a este mundo mágico -irónica y alegremente en algunos casos, triste y cruel en otros-, sin someterlo a un proceso de transformación caricatural, basándose, como es tan habitual, en la idea -diríamos mejor el prejuicio- de lo que el adulto piensa es el mundo infantil.

Nunca escondió Klee su admiración por el trabajo de los niños (guardaba cuidadosamente los dibujos de su hijo y sus amigos), ni negó en su obra un intento. consciente de penetración, reutilización intencionada, en su caso, de esta forma infantil, liberadora, de hacer; «prehistoria del arte», como escribió en 1912, tras haber conteniplado, en la Galería Tarinhauser, por primera vez, una exposición del Caballero Azul y dejarse impresionar por la obra de Kandinsky.

«En efecto, hoy -escribió Klee- los comienzos absolutos del arte pueden encontrarse todavía, únicarnente, en los museos de etnografía o en casa de uno mismo, en el cuarto de los niños. No se ría el lector, esto les ha sido dado a los niños y hay una gran sabiduría en ello. Cuanto más torpes, más instructivos son los ejemplos que nos dan. Deben ser preservados de la corrupción. Paralelas a ellas tenemos las producciones de los locos, pero no será utilizando en sentido peyorativo las expresiones "infantilismo" o "alienación mental", que hablaremos de una forma justa. Todo esto debe tomarse en serio, más en serio que todas las pinacotecas si, verdaderamente, lo que hoy se desea es una reforma.»

Frente a la ceguera de quienes, pretendiendo menospreciarla o minimizarla, calificaban su obra de «niñerías» o «demenciales», Klee afirmaba, no sin cierta tristeza nostálgica: «Los críticos dicen a veces que mis cuadros se parecen a los garabatos o mamarrachos de los niños. Si al menos fuera cierto... Lo que pinta mi hijo Félix vale más que todos mis cuadros que, con frecuencia, se han filtrado gota a gota a través de mi cerebro.

Desgraciadamente es algo que no consigo siempre impedir, pues trabajo demasiado. Es verdad. Los doctores dicen que mi obra es la de un enfermo.» (Paul Klee, por él mismo y por su hijo, conjunto biográfico recogido por Félix Klee.) El poeta coronado (1919); El esquimal (1924), un rostro realizado con un trozo de madera y restos de pieles; El loco perfecto (1925), unos ojos que parecen escaparse en un vuelo; El espíritu eléctrico (1923), una cabeza que es un ver dadero enchufe; El guerro alemán (1921); El monje (1922), un aire dogmático de superioridad; El espíritu de las cerillas (1925), una cabeza construida con las cajas; El diablo (un guante de piel se transforma hábilmente en cuernos, orejas o nariz); El barbero de Bagdad (1921), impresionantes ojos azules que todo lo escudriñan; El autorretrato (1922), un rostro afilado y unos profundos y rasgados ojos oscuros, los mismos que, desde la enorme foto de Paul Klee, que cubre la pared del fondo de la galería, abarcan el espacio, son otros tantos muñecos realizados con toda clase de materiales, recuperados aquí y allá, o en sus frecuentes visitas a «los rastros»: «Para hacerlas, empleaba al principio escayola, sobre todo; luego utilizó otros materiales: cartón-piedra, cajas de cerillas, enchufes viejos, etcétera. Las cabezas las pintaba con colores delicados o sombríos, según el carácter del personaje. Al principio era Sacha Morgenthales quien hacía las ropas, pero luego fue mi padre mismo, utilizando la vieja máquina de coser familiar que funcionaba a mano», escribe su hijo, recordando las representaciones del teatro de marionetas, en presencia de los colegas de la Bauhaus (la mayor parte de los muñecos expuestos fueron realizados entre 1920-1925, época en la que escribió también lo fundamental de su teoría del arte).

Las marionetas de Paul Klee -es sorprendente su correspondencia con algunos de sus dibujos- no viajarán más. Tras la pasada exposición en Neuchátel (20 de enero, 5 de marzo 1978), la de París (hasta el 31 de marzo) será la última; a partir de entonces sólo podrán contemplarse en fotografía (tamaño natural) en el libro que se editará cor los fondos recogidos de la venta de postales y carteles de las misri tas. Las marionetas de Klee son el testimonio de lo que el artista-profesor enseñaba en sus clases teóricas.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_