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Tribuna
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Arbitros decisivos

Las suspicacias sobre los árbitros vuelven a alcanzar límites intolerables. Faltan trece jornadas para el final de la Liga de fútbol y se quiere volver a convertir a los señores de negro en protagonistas con capacidad para decidir el título o los equipos que desciendan. Al Rayo Vallecano (aunque no protestará oficialmente) no le ha parecido bien que el próximo partido, contra el Spórting de Gijón, se lo dirija el colegiado gallego Orellana. La insólita razón esgrimida es el origen del señor Orellana, gallego como el Celta. equipo que derrotó al Rayo el pasado domingo en Balaídos por dos penalties discutibles a uno, y directo rival suyo para el descenso. El colegiado es apoderado de una importante tienda de electrodomésticos en Vigo.La integridad arbitral, la honradez al margen de las lógicas equivocaciones humanas, no podrá llegar nunca con absurdos como éste. Por esa teoría, si protesta el Rayo de que puede ser perjudicado en beneficio del Celta otro beneficiado sería su rival, el Spórting, y entonces debería protestar el Real Madrid. La cadena podría ser infinita. Es bien triste que los equipos se preocupen mucho más de quién les arbitra y bastante menos de jugar bien. Mientras no se olviden regionalismos absurdos o perjuicios por terceros y se vean más los errores propios, normalmente muy claros, el problema arbitral subsistirá.

La nueva ola de los colegiados, que ha parecido molestar al veterano Navarrete -¿qué ha hecho él, de la vieja, por limpiar el cuerpo arbitral, desprestigiado hasta hace bien poco tiempo?-, ya ofrece garantías, pero choca nuevamente con «el ganar a toda costa» de los clubs. La mentalización, las ruinosas inversiones económicas, todo va dirigido a ganar. Caiga quien caiga. Siempre es mejor echarle la culpa a un árbitro cuando se pierde y a uno mismo cuando se gana. Esta es la triste versión de los clubs que mangonean el fútbol español. Los «pequeños», porque se han sentido marginados y no quieren mirar con valentía el futuro; los «grandes», favorecidos casi siempre, porque tienen miedo de perder las prebendas. Pero ahora deben ser nuevos tiempos.

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