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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una campaña de auténtico invierno

LA PRIMERA semana de campaña electoral no ha logrado caldear el gélido clima de distanciamiento e indiferencia de buena parte de los ciudadanos invitados a acudir a las urnas el próximo 1 de marzo. Las tormentas y aguacero, que han llevado la desolación al campo español, hacen imposibles los actos al aire libre. El desbarajuste de los vuelos -al que contribuye decisivamente la huelga de celo de controladores y pilotos- dificulta la llegada puntual de los oradores a los mítines. El tiro de gracia disparado contra las minorías para mantenerlas al margen de la propaganda gratuita en televisión les ha salido a los cazadores por la culata; aunque los «criterios de equidad » para la distribución de los espacios se estén aplicando según el conocido dicho de que quien reparte se lleva siempre la mejor parte, el retraso es ya irrecuperable, y el desconcierto difícilmente remediable. No hay forma de determinar el grado de atención prestado a los carteles callejeros y a los anuncios en la prensa; pero, si sirve de indicador la escasa asistencia de público a la mayoría de los mítines, no cabe hacerse demasiadas esperanzas al respecto.Es lógico que los profesionales de la política no puedan aceptar esa realidad desangelada y que ni siquiera logren percibirla. Pero su entusiasta versión de las cosas, transmitida por mensajes propagandísticos que se zambullen en ocasiones en la cursilería y en el ridículo, no es probable que sea compartida por quienes lo reciben. En los tiempos heroicos de la radio, Matías Prats podía transformar un partido de fútbol en la revancha de la Armada Invencible; pero si hoy un locutor de televisión tratara de convencer a los televidentes de que el soporífero encuentro que están contemplando en la pantalla es la batalla de Lepanto, es seguro que fracasaría en la empresa.

La preocupación por el paro, la inquietud por la congelación salarial y la pesadilla del terrorismo son factores que, indudablemente, contribuyen a desviar la atención de los ciudadanos. La sensación de que estas elecciones van a repetir, en lo fundamental, los resultados de hace año y medio, y de que su resultado no va a modificar demasiado la gobernación del Estado, también explica en parte la diferencia de clima entre la entusiasta primavera de 1977 y el mortecino invierno de 1979. Pero se diría que la causa última es la convicción o la intuición de que no hay respuestas sustancialmente distintas, en la oferta electoral, a los problemas que plantea nuestro inmediato futuro. Casi todos los partidos coinciden a la hora de levantar acta de las cuestiones que necesitan arreglo o solución: la liquidación de la amenaza terrorista, la contención de la inflación, la reducción del desempleo, el avance de las autonomías, el relanzamiento de la inversión, el desarrollo de las leyes orgánicas constitucionales, etcétera. Y la desconfianza del elector nace cuando cada uno de los partidos proclama que las soluciones para todos los problemas son fáciles y dependen exclusiva mente de la buena voluntad y de la competencia de los gobernantes; añadiendo, por supuesto, que sólo su acceso al poder puede garantizar la mágica desaparición de los males. Así, cuando la izquierda extraparlamentaria -líbrenos Confucio de llamarla extrema izquierda- asegura que tiene los planos secretos para, simultáneamente, reducir la inflación, eliminar el paro, relanzar la inversión, elevar los beneficios de los empresarios medios y pequeños y conseguir una sustancial mejora en la capacidad adquisitiva de los asalariados, seguramente está sobrevalorando en exceso sus sabidurías y habilidades e infravalorando el sentido común de sus oyentes.

Muy probablemente, el partido del Gobierno es quien puede salir mejor librado de esta atonía pre-electoral. Los esfuerzos de Coalición Democrática por presentarse como el verdadero centro significan el reconocimiento de que UCD es el afortunado propietario, de improbable desahucio, de la imagen de mayor venta en la derecha. La sospecha, convertida en certeza por el PCE, de que el PSOE a lo que realmente aspira es a pactar, en las mejores condiciones posibles, un Gobierno de coalición con UCD y de que en ningún caso pretende alcanzar el poder en solitario enfría, también, los ardores de la competición electoral entre los dos grandes partidos. Se diría que el señor Suárez ha aprendido la lección de estrategia del mariscal Kutusov, que derrotó al ejército napoleónico con la ayuda del «General Invierno». El juego a la contra, la cesión de territorio para agotar al adversario y el tiempo a favor podrían ser, así, las claves de su campaña, desleída, pasiva y fría a propio intento.

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