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Elecciones 1979

Un estilo giscardiano en la campaña electoral del presidente

El presidente del Gobierno y presidente de UCD, Adolfo Suárez, concluyó ayer, en Santiago de Compostela, su campaña electoral en Galicia. Visiblemente cansado, afónico y empeñado en evitar todo choque dialéctico con los partidos que, a izquierda y derecha, lindan con UCD, el presidente parece confirmar con su actitud la monotonía que impera en la campaña electoral y de la que son máximos exponentes los programas poco diferenciados de los partidos y las declaraciones políticas de sus principales protagonistas. Un estilo giscardiano envuelve la campaña del presidente.

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Con Suárez arreciaron las lluvias. No ha parado de caer agua en Galicia, de manera casi torrencial, desde que el presidente del Gobierno llegó a Vigo, procedente de León y Madrid, en la noche del sábado pasado. La comitiva tuvo que utilizar el automóvil en sus desplazamientos del fin de semana, que han concluido en la noche del lunes. «Ha sido una paliza», afirmaba Suárez a sus seguidores, cómplices convencidos de la aseveración del presidente y, de manera muy especial, su esposa, doña Amparo, incorporada a las tareas electorales de su marido. Su presencia en Galicia constituyó una innovación en la contienda electoral que UCD quiere realizar al estilo de las elecciones presidenciales de Estados Unidos.Ello quiere decir que el partido del Gobierno, al menos en la gira del presidente, rehuirá de manera generalizada los mítines o las grandes concentraciones de masas, y ello entra en buena lógica, porque sabido es que la capacidad de convocatoria de UCD es inferior en la calle que en el voto. Sí están programados toda una serie de contactos estratégicos: almuerzos y cenas con militantes, candidatos y simpatizantes, al estilo de los comités de apoyo de EEUU. En Galicia, la táctica fue la siguiente: el presidente llega a una ciudad, se reúne con los comités locales, celebra una conferencia de prensa, visita el centro turístico-comercial del lugar -lo que provoca aplausos, saludos, muestras de simpatía y, en algún caso, de protesta- y, finalmente, participa en un almuerzo o cena donde cierra el acto con un breve discurso. La estrategia política tuvo relación con la discreción organizada de su presencia en las calles de Galicia. Adolfo Suárez habló despacio, sonriente, conciliador y, sobre todo, nada agresivo. «Es mi estilo», dice mientras insiste en que UCD quiere gobernar «desde la reflexión, la serenidad y la experiencia», que son las tres marías que Suáréz utiliza como cantilena para responder a la alternativa de «firmeza» que Felipe González pasea en su campaña electoral. Un enemigo mayor al que Suárez se niega a atacar de frente, mientras precisa (sin citar a José María de Areilza) que «nada está pactado entre UCD y PSOE». Tan sólo alguna alusión indirecta y comedida a su competencia: «En UCD -dijo- tenemos obreros, empresarios y funcionarios, al igual que ocurre con el PSOE, aunque éstos a los últimos los llaman compañeros.» El presidente guarda bien las distancias con su oposición. Demasiado bien cuando se le pregunta, sobre todo, el porqué no acepta un cara a cara en la televisión con Felipe González en busca de una clarificación frontal de una y otra alternativa de gobi erno. Suárez elude el choque, dice que, por el momento, no le conviene.

Galicia, un paseo

El paso de la comitiva presídencial por tierras gallegas -una caravana de unos quince coches que abre la policía local y en la que se integran tres personas de su Gabinete y secretaría, candidatos de la provincia, servicio de seguridad e informadores- fue un paseo político sin mayores problemas para Suárez, Un terreno fácil para el partido del centro, que Felipe González calificó de manipulado por los caciques de la zona -«no creo que los gallegos se dejen manipular por nadie», respondía Suárez en La Coruña- y que ha sido terreno de importantes problemas interpartidarios de UCD en el momento de la confección de las listas. Ahora la situación parece calmada.

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Es cierto que UCD está fuerte en Galicia, aunque los caciques pierden terreno y mientras los nacionalistas de dentro y fuera de este partido afilan argumentos convencidos de que el Gobierno que salga de estas elecciones no podrá implantar el despegue final del desarrollo económico y social de estas tierras. Y no hablemos sobre el futuro autonómico de la región, para el que no faltan promesas y hoy día bien controlado por los señores Rosón y Franqueira desde una Xunta a punto de renovarse y que, por casualidad, recibió ayer nuevas competencias administrativas.

También el clero está por el voto útil centrista en esta zona. Suárez ha considerado correctas las declaraciones de los obispos sobre las elecciones, que tanto le benefician en esta zona conservadora y ultracristiana, en un territorio de peregrinos donde la influencia de la Iglesia es importante para las candidaturas centristas-conservadores, si es que no se repite la seria abstención del pasado referéndum, pedida en muchos casos desde los púlpitos para luchar contra «una Constitución atea».

En su paso por Vigo, Pontevedra, Orense, Lugo, El Ferrol, La Coruña y Santiago hubo de todo menos mítines y muchedumbre. La lluvia no facilitó las aglomeraciones, y la seguridad del presidente tampoco el recorrido para que Suárez fuese esperado con tiempo suficiente. En Orense, pazo electoral de Pío Cabanillas, la organización funcionó a tope. Suárez estrenó un sistema giscardiano de campaña electoral: una comida con 1.500 personas, en la que el presidente se prestó a un diálogo abierto con los comensales, que luego resultó de menor interés al saberse que los que interrogaban eran en su gran mayoría candidatos de UCD. Suárez gastó bromas para todos: «Me dirijo a los que me saludan y también a los que me hacen cortes de manga», dijo el presidente, quien aprovechó este coloquio para puntualizar su política sindical: «Pronto crearemos un sindicato de cuadros.»

En Lugo, la tierra del chaquetazo de Fraga en los anteriores comícios, las Juventudes de CD y PSOE se unieron para estar al paso del presidente: «No cumplió, no cumplió.» Ello ocurrió a la puerta de la catedral lucense, donde también estaban convocados los ultras de don Blas. Allí, el presidente se quedó con el personal joven: se acercó a los que gritaban y les preguntó: ¿«Qué no he cumplido?» Los jóvenes, chicos y chicas de unos quince anos, respondieron: «No dejaste entrar en la Comisión Constitucional a Fraga», y Suárez replicó: «Nunca prometí eso a Fraga.»

En El Ferrol, el coro disidente fue distinto. A su paso por una calle central le corearon: «Suárez, escoita, la banca está en la loita.» De nuevo el presidente avanza hacia los manifestantes, empieza a estrechar manos, se entabla el diálogo y alguno murmura: «Le estamos haciendo la campaña electoral.» Las cámaras de cine de Martín Maqueda ya estaban en las ventanas limítrofes, prestas a filmar con luz y sonido el encontro nazo. También las fans dieron su número: «Es más guapo que en la tele», decían una y otra vez a su paso y en su cara, hubo algún beso que otro y algún grito quinceañero de «Espéramo, Adolfo», mientras la comitiva avanzaba y doña Amparo sonreía con el gesto cansado por el agotador viaje.

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