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Reportaje:

La nueva democracia española tampoco admite a los masones

El ojo simbólico de la masonería, que se mantiene en un edificio modernista de Santa Cruz de Tenerife, no se habrá movido al conocerse la noticia de que la democracia también prohibe esa sociedad secreta. Ya está el ojo acostumbrado a todo: pasó, sin ser advertido, por el régimen de Franco y se convirtió, en ese largo período, en el vigilante perenne de una farmacia militar creada en el edificio masónico por las autoridades españolas.

Ya ven. Parece que el contubernio no se ha terminado. Y una sociedad «discreta, que no secreta», que tiene entre sus principios la defensa de los derechos del hombre y sus libertades fundamentales, el Estado de derecho, la garantía del orden público, que rechaza el terrorismo y toda violencia, y que, fíjense, «considera la familia como algo sagrado e inviolable de las intimidades personales, siendo insustituible la vida familiar», unos puntos que, en fin, en otro contexto firmaría hasta Martín Villa, no puede sentarse al sol en este país, empeñado en hacer creer que ha olvidado los tiempos de la conspiración judeomasónica.Y eso que en su presentación pública en España, hace poco más de un año, dijeron que apoyaban el Estado monárquico y repitieron que no son un grupo político ni religioso. Bien es verdad que siempre han sido considerados como caldo de cultivo de militares conspiradores, como una unidad de destino en lo anticlerical y una especie de mezcla entre Opus y secta satánica. Pero el gran maestre, Jaime Fernández Gil de Terradillas, escritor y periodista, sale al paso de todo esto: «Nuestra obediencia no es, en modo alguno, anticlerical.» No obstante, por si acaso, Ia Santa Sede los excomulga.

Ellos dicen que no lo entienden, que sus compañeros de legislación prohibida y de furioso anatema han sido legalizados. Y se han quedado como un poco cojos, al faltarles la mitad de ese tándem terrible de masones y comunistas, comunistas y masones. No entienden que se haya olvidado, por ejemplo, ese 24 de noviembre de 1977, cuando, en una fiesta en Estrasburgo, con motivo de la entrada de España en el Consejo de Europa, el embajador español, Luis Messia, se abraza al gran maestre y le dice: «Gracias por lo que han hecho por España.» Pero no. Siguen siendo los masones astutos y sanguinarios de los años de la guerra; y si después del 39 tuvieron que exiliarse, el nuevo régimen condena a esa otra catacumba del exilio interior a un grupo de unos 350 españoles que tienen un lema con sabor a revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad.

En España, la masonería fue siempre de ideas liberales, y por ello los masones de la Constitución de 1812 fueron perseguidos por Fernando VII y los masones de la Segunda República fueron perseguidos por Francisco Franco. Franco descargó en la masonería todas las causas de la decadencia histórica y de la degeneración política de España, y ella fue quizá la mayor de sus múltiples obsesiones. Aunque algunos digan -el gran maestre lo pone en duda- que intentó entrar en la masonería en dos ocasiones y en ambas fue rechazado. De ser cierto, le habría pasado con la masonería como con la Armada, que fue uno de sus grandes traumas, porque no aprobó el ingreso en ella. Ahora creíamos que esas cosas no pasaban. Pero quién sabe si todo viene de que Adolfo Suárez haya querido ser masón y no le han dejado.

Por el momento, pues, esta organización «aconfesional, apolítica, respetuosa con las instituciones democráticas españolas», seguirá como en el rinchi de nuestros juegos infantiles. Y, a este paso, igual que en Holanda se asusta a los críos con un Si no eres bueno vendrá el duque de Alba, alguna madre española puede caer en la tentación de decir: Come, hijo, que llamo a los masones.

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