Las encuestas de opinión
«(...) Cuando la nación se convierte en censo electoral hay un apremiante interés en conocer anticipadamente las tendencias numéricas del voto futuro. La técnica moderna de las probabilidades estadísticas y de las motivaciones de la conducta han logrado, con la ayuda de los ordenadores, notables avances en la materia (...).La electrónica no hace trampas. Las trampas las puede hacer el hombre que maneja la información, suministrada, manipulándola previamente. Por eso las encuestas y las empresas que las manejan son objeto, cada día en mayor medida, de unos condicionamientos éticos profesionales que criban con su honestidad competitiva a quienes se presten al juego de las complacencias.
De ahí el exquisito cuidado con el que hay que recibir los datos que se publican. En período electoral, el manejo del factor subliminar, el truco psicológico de atribuir al adversarlo cifras insignificantes o cifras abultadas es una nueva técnica sofísticada y reprobable de los tahúres de la política. Se espera así producir el desánimo contagioso o, por el contrario, asustar al voto temeroso para que cierre filas en torno al «mal menor».
Pero las técnicas más refinadas fallan una y otra vez, como se pudo comprobar en las elecciones legislativas francesas de 1978, en que las encuestas se equivocaron, arrastrando a otros medios de comunicación. Recordemos en nuestro país los titulares triunfalistas de cierto diario madrileño, a cuatro columnas augurando en dichas elecciones «la aplastante victoria de la izquierda» en la primera vuelta.
José María de Areilza
7 febrero
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