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Reportaje:

La desestabilización de Irán afecta a una amplia región que va desde Turquía a la India

Desde que en 1958 los británicos comenzaron a retirarse militarmente del golfo Pérsico, el problema principal para Occidente y, en particular, para Estados Unidos ha sido cómo defender los enormes intereses en aquella región, simbolizados en el petróleo, sin necesidad de intervenir directamente.La defensa de esos intereses -control de los pozos del petróleo, del acceso a ellos y garantía del abastecimiento para el mundo occidental en tiempos de paz y de guerra- ha sido asociada con el imperativo de contener el expansionismo político de la URSS, en auge creciente, y el anhelo tradicional ruso de llevar sus flotas hasta las aguas cálidas, para todo lo cual la Unión Soviética dispone de una evidente ventaja geográfica.

En competencia con China, la URSS se lanzó a la conquista de las simpatías de los regímenes emergentes: Somalia, Etiopía y Yemen del Sur, así como de los movimientos de liberación de Dhofar, del golfo Arábigo, palestino, eritreo, noryemenita, que amenazaron seriamente a todas las autocracias de la península Arábiga. A esa inestabilidad general se añadían los conflictos entre Estados: Irán e Irak se disputaban el estuario de Chatt el Arab, que hace de frontera sur entre ambos; Kabul reivindicaba las zonas fronterizas de Paquistán, donde viven seis millones de petchunos, pertenecientes a la etnia dominante en Afganistán; Irán reclamaba el emirato de Bahrein., Irak, el de Kuwait; Arabia Saudita, Buraimi y los Emiratos Arabes, y Yemen del Norte y del Sur querían la unificación por la guerra.

Hasta 1971 el Egipto nasserista fue, sin embargo, la base principal de la influencia soviética en toda la región. La total identificación de Estados Unidos con Israel privaba a Washington de la alianza, al menos pública, de media docena de países árabes ideológicamente próximos a Estados Unidos y Occidente y aliados contra natura de la URSS. Desde la muerte de Nasser la estabilización en la región en beneficio de las posiciones de Estados Unidos ha sido progresiva, pero incluso en lo que a Egipto concierne, aún depende de la promesa de Washington de forzar un compromiso equitativo en el secular conflicto árabe-israelí.

La rebelión de Dhofar, abandonada, primero por cubanos, rusos y suryemenitas, por considerarla demasiado por china, quedó prácticamente inutilizada con el envío de tropas iraníes a Omán; Irak e Irán llegaron a un compromiso sobre Chatt el Arab, bajo los auspicios argelinos; la navegación por el estrecho de Ormuz, ruta principal del petróleo, quedó bajo el control absoluto de Irán, al apoderarse el sha de las dos islas Tumb, y le permitió, a pesar de la secular enemistad de persas y árabes, proponer un pacto de seguridad colectiva en la región. Para entonces, Irán, reforzado excesivamente por Estado Unidos, se había convertido ya en el gendarme de la región.

La URSS en Etiopía y Afganistán

El derrocamiento del emperador Halle Selassie en Etiopía permitió a Moscú compensar en algo su influencia perdida en Egipto. Pero es en 1977 cuando la URSS, con un golpe prosoviético en abril en Afganistán y otro del mismo tono, en junio de 1978, en Yemen del Sur, comienza a recuperar su implantación en la región. Arabia Saudita, Kuwait, Yemen del Norte y los Emiratos Arabes, a los cuales el depuesto presidente suryemenita Salem Robaye Ali trataba de acercarse, comienza a temer por su seguridad.A pesar de toda esta pugna entre Moscú y Washington por influencias, la crisis de Irán y la caída del sha, con mucho el acontecimiento más preocupante para Occidente de los últimos tiempos, responde más bien a consideraciones internas y no existen evidencias tangibles de intervención alguna por parte de la URSS. De hecho, sólo el 4 de enero, cuando la partida del sha de Irán estaba prácticamente decidida, la URSS afirmaba oficialmente a través del periódico Izvestia que en «Irán está en marcha una auténtica revolución nacional, democrática, progresista y antiimperialista».

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Algunos políticos británicos y norteamericanos se han preguntado en estos días que cómo es posible ese odio al sha, cuando éste, al fin y al cabo, logró elevar en un 15% el nivel de vida del país cuando se prometía democratizarlo realmente y modernizarlo.

Las angustias actuales de las familias gobernantes en Arabia Saudita, Kuwait y los ricos emiratos petroleros en donde las ventajas económicas concedidas por el poder a unas poblaciones nativas, generalmente escasas, son mayores que en Irán, confirman que hoy la libertad resulta más apetecible que las ventajas materiales. Los jeques, reyes y emperadores ya no pueden gobernar a sus países como si fuesen fincas privadas. Irán era un ejemplo de represión política nunca igualado, con una familia real corrompida. El que las masas rebeldes con su sola voluntad hayan sido capaces de expulsar a un monarca protegido por el Ejército más poderoso de la región sirve de aviso a los autócratas de la zona.

Estados Unidos no supo prevenir la rebelión de estas masas ni aconsejar la necesaria flexibilidad democrática para que las aspiraciones populares encontraran su válvula de escape. Esas imprevisiones afectan ahora a todo Occidente. En Irán sólo existen dos fuerzas organizadas: el Ejército y la religión. Los políticos civiles que quieran gobernar tendrán que hacerlo bajo la protección de los unos o los otros.

La simple solidaridad religiosa de un poder chiita en Irán, respaldado por unos ingresos anuales de 25.000 millones de dólares, puede tener serias repercusiones sobre Líbano, en donde los chiitas, también mayoría, han sido convertidos en una secta-clase explotada y reprimida; en Irak, donde los sunitas minoritarios gobiernan un país habitado por chiitas en mayoría y etnias rebeldes, como la kurda; en las provincias islámicas de la Unión Soviética, donde viven más de tres millones de musulmanes; en la India y en Pakistán, donde los musulmanes y, particularmente, los chiltas son también numerosos.

En medio de la poca claridad que aún se ha hecho sobre el carácter futuro del Gobierno islámico que propugnan los ayatollalis, algunos puntos parecen obvios: Irán dejará de ser el policía de la región; adoptará una actitud propalestina en el conflicto árabe-israelí; mantendrá la equidistancia entre los dos bloques y se acercará a los países del Tercer Mundo; en la OPEP, su posición se hará, probablemente, mucho más militante con la traducción inevitable en un precio más elevado del petróleo.

Los tratados firmados entre China y Japón y el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Pekín y Washington, sentidos en Moscú como una amenaza directa, ya tuvieron un resultado inmediato con la instalación en Phnom Penh de un régimen promoscovita que amenaza con extenderse a Tailandia y controlar toda la península Indochina. Afganistán puede actualizar sus reivindicaciones fronterizas sobre Paquistán, y este último país, el más débil en la región y con escaso control sobre petchunos y baluchos, podría fácilmente sucumbir.

En Turquía, la ley marcial impuesta desde las navidades últimas, los disturbios ocurridos en Maras, por la misma fecha, con un centenar de muertos, reflejan la tensión política interior que operaciones exteriores como la de Chipre no han logrado aplacar.

El petróleo, vital y estratégico para Occidente, podría estar rodeado, según este hipotético escenario, por un cordón de Estados hostiles, Etiopía, Yemen del Sur, Afganistán, Paquistán, Turquía y la propia URSS. Naturalmente, esta eventualidad sería la más peligrosa ocurrida después de la segunda guerra mundial, y con toda certeza daría origen a una tercera conflagración mundial, aunque fuese camuflada. La URSS, evidentemente, no parece dispuesta ni interesada en correr este riesgo, pero no es el expansionismo soviético el que propicia estas situaciones, sino la ausencia real de libertades democráticas, como mejor garantía contra el totalitarismo.

Durante mucho tiempo se dijo que un receso en la guerra de Vietnam originaba un recrudecimiento del conflicto árabe-israelí y viceversa. Lo grave de la situación presente es que Occidente intente responder de esa manera clásica a la crisis de Irán, en vez de propiciar reformas democráticas en los países que las necesitan urgentemente. En cualquier caso, en Irán, detrás del militantismo islámico del ayatollah Jomeini, está una población mucho más concreta en sus planteamientos y más ansiosa de libertades y desarrollo económico que el panorama de compulsiones sociales y restricciones espirituales que les ofrecen los líderes religiosos. La represión moral, la austeridad en las costumbres puede resultar tan intolerable como la represión física impuesta por el sha.

Tentación de un golpe militar

La tentación de un golpe militar si fracasan los civiles, que, en realidad, no pueden gobernar sin el apoyo de los líderes religiosos, debe ser muy fuerte para Estados Unidos, que por razones históricas comprensibles es y será el principal afectado y perjudicado por la crisis.De una manera simplista, podría concluirse que Occidente se encuentra en esa región del mundo en la misma situación creada por la retirada británica en 1968. Ello implica que necesita uno o más gendarmes locales que defiendan los intereses occidentales. Lamentablemente, esto lleva implícito, sin razón el reconocimiento de que en condiciones normales no hay posibilidades de protección contra el expansionismo ideológico soviético.

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