El Atlético debió golear todavía más al Celta
El Atlético de Madrid goleó al Celta, colista de la Liga por méritos propios, pero perdió la gran oportunidad de obtener un resultado de escándalo. El miedo de su entrenador, Szusza, o su ineficacia en la táctica del primer tiempo, aparte de los fallos de los mismos jugadores rojiblancos, lo impidieron. Desde luego, el partido fue de auténtica tranquilidad para un Atlético angustiado en las últimas semanas, pero, por eso precisamente, se le debe criticar su falta de ambición para solucionarlo pronto y ampliamente. Ni siquiera puede paliar esto una supuesta reserva de fuerzas para el encuentro del miércoles contra el Madrid, pues se trató de los primeros 45 minutos, con tiempo para descansar después.Cabe recordarle al Atlético, además, que dos de los cuatro goles fueron conseguidos tras fallos lamentables de la defensa céltica, lo cual, en todo un partido frente a un flojísimo enemigo, el peor que ha pasado por Madrid esta temporada, es un triste balance.
Pero lo más lamentable de un encuentro, que no hubiese tenido mayor historia que la, de una discreta goleada de un equipo superior a uno inferior, residió en el propio Atlético de la primera parte. Menos mal que la sustitución al comienzo de la segunda de Pereira por José, que pasó a extremo izquierda y Vavá al centro, subiendo Santomé al medio campo, supuso que el Celta fuera ya un equipo normal, arriesgando con un 3-4-3, pues perdía por 2-0. Pero antes, con los mismos fallos individuales y su defensiva a ultranza, habÍa sido la presa ideal para recibir muchos más goles. Resultó absurdo que Szusza mantuviese a Pereira y a Eusebio, primero, o a Pereira y a Arteche, después, casi cruzados de brazos 45 minutos, no sólo sin nadie a quien marcar (el Pereira céltico, teórico delantero centro, marcaba a Leal), sino tocando apenas cinco balones cada uno. ¿No se pudo haber ido Pereira adelante? Si el brasileño ha traído problemas por hacerlo a veces, tampoco es cuestión de que nunca pueda volver. Si no fue por miedo, cabe lamentar otra vez las raquíticas aspiraciones de este fútbol español y más aún las de un teórico aspirante, al título. Si no lo hizo por que no se enteró el entrenador, pafece un fallo descalificante al máximo frente a un rival tan débil.
A Héctor Núñez se le echó, entre otras cosas lamentables, por equivocarse tácticamente. Pero no más que Szusza el domingo. Su mala suerte fue que aquel día de «autos» el equipo no ganó por 4-0, porque entonces no jugaba el colista, y ya se sabe que ganando no se echa a los entrenadores. De cualquier forma es grotesco ganar con miedo o equivocándose simplemente porque el, rival es malo y sólo tira dos veces a puerta en todo un partido. Al teóricamente bueno cabe exigirle mucho más. Y, naturalmente, no es disculpa el campo, ni que dos goles fueran de calidad o que entre Marcial, Cano y Leivinha los mejores junto a Marcelino- fabricasen o tuviesen tres o cuatro ocasiones más. Los fallos en el pase y la endémica ausencia de tiros a puerta en un día lluvioso, difícil para cualquier portero, impidieron también más goles. Pero ésos siempre se pueden disculpar al entrar en el cálculo de probabilidades negativas. Lo otro, el hacer las cosas mal de pizarra, no.
El Celta, según su entrenador, Laureano Ruiz, venía a Madrid a «sacar algo», y por eso -siempre en su opinión- no iba a jugar a la defensiva totalmente. Pues bien, el equipo vigués empezó el encuentro con un solo hombre en punta, el extremo derecho San Román -vigilado por un entonado Sierra-, lo que suponía ya de entrada el récord absoluto en olvido atacante de cuantos equipos se haya observado últimamente. La táctica era die un 4-5-1 o de un 5-4-1, según Villar, emparejado con Bermejo, fuera centrocampista o defensa. Vavá, teórico extremo izquierdo, era otro hombre más en el medio campo, lo que iba a permitir a Marcelino subir al ataque e incluso lograr su sueño de marca otro gol como rojiblanco. Félix se emparejaba con Guzmán; Carlos, el único hombre que presentaba hechuras de calidad, con Marcial -que falló esta vez en tres libres directos «espectantes»-, y Pereira, el teórico delantero centro, con el desdibujado Leal. Más atrás aún, Manolo vigilaba a Rubén Cano -hábil, Ivichador e imprescindible-; Canosa a Leivinha -astuto y con suerte ante el marco el domingo-; Juan era el defensa libre y Santomé otro más por el lado derecho, para cubrir las entradas de Bermejo y Leal, pero sin irse nunca hacia adelante.
La táctica, pues, no podía seir más defensiva, pero era hasta lógica siendo inferior, en tono más realista que lo declarado por su entrenador. Su grave problema fue que los jugadores fallaron en los marcajes, y en los relevos, tras un simple regate o un pase adelantado atlético, los huecos fueron enormes. Hasta el campo resbaladizo, como si en Vigo no lloviera nunca, les perjudicó. Y ante tanta modestia, que sólo plantó ligera cara en la segunda parte, el Atlético sólo ganó por 4-0. Sintomático.
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