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Reportaje:

Un diputado gaullista propone regularizar la prostitución en Francia

Si la cosa prospera, he aquí la escena que la tecnología de punta les reserva sin tardar a los franceses: Jacques Chirac, en tanto que alcalde de París, tras su elegíaco rapapolvo al presidente Giscard, en el que le reprocha su política contraria a la grandeur de Francia, monta en su helicóptero particular y, una vez liberado del cielo plomizo de la capital, en las afueras campestres, rodeado de un par de prostitutas, tras el besamanos protocolario, inaugura solemnemente un supermercado del placer. Exagerando un pelín, tal sería el desenlace de la proposición que acaba de hacer el diputado señor Le Tac a sus colegas para convertir en ley su filosofía sobre la regularización de la profesión más vieja del mundo. En efecto, según el promotor de la reapertura de los burdeles, los alcaldes tendrían que codificar el ejercicio de la profesión. Para ello autorizarían el establecimiento de algunas casas, que podrían recibir a personas dedicadas a la prostitución. Las casas en cuestión se situarían en lugares apartados y los alcaldes, en suma, reglamentarían la admisión y el trabajo de las señoras instituyendo un control médico y garantizando la seguridad social, entre otras medidas. Según el filósofo diputado de la reapertura de las casas, su reforma se basa en los atributos siguientes: «Puesto que la prostitución es vieja como el mundo, más vale reconocer el mal y codificar su existencia. Así se asegurarían la salud y el orden público.»Con su píldora sanitaria y respetuosa del orden establecido, el señor Le Tac ha provocado un cisco regular. Pero, antes de nada, conviene centrar el tema de la prostitución en este país. Francia ha pasado a la historia de la humanidad, entre otras razones, por haber sido el pueblo pionero «del bien comer, bien beber y bien faire l'amour.»

Pero vanguardismo tan ejemplar no ha sido eficaz. En 1946, una ley bautizada con el nombre de Marthe Richard, en honor de la responsable que la inventó, prohibía las casas. Veintidós años después, las calles de la capital, la celebérrima rue Saint Denis, los alrededores de la Opera, los Campos Elíseos, el espectáculo de las noches dantesco-sórdido-sublimes del Bosque de Bolonia, más la industria provincial, ofrecen el censo que sigue: unas 40.000 señoras de petite vertu en todo el hexágono (en París, solamente, Ia mitad), sin contar las superclandestinas o temporeras. La institución es una de las más rentables de Francia. La última cifra de negocios oficial al respecto es de 1973, y asciende a 12.000 millones de francos (unos 200.000 millones de pesetas).

El nuevo impuesto, fácilmente controlable, que caería en la caja de las municipalidades, se ha evocado inmediatamente corno una de las razones que han motivado al inspirador de la reglamentación de la industria sexual. Pero los tiros vienen de todos los horizontes y la pólvora es de todos los colores. Algunos diputados giscardianos se apresuraron a felicitar la valentía del señor Le Tac, y nada más, por ahora. Los tres ministros responsables (Interior, Salud y Justicia) emitieron el mismo comentario: «No comentarnos.» Y los partidos de izquierda, los movimientos feministas, los homosexuales, expertos en sexología social, no lo han dudado ni un instante: «No acierto a comprender la prostitución, pero ya que existe deseo que, por lo menos, se respete su libertad.» Otros anotan que «el problema de fondo es un problema de sociedad: la injusticia y la represión sexual, a pesar de los liberalismos farisaicos, es lo que hay que atajar». El responsable de la Policía Nacional, encargado de reprimir el proxenetismo, estima que la proposición del diputado conduciría a «la creación de superproxenetas», es decir, a reemplazar al chulo clásico, estilo pequeña empresa, por un gran almacén administrado por el alcalde de la localidad. Y por lo que se refiere a la salud de la población, en favor de la cual pleitea la filosofía del señor Le Tac, las estadísticas francesas coinciden con las de la Organización Mundial de la Salud (OME): sólo el 15% aproximadamente de las enfermedades venéreas, que se multiplican de manera alarmante en todo el planeta, proceden del género femenino-masculino que practica el negocio del cuerpo. Ni que decir tiene que las peripatéticas galas se han rebelado airosamente: «Nosotras lo que queremos es ser mujeres como las otras, libres, madres de familia, etcétera.»

La municipalización propuesta aquí semeja a los eros-center que funcionan en Alemania y en los países del Benelux, en donde hace diez años fue realizada la idea de la normalización del pecado por un industrial, Kurt Kohis. En estas sociedades anónimas del sexo, las señoras trabajan como una oficinista cualquiera, pero sometidas a un reglamento ad hoc y cobrando cantidades sustanciosas que, parece ser, aseguran a las mozas perdidas una vejez casta.

Italia: más de un millón de prostitutas

Hace exactamente veinte años que en Italia, con la -llamada ley Merlín, se cerraban las casas de prostitución, según nuestro corresponsal en Roma, Juan Arias. En la preparación de la ley participó Carla Pertini, psicóloga, esposa del actual presidente de la República, una feminista que esperaba con este acto abrir una nueva discusión acerca de la dignidad de la mujer y de la relación hombre-mujer en un país que como Italia se proclama desde hace siglos la cuna del cristianismo y de la civilización.A los veinte años de aquella noble tentativa los resultados no son muy satisfactorios. Lo revela la primera encuesta científico-social que está realizando en Italia Giovanni Caletti, experto internacional en problemas sexuales. Se trata de un trabajo muy serio llevado a cabo con la colaboración de más de doscientos especialistas en esta materia en los diversos campos del saber: sociología, psicología, medicina, jurisprudencia, política... Las prostitutas fueron interrogadas personalmente durante tres horas cada una y con un cuestionario científico de 560 preguntas.

Que la ley Merlín por sí sola no sirvió de mucho se demuestra fácilmente: existen hoy en Italia más de medio millón de prostitutas visibles, según la encuesta, y se piensa que las invisibles superan el millón. Parece ser también que se trata del país con mayor número de estas trabajadoras callejeras. Por lo que se refiere a la opinión pública, uno de los datos que más preocupan es que el 49% de las mujeres y el 54% de los hombres piden que se vuelvan a autorizar las casas de tolerancia.

Según el sondeo, el 36% de estas mujeres usa la píldora, el 44% preservativos y sólo un 10% no usa nada. Aparece muy claro en esta encuesta que este medio millón de mujeres prostitutas desea con urgencia una protección del Estado, seguros sociales, jubilación, pero al mismo tiempo, dice Caletti, se advierten pocos deseos en la mayoría de los casos de cambiar de profesión

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