La opinión pública italiana, pendiente de un parricida de catorce años
Un niño italiano de catorce años puede ser condenado hoy a diez años y medio de cárcel por haber matado a su padre, un hombre que le maltrataba a él y a sus hermanos y que se casó con su madre tras violarla cuando era una niña. A esta mujer la pegaba continuamente y la obligó a engordar para que se desfigurara y no gustara a los hombres. La historia de este niño, Marco Caruso, ha interesado a toda Italia y ha causado una conmoción parecida a la que se suscitó en Estados Unidos con el caso de Ronny Zamora, el niño de quince años que mató a una anciana en Estados Unidos y que fue juzgado hace un año. Distintas voces se han movilizado en defensa de Marco, porque consideran que su acción fue consecuencia de la violencia social en que se movía. Nuestro corresponsal Juan Arias informa desde Roma.
Toda Italia está pendiente de una sentencia del Tribunal Penal de Roma. El acusado es Marco Caruso, un niño de catorce años que hoy hace exactamente un año mató a su padre con cinco impactos de bala, disparados a bocajarro.Marco es un muchacho de los suburbios de Roma. El fiscal ha pedido por su crimen diez años y seis, meses de cárcel. El caso ha saltado a toda la prensa y sobre él están opinando escritores, psicólogos, sociólogos y cientos de familias que ven en el caso de Marco el símbolo de un malestar generacional.
La historia de este muchacho no es única, pero está tan cargada de símbolos que ha ocupado la atención nacional. Cientos de intelectuales han firmado un llamamiento para que sea absuelto.
La historia de Marco es muy triste. Su padre era hijo de una mujer libertina que había tenido hijos con varios hombres. El era el fruto de la unión con uno de estos hombres que nunca conoció. Su primera relación con una mujer consistió en violentar a, una casi niña. Se casó con ella y la convirtió en una mártir. La obligó a engordar hasta casi desfigurarla, por celos. No la dejaba ni salir a hacer la compra para que no pudieran mirarla los hombres. Le pegaba continuamente, como también pegaba a Marco y a sus dos hermanitos. Era sólo morbosamente afectuoso con una hija, hasta el punto de que tenían miedo a dejarlo solo con ella en casa.
En este clima, Marco se escapó de casa exactamente 33 veces. Cada vez las autoridades lo llevaban de nuevo a la familia recordándole «que tenía que obedecer a su padre». Pero Marco tenía miedo de él. En una de estas huidas de casa participó en un pillaje con otros muchachos. Era la primera vez que robaba. Del botín quiso sólo una pistola P 38: «La necesito -dijo asus compañeros- para matar a mi padre.» Y así fue. A la primera paliza colectiva sacó la pistola y sin que el padre tuviera tiempo de reaccionar le metió en el cuerpo cinco tiros. Murió al instante, y al instante Marco se entregó a la justicia: «Lo he hecho por mi madre y por mis hermanos. Les hubiese matado a todos.» El fiscal Francesco Malagnino, socialista, ha pedido diez años de cárcel para Marco, considerándole responsable de su acción. Lo defiende Nino Marazzita, el abogado que defendió al joven asesino de Pier Paolo Pasolini. Pide la absolución de Marco porque «no era maduro psíquicamente» cuando cometió el delito. Y ésta es la pregunta que se hace hoy toda Italia: ¿Puede ser maduro quien mata a los catorce años? Y en caso de que se pueda probar la madurez, ¿se puede condenar a una pena tan dura a un casi niño que mata para defender su vida, la de su madre y la de sus hermanos de un padre violento y casi loco? Lo paradójico: de este caso es que el fiscal, un juez profundamente humano, padre de dos niños más pequeños que Marco, ha declarado en una entrevista que, después de varias noches sin poder dormir, ha preferido, por el bien de Marco, considerarle responsable. «Porque si le consideramos anormal psíquicamente -dijo el fiscal- blanqueamos un sepulcro y mandamos a Marco irremediablemente a un reformatorio judicial, que es una fragua de delincuencia y de violencia.» Considerándole normal, según los jueces, el presidente de la República puede concederle la gracia o se le puede dar la libertad vigilada, poniéndolo bajo la protección de una familia que lo ayude a ser un hombre.
Marco, por su cuenta, quiere ser condenado. Quiere pagar por su gesto porque -dice- «ahora me doy cuenta de que era mejor que no hubiese matado a mi padre, ya que también él era una víctima». Aunque es aún un niño, se da ya cuenta de que la sociedad no le perdonará si no paga.
El fiscal declaró también que el caso de Marco es sólo un botón de muestra, que la violencia de los niños está aumentando cada día, porque aumenta también el número de padres violentos que «pegan a sus hijos y se pegan entre ellos». «Una pregunta que me gustaría hacer -dijo el juez- es la siguiente: ¿Dónde estábamos cada uno de nosotros las 33 veces que Marco se escapó de casa porque tenía miedo de que su padre lo matara o porque él mismo tenía miedo de matar a su padre para salvar a su madre y a sus hermanos?» Mientras tanto, todos los expertos en las llamadas «ciencias humanas» han puesto de manifiesto que esta atención nacional. al caso de Marco está motivada porque ha desencadenado en cada ciudadano sentimientos profundamente escondidos en el inconsciente.
Como justificación a este muchacho, uno se puede identificar con él en ese instinto universal, según Freud, de muerte hacia la imagen paterna, considerada como el obstáculo a nuestra realización o como la imagen de la justicia despótica que castra las exigencias libertarias de nuestro profundo. O bien un padre visto como imagen del poder, de la institución frustrante, de violencia de la sociedad.
Pero salvarlo despierta, al mismo tiempo, en muchos ese miedo al caos, esa preocupación de orfandad que nace en nosotros cuando atentamos contra la primera autoridad histórica, que es, a su vez, la primera y fundamental seguridad del ser humano. Si Marco no es culpable podría significar poner en crisis las bases de la sociedad, cuya primera columna, para tantos, es la autoridad de la familia. De hecho, la institución lo único que supo hacer era devolver a Marco siempre a su familia, porque su deber era obedecer, costase lo que costase.
En esta polémica nacional han intervenido también los cristianos para recordar que Cristo, amigo siempre del perdón, condenó duramente sólo una categoría de personas. «Quienes escandalizan a los niños», de quienes dice que mejor les sería «echarse al mar». Y se preguntan si Marco, más bien que un criminal no es el fruto amargo de «tantos escándalos de los grandes», los cuales, normalmente, se quedan sin castigó.
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