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Reportaje:

El 70 % de las parejas italianas practican el adulterio

Juan Arias

En esta Italia llena de tensiones, donde las primeras páginas de los periódicos no dan abasto para hablar de graves problemas políticos y sociales: crisis de Gobierno, terrorismo, huelgas, etcétera, ha estallado de repente un problema que parecía viejo y eterno como la muerte y que se ha apoderado de una buena parte de la información de periódicos y revistas: el adulterio. Empezó el primer diario italiano, Corriere della Sera, publicando la carta de un cincuentón casado y con hijos, enamorado de una joven de treinta años y al borde del suicidio por su incapacidad de escoger entre la mujer y la amante.Desde aquel momento empezaron a llover a los demás periódicos cientos de cartas de hombres y mujeres que, como si hubiesen perdió un pudor ancestral, empezaron a confesar sus problemas íntimos, sobre todo sus «adulterios». El escritor Carlo Bo, en primera página del Corriere della Sera, publicó un artículo con el título irónico y malicioso de ¿Es Italia una República fundada sobre el adulterio? Era la respuesta a una carta sangrante de una mujer de Casa de Cinisello Bálsamo, casi un suburbio de la periferia de Milán. Esta mujer se confiesa adúltera «por aburrimiento», y afirmaba que no se podía separar porque el sueldo de su marido «no da para estos lujos». Contaba que en su bloque de casas casi todas las mujeres «se consuelan con el adulterio», que sus maridos hacen lo mismo, que todos lo saben y que nadie habla. En este punto nació la polémica. Eminentes sociólogos afilaron sus armas para condenar esta explosión de «intimidades» como una desviación para silenciar la lucha en el campo «social». Pero les respondieron psicólogos y psicoanalistas diciendo que esta «exigencia de la intimidad» es un síntoma de que los problemas sociales han perdido garra y no consiguen resolver las cuestiones más profundas del hombre contemporáneo que se es conde en el pequeño paraíso de la intimidad, de la novedad en la traición a ideales generalmente más soportados que amados. El problema se incrementó al proyectar la televisión las sugestivas imágenes de esa maravillosa obra «adúltera» de Bergman: Escenas de un matrimonio. Las locutoras de la pequeña pantalla se esforzaban para recordar que esta obra «no es aconsejable para menores de dieciocho años», pero una encuesta ha demostrado que la han visto, en un 80 %, las familias enteras, mudas ante el televisor.

A los italianos, que fueron los creadores de la amarga película Adulterio a la italiana, ya no les gusta esta palabra. Dicen que es el residuo de una mentalidad «brutalmente machista». Los observadores recuerdan que desde que hace cinco años fue introducido el divorcio en Italia han disminuido las separaciones. Alguien dice maliciosamente que «sólo lo prohibido es apetecible». Pero lo cierto es que en 1972 los divorcios fueron 32.000, y en 1975, sólo 9.000, y siguen decreciendo. Pero mientras disminuyen los divorcios aumentan los adulterios. En una encuesta que publicara estos días el semanal L'Europeo, de cada cien parejas italianas, setenta son adúlteras. Es más abundante en los hombres que en las mujeres. En esta encuesta resulta que el 80% de los italianos piensa todavía que sobre el tema del adulterio es mejor no hablar con él o la compañera. De cada cien personas treinta piensan que es más grave el adulterio de la mujer que el del hombre.

En los análisis que los diversos escritores y especialistas del comportamiento humano están haciendo estos días, lo que se advierte con mayor fuerza es que la gran revolución en el campo del llamado «adulterio» y, en general, en la revolución sexual, la protagonista principal es la mujer. Y ha sido protagonista en el momento mismo en el cual, rota la careta del pudor, ha empezado a confesar su drama interior y a escupir toda la carga de amargura y de esclavitud que llevaba dentro. Por eso se advierte que hoy la mujer italiana es la más dura cuando analiza y critica la relación hombre-mujer. La mujer no quiere ni siquiera que se hable de «adulterio» al marido. Las jóvenes son las más avanzadas en este campo. Llegan a reírse de sus, padres cuando son adúlteros, y esto «no por moralismo», sino porque no comprenden por qué siguen juntas dos personas que «no se gustan». Lo cierto es que los jóvenes son los más reacios a hablar de «pareja», de «matrimonios», que, desempolvando la vieja definición de nuestros abuelos, llaman «la tumba del amor». Pero la diferencia es que mientras nuestros antepasados «se resignaban a vivir en esta tumba», ellos prefieren examinar por qué es tan difícil amar «dentro de una institución». Llegan a decir que incluso el hablar de «adulterio», de «divorcio» y de «aborto» es un hecho reaccionario porque en el fondo es una defensa de la «institución», que es la causa de la muerte del amor.

Una cosa es, sin embargo, cierta para todos los observadores: esta explosión del «sentimiento» y de las «confesiones públicas» no puede dejar de ser una exigencia profunda de nuestros días que es necesario respetar y que merece también un espació en las primeras páginas de los periódicos.

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