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Reportaje:Polémica sobre la división territorial/1

La comarca, una constante del catalanismo

A lo largo de todo el período de opresión de Cataluña, que se inició en 1714, y también bajo el franquismo, dos temas concretos centraban de forma preferente la sensibilidad catalanista. Los dos temas eran la defensa de la lengua catalana y la reivindicación de la comarca como base de la división territorial interna. Pese a su carácter de relvindicacion de muy primer orden, el problema de la ordenación del territorio de Cataluña acaba'de resurgir en la actualidad política oficial vinculado a la problemática electoral. Del tema -informa nuestro delegado en Cataluña,

.«En lo que es más conocida Cataluña es en la repartición que por comarcas se nombra», escribía en 1708 José Aparici, en su Descripción y planta del principado de Cataluña, después de haber recorrido repetidamente toda Cataluña. Ello era así a principios del siglo XVIII y continúa siendo igual en 1978. Lo curioso del caso es que jamás -excepto bajo las circunstancias excepcionales de la última guerra civtl- las comarcas catalanas han tenido vigencia legal. 0 sea, que la diferenciación entre realidad pura y simple y realidad oficial viene, en este orden de cosas, de muy lejos.

La comarca nació, pues, en Cataluña en el seno del pueblo, de las relaciones humanas y económicas -particularniente las ferias y los mercados- que se establecieron espontáneamente. Los legisladores, por su parte, ignoraron tradicionalmente estos hechos básicos y ordenaron el territorio con criterios de pura policía administrativa, comparables a los que el colonialismo utilizó para crear tantos y tantos Estados artificiales en Africa

El «concurso de méritos» para la capitalidad

En 1821, una comisión parla mentaria presentaba su proyecto de creación de 51 provincias. Cuatro eran las que correspondían a Cataluña. Los méritos intelectuales del informe están por demostrar. Así, en el mismo se decía únicamente que «la heroica Gerona nierece dar nombre y presidir coino capital la provincia que ocupa la parte noreste de Cataluña».

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De Lérida se afirmaba, simplemente, mi como único mérito, que era «silla dis episcopal situada en el camino real de Madrid a Cataluña». De Tarragona se afirmaba «que ha parecido preferible a Reus, por la proximidad de su puerto, por ser la residencia de la autoridad superior eclesiástica, por haber sido cabeza de corregimiento y también en recompensa e indemnización de lo mucho que ha padecido en la guerra de independencia».

Con relación a la provincia de Barcelona, las pocas luces de los parlamentarios quedan probadas cuándo éstos designan a la sola provincia de Barcelona -con exclusión, pues, de las otras tres- por «provincia de Cataluña». En síntesis, no es posible hablar con relación a aquel informe legislativo de mínima seriedad científica, ni de mínimo respeto por la realidad histórica y cultural.

Pese a ello, fue una división provincial prácticamente idéntica a aquella que fue promulgada, por iniciativa del ministro de Fomento de Javier de Burgos, en 1833. Como es sabido, aquella división es la que aún subsiste, con la particularidad que si en algo han cambiado los mecanismos que instauraba ha sido, precisamente, en el sentido de que ha incrementado su grado de centralización.

El renacimiento catalán de mediados del pasado siglo comportó, como era lógico, una reivindicación de la división comarcal de Cataluña. Se pedía que fuese legal lo que era real. Una realidad que ya aparece documentada en el lejano siglo XIII (en los fogatges de ese siglo), XVI (escritos de Pere Gil), XVII (en Esteve Corberá) y XVIII (el ya citado José Aparici, entre otros). Frente a esa realidad, se alzaba el criterio provincialista de carácter centralista, y cuyo conte nido anticientífico ya quedó acre ditado.

Resurgimiento bajo la República

Las importantes Bases de Manesa de 1892 -pieza fundamental el catalanismo- afirmaban: «La división territorial sobre la cual se desarrolla la gradación jerárquica le los poderes gubernativo, administrativo y judicial tendrá por fundamento la comarca natural municipio.» Cuatro años más tarde, Flos i Calcat publicaba, en su Geografia de Cataluña, un mapa con una división comarcal. Paralelamente, florecían los estudios de base comarcal.

La Generalidad catalana, surgida del 14 de abril, no podía sentirse ajena a una reivindicación tan básica. En octubre de 1931 dicha institución creó la Ponencia para el estudio de la estructuración comarcal de Cataluña. Pero pronto llegó el bienio negro, y el encarcelamiento del Gobierno de la Generalidad. No pudo ser hasta 1936, cuando, iniciada ya la guerra, fueron promulgados los decretos de 27 de agosto y 23 de diciembre, por los cuales el territorio de Cataluña quedaba dividido en 38 comarcas y en nueve divisiones supracomarcales denominadas veguerías o regions.

El fin de la guerra civil representó también, como es perfectamente lógico, el fin de la división territorial acorde con la historia y la realidad catalanas. Pero la reivindicación de las comarcas como base territorial bajo el franquismo formó parte, como veremos en el próximo artículo de la serie, de la larga lucha de Cataluña por la democracia y la autonomía.

No es extraño que la promulgación de una división comarcal de origen popular fuese paralela a la revolución social que se inició en Cataluña el, 19 de julio de 1936. Como tampoco hay que extrañarse de que el 14 de abril de 1931 hubiese implicado un planteamiento democrático de la ordenación del territorio

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